/ viernes 8 de octubre de 2021

Hojas de Papel Volando | ¿La vida fue una fiesta Hem?

Parece que fue ayer, como sabiamente se dice para acortar el tiempo y acercar los recuerdos, cuando tuve mi primer acercamiento a la obra de Ernest Hemingway.

Fue por ahí de 1976 cuando a un grupo incipiente de estudiantes de periodismo en la UNAM, David Siller, periodista y editor, a quien don Carlos Ferreyra Carrasco, nuestro maestro titular, invitó para acompañarlo en sus enseñanzas de periodismo, nos recomendó una serie de lecturas.

Entre los libros recomendados, estaba el de Ernest Hemingway: “El enviado especial”. Un libro voluminoso, que recoge setenta y siete de los muchos reportajes que publicó en varios periódicos como el “Toronto Star” o “Kansas City Star” entre otros, como corresponsal de guerra.

Era la Segunda Guerra Mundial y Hem –como le decían sus colegas—había decidido por voluntad propia ir a ver lo que ocurría en Europa. Estuvo en Francia, Inglaterra, Italia y España. Él sabía qué era aquello porque muy joven había sido miembro de la milicia de salvamento por parte de Estados Unidos; había sufrido heridas graves y fue testigo de lo que es el hombre en tiempos de guerra, en sus heroicidades como en sus miedos y terrores, o vilezas.

Así que gran parte de aquellos envíos estaban recogidos en aquel libro luminoso.

¿Y cómo sabíamos que era luminoso? Porque retrataba nuestra propia gran ilusión de llegar a ser un día ese reportero audaz que acude a la cita con la historia para ponerla en su libreta de apuntes, con su lápiz casi sin punta; que recoge y testimonia los hechos del hombre, para que el mundo lo sepa y para que quede como registro histórico.

El libro era luminoso –también-, porque los reportajes de Hem no expresaban sólo lo que veía, escuchaba, tocaba, saboreaba, olía, palpaba. Estaba ahí el ambiente, el aire que respiraban, el sol y las noches de angustia y ensoñación... Estaba ahí la propia emoción del reportero. Su alma en vilo puesta en palabras, frases, oraciones, párrafos...

Eso es: cada uno de sus reportajes tenía esa vertiginosidad exigible, pero también era el vuelco del reportero en ellos, los latidos acelerados de su corazón y, una cosa más, sin hacerse él mismo parte de la historia nos decía lo que vivían en su interior humano los personajes de esas historias.

Aquello hizo que me acercara aún más a la obra de un escritor registrado como Ernest Miller Hemingway en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899. De su padre abrevó el gusto por la caza y la pesca, dos actividades que llenarían sus tiempos libres y en las que se sentía pleno y libre; de su madre adquirió el gusto por las artes y por la lectura... De ambos recibió la herencia de una vida dramática que se convertiría en tragedia.

La vida de Hemingway parecía una vida feliz. Una vida de libertad. Una vida puesta a disposición de su propia vocación periodística y literaria. Una vida en la que todo parecía ser una fiesta permanente. “París era una fiesta”, es una de sus obras póstumas emblemáticas, en donde refleja esa dejadez, ese vivir la vida día a día, sin empachos ni consignas.

De ahí la frase que en París, en los años veinte, les asestó Gertrude Stein al grupo de Scott Fitzgerald, T.S Eliot y el mismo Hem: “Todos ustedes son una generación perdida”. Se refería a la falta de propósito o impulso resultante de la horrible desilusión sentida por aquellos que crecieron y vivieron la Primera Guerra, y que entonces tenían entre veinte y treinta años.

No obstante el éxito, la fama, el reconocimiento mundial por su obra hicieron a un Hem glorioso, que recorría el mundo y recibía honores. Pero al mismo tiempo escondía sus propias angustias y sus traumas de origen. Muchos de ellos expresados en su obra.

Ese afán constante por mostrar a personajes varones todo arrojo, virilidad; machos a carta cabal, rudos y audaces, de frente al destino y sin miramientos ni concesiones. La suya es una obra de vida, y muerte y es él.

Siempre construyendo su propia imagen y en busca de su personalidad y destino. El amor está presente en toda su obra, pero es un amor que surge del erotismo y de la necesidad por solucionar la soledad del valiente o desvalido.

Luego de aquel “Enviado especial” leí “Por quién doblan las campanas” (1940) cuyo epígrafe advierte al lector la intensidad de lo que habrá de leer, éste proviene de un sermón de John Donne: "La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti"... Es la Guerra Civil española en 1936. El libro igual, me alucinó. De los libros que se disfrutan de pie, digo.

Es el retrato de ese cruento enfrentamiento entre españoles de bandos distintos, el republicano y el nacional –de Francisco Franco-. Y aunque él simpatizaba con los republicanos, no deja de mostrar los excesos a los que podían llegar las dos caras de la moneda.

Y una vez más ahí la obsesión de Hem: la guerra, el extremo, las contradicciones humanas y sus dolores o victorias. La violencia y la sangre le atraen, y el amor y la muerte, en áspera cercanía.

La obra fue un gran éxito de lectores. Pero la crítica se le echó encima. Como en casi toda su obra. La crítica literaria de su país lo hacía pedazos. Lo acusaba de irrelevante, de falto de carácter literario, de indefinición sicológica de sus personajes, de superficialidad y, en cierto modo, lo acusaban de mantener un estilo periodístico que –según esa crítica demoledora- le hacía daño al ejercicio literario. (Gabriel García Márquez diría lo contrario).

En el caso de “Por quién doblan las campanas” la acusan de ser una obra demasiado lenta y cruel. El crítico estadounidense Ray B. West acusó a esta obra de “penuria ideológica, defectuosa, esquemática y con un convencional trazado de los caracteres: Peca de superficial, el autor no infunde a los personajes la densidad necesaria para hacerlos verdaderos y no representativos”.

La crítica le indignaba, pero él seguía adelante. Su obra novelística es amplia (sin orden cronológico aquí), es autor de medio centenar de relatos –muchos de ellos excelsos--. Por lo menos seis novelas: “El sol sale también” (The sun also rises), “Un adiós a las armas”, “Tener y no tener”, “Por quién doblan las campanas”; “A través del río y entre árboles

Es autor de una obra de teatro: “La quinta columna”, de otros tres libros de viaje y miscelánea, uno de ellos, “Muerte en la tarde”, sobre España y las corridas de toros.

La obra de Hemingway ejerció una enorme influencia en lo que sería la narrativa estadounidense después de los años cincuenta.

Fue un apasionado de España. Le encantaban los San Fermines, la fiesta brava, hizo amistad con toreros y describió su personalidad y sus angustias frente a la posible muerte. Eso que tanto le impregnaba la vida a Hem: la audacia frente a los grandes retos humanos.

Quiso mucho a Cuba. Vivió ahí largas temporadas y es donde se descubre otra personalidad de Hem, su ternura, el amor por el ser humano; la lucha del hombre ante la adversidad aun en el fracaso. “El viejo y el mar”, quizá su obra cumbre y que nadie –dije nadie-- debería dejar de leer.

Su vida personal encerraba un apartado trágico. Sicólogos han dicho que cargaba traumas del pasado. Su padre Clarence Edmonds Hemingway, se había suicidado en diciembre de 1928 –cuando Hem tenía 29 años— y él siempre acusó a su madre de haberlo inducido a esta decisión. Toda la vida mostró animadversión a ella, a la que acusaba de sus propios traumas y de su vida irresuelta. Traumas que desencadenarían tragedias aun a descendientes de Hem.

Se casó cuatro veces. Viajó por el mundo. Su personalidad mostraba al estadounidense valeroso que no se estremece ante nada ni frente a nadie. Pero era frágil, y no soportó la decadencia.

Poco antes de las siete de la mañana del domingo 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway está en su casa de campo en Ketchum, Idaho. Se levanta. Se pone una bata que le gusta. Sale de la habitación con cuidado para no despertar a su esposa, Mary Welsh.

Va al cuarto donde guarda sus armas. Elige una escopeta. Baja a la sala de la casa. Toma asiento. Apoya el arma en el piso y apunta a su frente. Tenía 62 años. Una obra ejemplar y de altísima catadura literaria. Había ganado el Premio Pulitzer en 1953 por “El viejo y el mar” y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. La vida no fue una fiesta, Hem.


Parece que fue ayer, como sabiamente se dice para acortar el tiempo y acercar los recuerdos, cuando tuve mi primer acercamiento a la obra de Ernest Hemingway.

Fue por ahí de 1976 cuando a un grupo incipiente de estudiantes de periodismo en la UNAM, David Siller, periodista y editor, a quien don Carlos Ferreyra Carrasco, nuestro maestro titular, invitó para acompañarlo en sus enseñanzas de periodismo, nos recomendó una serie de lecturas.

Entre los libros recomendados, estaba el de Ernest Hemingway: “El enviado especial”. Un libro voluminoso, que recoge setenta y siete de los muchos reportajes que publicó en varios periódicos como el “Toronto Star” o “Kansas City Star” entre otros, como corresponsal de guerra.

Era la Segunda Guerra Mundial y Hem –como le decían sus colegas—había decidido por voluntad propia ir a ver lo que ocurría en Europa. Estuvo en Francia, Inglaterra, Italia y España. Él sabía qué era aquello porque muy joven había sido miembro de la milicia de salvamento por parte de Estados Unidos; había sufrido heridas graves y fue testigo de lo que es el hombre en tiempos de guerra, en sus heroicidades como en sus miedos y terrores, o vilezas.

Así que gran parte de aquellos envíos estaban recogidos en aquel libro luminoso.

¿Y cómo sabíamos que era luminoso? Porque retrataba nuestra propia gran ilusión de llegar a ser un día ese reportero audaz que acude a la cita con la historia para ponerla en su libreta de apuntes, con su lápiz casi sin punta; que recoge y testimonia los hechos del hombre, para que el mundo lo sepa y para que quede como registro histórico.

El libro era luminoso –también-, porque los reportajes de Hem no expresaban sólo lo que veía, escuchaba, tocaba, saboreaba, olía, palpaba. Estaba ahí el ambiente, el aire que respiraban, el sol y las noches de angustia y ensoñación... Estaba ahí la propia emoción del reportero. Su alma en vilo puesta en palabras, frases, oraciones, párrafos...

Eso es: cada uno de sus reportajes tenía esa vertiginosidad exigible, pero también era el vuelco del reportero en ellos, los latidos acelerados de su corazón y, una cosa más, sin hacerse él mismo parte de la historia nos decía lo que vivían en su interior humano los personajes de esas historias.

Aquello hizo que me acercara aún más a la obra de un escritor registrado como Ernest Miller Hemingway en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899. De su padre abrevó el gusto por la caza y la pesca, dos actividades que llenarían sus tiempos libres y en las que se sentía pleno y libre; de su madre adquirió el gusto por las artes y por la lectura... De ambos recibió la herencia de una vida dramática que se convertiría en tragedia.

La vida de Hemingway parecía una vida feliz. Una vida de libertad. Una vida puesta a disposición de su propia vocación periodística y literaria. Una vida en la que todo parecía ser una fiesta permanente. “París era una fiesta”, es una de sus obras póstumas emblemáticas, en donde refleja esa dejadez, ese vivir la vida día a día, sin empachos ni consignas.

De ahí la frase que en París, en los años veinte, les asestó Gertrude Stein al grupo de Scott Fitzgerald, T.S Eliot y el mismo Hem: “Todos ustedes son una generación perdida”. Se refería a la falta de propósito o impulso resultante de la horrible desilusión sentida por aquellos que crecieron y vivieron la Primera Guerra, y que entonces tenían entre veinte y treinta años.

No obstante el éxito, la fama, el reconocimiento mundial por su obra hicieron a un Hem glorioso, que recorría el mundo y recibía honores. Pero al mismo tiempo escondía sus propias angustias y sus traumas de origen. Muchos de ellos expresados en su obra.

Ese afán constante por mostrar a personajes varones todo arrojo, virilidad; machos a carta cabal, rudos y audaces, de frente al destino y sin miramientos ni concesiones. La suya es una obra de vida, y muerte y es él.

Siempre construyendo su propia imagen y en busca de su personalidad y destino. El amor está presente en toda su obra, pero es un amor que surge del erotismo y de la necesidad por solucionar la soledad del valiente o desvalido.

Luego de aquel “Enviado especial” leí “Por quién doblan las campanas” (1940) cuyo epígrafe advierte al lector la intensidad de lo que habrá de leer, éste proviene de un sermón de John Donne: "La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti"... Es la Guerra Civil española en 1936. El libro igual, me alucinó. De los libros que se disfrutan de pie, digo.

Es el retrato de ese cruento enfrentamiento entre españoles de bandos distintos, el republicano y el nacional –de Francisco Franco-. Y aunque él simpatizaba con los republicanos, no deja de mostrar los excesos a los que podían llegar las dos caras de la moneda.

Y una vez más ahí la obsesión de Hem: la guerra, el extremo, las contradicciones humanas y sus dolores o victorias. La violencia y la sangre le atraen, y el amor y la muerte, en áspera cercanía.

La obra fue un gran éxito de lectores. Pero la crítica se le echó encima. Como en casi toda su obra. La crítica literaria de su país lo hacía pedazos. Lo acusaba de irrelevante, de falto de carácter literario, de indefinición sicológica de sus personajes, de superficialidad y, en cierto modo, lo acusaban de mantener un estilo periodístico que –según esa crítica demoledora- le hacía daño al ejercicio literario. (Gabriel García Márquez diría lo contrario).

En el caso de “Por quién doblan las campanas” la acusan de ser una obra demasiado lenta y cruel. El crítico estadounidense Ray B. West acusó a esta obra de “penuria ideológica, defectuosa, esquemática y con un convencional trazado de los caracteres: Peca de superficial, el autor no infunde a los personajes la densidad necesaria para hacerlos verdaderos y no representativos”.

La crítica le indignaba, pero él seguía adelante. Su obra novelística es amplia (sin orden cronológico aquí), es autor de medio centenar de relatos –muchos de ellos excelsos--. Por lo menos seis novelas: “El sol sale también” (The sun also rises), “Un adiós a las armas”, “Tener y no tener”, “Por quién doblan las campanas”; “A través del río y entre árboles

Es autor de una obra de teatro: “La quinta columna”, de otros tres libros de viaje y miscelánea, uno de ellos, “Muerte en la tarde”, sobre España y las corridas de toros.

La obra de Hemingway ejerció una enorme influencia en lo que sería la narrativa estadounidense después de los años cincuenta.

Fue un apasionado de España. Le encantaban los San Fermines, la fiesta brava, hizo amistad con toreros y describió su personalidad y sus angustias frente a la posible muerte. Eso que tanto le impregnaba la vida a Hem: la audacia frente a los grandes retos humanos.

Quiso mucho a Cuba. Vivió ahí largas temporadas y es donde se descubre otra personalidad de Hem, su ternura, el amor por el ser humano; la lucha del hombre ante la adversidad aun en el fracaso. “El viejo y el mar”, quizá su obra cumbre y que nadie –dije nadie-- debería dejar de leer.

Su vida personal encerraba un apartado trágico. Sicólogos han dicho que cargaba traumas del pasado. Su padre Clarence Edmonds Hemingway, se había suicidado en diciembre de 1928 –cuando Hem tenía 29 años— y él siempre acusó a su madre de haberlo inducido a esta decisión. Toda la vida mostró animadversión a ella, a la que acusaba de sus propios traumas y de su vida irresuelta. Traumas que desencadenarían tragedias aun a descendientes de Hem.

Se casó cuatro veces. Viajó por el mundo. Su personalidad mostraba al estadounidense valeroso que no se estremece ante nada ni frente a nadie. Pero era frágil, y no soportó la decadencia.

Poco antes de las siete de la mañana del domingo 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway está en su casa de campo en Ketchum, Idaho. Se levanta. Se pone una bata que le gusta. Sale de la habitación con cuidado para no despertar a su esposa, Mary Welsh.

Va al cuarto donde guarda sus armas. Elige una escopeta. Baja a la sala de la casa. Toma asiento. Apoya el arma en el piso y apunta a su frente. Tenía 62 años. Una obra ejemplar y de altísima catadura literaria. Había ganado el Premio Pulitzer en 1953 por “El viejo y el mar” y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. La vida no fue una fiesta, Hem.


ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 19 de abril de 2024

Hojas de Papel | ¡Bolo Padrino! ¡Bolo Madrina!

El padrino o la madrina son el mejor amigo de la familia. Ya del papá, y por extensión de la mamá, o a la inversa. En todo caso son alguien muy cercano y querido o querida

Joel Hernández Santiago

viernes 12 de abril de 2024

Hojas de papel | ¡Que se nos queman los bosques!

Son el pulmón del mundo, se dice, y también son el espacio en el que muchos encuentran una forma de vida, otros encuentran un refugio o acaso un escondite inexpugnable

Joel Hernández Santiago

viernes 05 de abril de 2024

Hojas de Papel | Guty y Tata: "De púrpura encendida"

Ignacio Fernández Esperón “Tata Nacho” escuchó las composiciones de Guty Cárdenas en su propia voz y descubrió que tenía un enorme talento y le ofreció su apoyo

Joel Hernández Santiago

viernes 29 de marzo de 2024

Hojas de Papel | El director lleva la batuta

La música es una revelación cotidiana. Vivimos con la música. Vivimos en la música. La música nos acompaña desde que nacemos y hasta el último suspiro

Joel Hernández Santiago

viernes 22 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Bueno… bueno… ¿Quién llama?

La verdad, eso del teléfono celular -o móvil, si quiere— se ha convertido en una solución, en un acercamiento entre los seres humanos, un romper distancias, un sentirse aquí y ahora todos juntos…

Joel Hernández Santiago

viernes 15 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Primavera sin mostaza

Pero ya está. Está aquí la primavera que estalla olorosa, brillante, sin mácula y con la ilusión del comienzo de un nuevo ciclo

Joel Hernández Santiago

viernes 08 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Mujer que periodista es

Hoy muchas mujeres-periodistas de México están amenazadas. Viven su profesión con miedo. Viven el día a día informativo con temor a represalias, amenazas, venganzas

Joel Hernández Santiago

viernes 23 de febrero de 2024

Hojas de papel | Domingo de plaza en Tlacolula

Es domingo, día de plaza en Tlacolula, en los Valles Centrales de Oaxaca... Y hoy se viste de fiesta. ¡Si señor!

Joel Hernández Santiago

Cargar Más