/ viernes 12 de agosto de 2022

Hojas de papel volando | Las cuentas claras y el chocolate espeso

Hay un fragmento en el libro de Fernando del Paso, Noticias del Imperio, en el que relata la visita de la emperatriz Carlota al papa Pío Nono, en el Vaticano. Era 1867 y ella fue a pedir su ayuda para salvar la vida del archiduque Maximiliano. Se acerca a la mesa del desayuno del prelado y sin más mete sus dedos en la tasa que contiene, ni más ni menos, que chocolate proveniente de México.

“... Pero yo lo único que quería era mojar los dedos en ese líquido ardiente y espumoso que me habría de quemar y tostar la piel, y me abalancé sobre el tazón, metí los dedos en el chocolate del Papa, y me los chupé...”. Tarde, porque Max ya había sido fusilado por órdenes de Benito Juárez el 19 de junio de ese año. Imperaba la República Mexicana.

Ese era uno de los recuerdos que aún permanecían en la mente de aquella princesa de Bélgica, hija del rey Leopoldo I y quien tiempo después de su aventura mexicana habría de perder la memoria y el sentido de la vida: el chocolate, aquel que tanto le gustaba y que entre 1864 y 1867 se ofrecía de tarde en tarde en el Castillo de Chapultepec a “su corte” y a quienes visitaran a ‘los monarcas’.

Eso es. El chocolate es inolvidable. ¿A quién no le gusta el chocolate? A muy pocos en el mundo. El chocolate es sabor agradable e intenso; es aroma, compañía, es delicia, es recuerdo, es expresión de amor, es locura insaciable, es memoria sin olvido, es aquella tarde de frio invierno en Siberia.

Es la barra salvadora de vidas en el frio inmenso de los glaciares como también en el espacio sideral; es el calor humano puesto en una tasa humeante y aromática; es la tarde inolvidablemente amorosa con la ser amada; es la tierra lejana y prodigiosa de donde proviene el cacao que se convierte en sueño, fortaleza, refugio y la siempre espera con sabor a chocolate en los labios.

El chocolate nos acompaña desde niños; desde la más tierna infancia, cuando la madre de uno pone en nuestros labios aquella pequeña barra sabrosa para que disfrutemos su sabor a vida. Ese sabor y ese aroma que nos acompañarán siempre, asociados a ese prodigio que es el amor materno.

También, cuando ya niños traviesos, madre nos planta frente a una tasa de chocolate que en Oaxaca se toma en agua hirviente para mantener su sabor original, el que saboreamos con un buen pan de yema y que al contacto con nuestro paladar se convierte en el mejor recuerdo que jamás podremos llevar por el mundo, por la tierra, por el universo... De hecho, por el torrente sanguíneo de Oaxaca corre chocolate.

El chocolate está en las mesas de todo el mundo. En distintas presentaciones. En distintas muestras de sabor y delicatessen. Ya como bebida caliente –o fría--, o como barra o como burbuja de chocolate o como bombones “bañados en chocolate”. ¿Quién que quiere mostrar su amor no ha regalado “una cajita de chocolates”? (A falta de lana para regalar una caja de diamantes bañados en ‘chocolatote exprés pulverizado’).

Pero nada, no hay que ir tan lejos, ni a Suiza ni a Francia que es donde se dice que están “los mejores chocolates del mundo”.

Cuando en familia se tostaba el cacao sobre el comal de barro, y en mesa familiar se le quitaba la cascarilla, Madre lo molía en el metate por horas-horas-horas y al que se le daba calor para suavizar los granos del cacao que se mezclan con canela, almendras, azúcar y mucha fortaleza... Luego de la larga espera, pedíamos que nos dieran los remanentes que saltaban a la orilla de la piedra mágica.

Ese era y es el mejor chocolate del mundo, caliente, recién hecho, recién fraguado, recién entregado a la vida en forma de polvo... de polvo enamorado, que dijera Francisco de Quevedo.

Se sabe de cierto que el cacao es originario de Mesoamérica. De México. El árbol del cacao es una planta que creció bajo los rayos del sol, pero protegiéndose de la inclemencia con árboles mayores que le daban sombra y temperatura apropiadas. Aun hoy en las siembras de cacao le procuran árboles madre, que les dan sombra y protección, temperatura y oxigenación.

Cuenta la leyenda que el dios Quetzalcóatl le dio a los toltecas los granos de cacao, para que su pueblo estuviera bien alimentado y así fueran personas estudiosas, sabias, artistas y artesanas.

Que Quetzalcóatl robó el árbol del cacao del paraíso donde vivían los dioses y plantó aquí el pequeño arbusto. Después de plantarlo, le pidió a Tláloc, el dios de la lluvia, que regara la tierra para que la planta se pudiera alimentar y crecer. Luego hizo una visita –ejem, si... ajá-- a Xochiquetzal, diosa del amor y la belleza, y le pidió que le diera al árbol flores hermosas. Con el tiempo la planta floreció y dio frutos de cacao.

El cacao, que es alimento de los dioses, fue considerado símbolo de riqueza. Utilizado como moneda entre distintos grupos originarios. Los aztecas, por ejemplo, decían que las semillas del cacao eran Quetzalcoatl, la personificación del dios de la sabiduría y tenía tanto valor que eran monedas de cambio o tributo (4 habas de cacao equivalía a una calabaza, 10 a un conejo y con 100 habas se podía comprar un esclavo).

De cualquier forma, beber el chocolate en agua era sólo para guerreros o personajes de la nobleza y, en algunos casos, se destinaba a fiestas o ritos. Se tomaba mezclado con semillas de zapote y maíz, que se comprimían en pequeñas bolitas o pastillas y se entregaban a los guerreros mezcladas con agua caliente.

También se preparaba con miel o flores, se le agregaba achiote, acuyo o hierba santa y también pinole. Al ser símbolo de riqueza, la jícara en donde se servía estaba adornada con una cucharadita de oro, plata o maderas preciosas.

Se llamó xocoatl, palabra náhuatl que se forma de las raíces xoco, que es 'amargo', y atl, que es 'agua'.

Y ¡ojo! Se le suponían poderes afrodisiacos a la bebida del cacao. El emperador Moctezuma –según Bernard Díaz del Castillo—tenía como preferencia la infusión, servida en copas de oro fino. Hacía traer suficiente bebida hecha con el cacao y la bebía. Decían que era para tener acceso con mujeres.

Y las propiedades amatorias permanecen aún hoy. Y pasan por la historia. Por ejemplo, se asegura que madame du Barry, servía chocolate a sus amantes antes del acto sexual. El mismísimo Casanova afirmó que se trataba de una bebida mucho más vigorizante que la champaña. En tanto, María Teresa de Austria llegó a tener descendencia negra con un esclavo, aunque ella argumentó que era debido a su excesivo consumo del chocolate (si, ajá... quién sabe en qué presentación).

El chocolate fue llevado a Europa por los españoles. Un gran hallazgo que adoptaron de inmediato, aunque cambiaron su forma de elaboración; le agregaron leche, un poco de azúcar, canela y otras especias. De ahí en adelante pasó a Francia e Italia, en donde causó sensación. En adelante el mundo habría de disfrutar la bebida xocoatl, de la que no se separa ni de noche ni de día.

Y el mundo pedía más y más cacao-chocolate. Mesoamérica no podía satisfacer la gran demanda por lo que los españoles llevaron su cultivo a África, en donde hoy mismo se produce la mayor cantidad del cacao en el mundo. Esto es: los principales países productores de cacao hoy son Costa de Marfil, Ghana, Indonesia, Nigeria, Brasil, Camerún Ecuador y Malasia. México ocupa el onceavo lugar en la producción de cacao con más 22 mil toneladas al año.

Del chocolate se han hecho obras literarias, música, teatro, películas... por ejemplo, “Señor Chocolate” –la historia de un payasito negro al que llaman así: Chocolate; o “Chocolate” en la que Juliette Binoche, en su soledad, elabora los mejores chocolates del pueblo y recupera sus virtudes afrodisiacas.

Porque eso es: de pronto el chocolate no sólo fue consumido como bebida caliente o fría, se convirtió en tabletas, en barras, en pequeños dulces con distintos añadidos, pero siempre con predominio del chocolate, del que se ha dicho:

“Las cuentas claras y el chocolate, espeso”; “El chocolate excelente, para que cause placer, cuatro cosas debe ser: espeso, dulce y caliente y de manos de mujer”; “Que tan santo es el chocolate, que de rodillas se muele, juntando las manos se bate y mirando al cielo se bebe”; “Choco me dice la gente, late mi corazón. El que no sepa mi nombre, es un gran pendejón”; “Ni amigo reconciliado, ni chocolate recalentado”; “Invierno buen tiempo para el herrero, el panadero y el chocolatero”.

¡Y no le buigan, que ando como agua para chocolate!


Hay un fragmento en el libro de Fernando del Paso, Noticias del Imperio, en el que relata la visita de la emperatriz Carlota al papa Pío Nono, en el Vaticano. Era 1867 y ella fue a pedir su ayuda para salvar la vida del archiduque Maximiliano. Se acerca a la mesa del desayuno del prelado y sin más mete sus dedos en la tasa que contiene, ni más ni menos, que chocolate proveniente de México.

“... Pero yo lo único que quería era mojar los dedos en ese líquido ardiente y espumoso que me habría de quemar y tostar la piel, y me abalancé sobre el tazón, metí los dedos en el chocolate del Papa, y me los chupé...”. Tarde, porque Max ya había sido fusilado por órdenes de Benito Juárez el 19 de junio de ese año. Imperaba la República Mexicana.

Ese era uno de los recuerdos que aún permanecían en la mente de aquella princesa de Bélgica, hija del rey Leopoldo I y quien tiempo después de su aventura mexicana habría de perder la memoria y el sentido de la vida: el chocolate, aquel que tanto le gustaba y que entre 1864 y 1867 se ofrecía de tarde en tarde en el Castillo de Chapultepec a “su corte” y a quienes visitaran a ‘los monarcas’.

Eso es. El chocolate es inolvidable. ¿A quién no le gusta el chocolate? A muy pocos en el mundo. El chocolate es sabor agradable e intenso; es aroma, compañía, es delicia, es recuerdo, es expresión de amor, es locura insaciable, es memoria sin olvido, es aquella tarde de frio invierno en Siberia.

Es la barra salvadora de vidas en el frio inmenso de los glaciares como también en el espacio sideral; es el calor humano puesto en una tasa humeante y aromática; es la tarde inolvidablemente amorosa con la ser amada; es la tierra lejana y prodigiosa de donde proviene el cacao que se convierte en sueño, fortaleza, refugio y la siempre espera con sabor a chocolate en los labios.

El chocolate nos acompaña desde niños; desde la más tierna infancia, cuando la madre de uno pone en nuestros labios aquella pequeña barra sabrosa para que disfrutemos su sabor a vida. Ese sabor y ese aroma que nos acompañarán siempre, asociados a ese prodigio que es el amor materno.

También, cuando ya niños traviesos, madre nos planta frente a una tasa de chocolate que en Oaxaca se toma en agua hirviente para mantener su sabor original, el que saboreamos con un buen pan de yema y que al contacto con nuestro paladar se convierte en el mejor recuerdo que jamás podremos llevar por el mundo, por la tierra, por el universo... De hecho, por el torrente sanguíneo de Oaxaca corre chocolate.

El chocolate está en las mesas de todo el mundo. En distintas presentaciones. En distintas muestras de sabor y delicatessen. Ya como bebida caliente –o fría--, o como barra o como burbuja de chocolate o como bombones “bañados en chocolate”. ¿Quién que quiere mostrar su amor no ha regalado “una cajita de chocolates”? (A falta de lana para regalar una caja de diamantes bañados en ‘chocolatote exprés pulverizado’).

Pero nada, no hay que ir tan lejos, ni a Suiza ni a Francia que es donde se dice que están “los mejores chocolates del mundo”.

Cuando en familia se tostaba el cacao sobre el comal de barro, y en mesa familiar se le quitaba la cascarilla, Madre lo molía en el metate por horas-horas-horas y al que se le daba calor para suavizar los granos del cacao que se mezclan con canela, almendras, azúcar y mucha fortaleza... Luego de la larga espera, pedíamos que nos dieran los remanentes que saltaban a la orilla de la piedra mágica.

Ese era y es el mejor chocolate del mundo, caliente, recién hecho, recién fraguado, recién entregado a la vida en forma de polvo... de polvo enamorado, que dijera Francisco de Quevedo.

Se sabe de cierto que el cacao es originario de Mesoamérica. De México. El árbol del cacao es una planta que creció bajo los rayos del sol, pero protegiéndose de la inclemencia con árboles mayores que le daban sombra y temperatura apropiadas. Aun hoy en las siembras de cacao le procuran árboles madre, que les dan sombra y protección, temperatura y oxigenación.

Cuenta la leyenda que el dios Quetzalcóatl le dio a los toltecas los granos de cacao, para que su pueblo estuviera bien alimentado y así fueran personas estudiosas, sabias, artistas y artesanas.

Que Quetzalcóatl robó el árbol del cacao del paraíso donde vivían los dioses y plantó aquí el pequeño arbusto. Después de plantarlo, le pidió a Tláloc, el dios de la lluvia, que regara la tierra para que la planta se pudiera alimentar y crecer. Luego hizo una visita –ejem, si... ajá-- a Xochiquetzal, diosa del amor y la belleza, y le pidió que le diera al árbol flores hermosas. Con el tiempo la planta floreció y dio frutos de cacao.

El cacao, que es alimento de los dioses, fue considerado símbolo de riqueza. Utilizado como moneda entre distintos grupos originarios. Los aztecas, por ejemplo, decían que las semillas del cacao eran Quetzalcoatl, la personificación del dios de la sabiduría y tenía tanto valor que eran monedas de cambio o tributo (4 habas de cacao equivalía a una calabaza, 10 a un conejo y con 100 habas se podía comprar un esclavo).

De cualquier forma, beber el chocolate en agua era sólo para guerreros o personajes de la nobleza y, en algunos casos, se destinaba a fiestas o ritos. Se tomaba mezclado con semillas de zapote y maíz, que se comprimían en pequeñas bolitas o pastillas y se entregaban a los guerreros mezcladas con agua caliente.

También se preparaba con miel o flores, se le agregaba achiote, acuyo o hierba santa y también pinole. Al ser símbolo de riqueza, la jícara en donde se servía estaba adornada con una cucharadita de oro, plata o maderas preciosas.

Se llamó xocoatl, palabra náhuatl que se forma de las raíces xoco, que es 'amargo', y atl, que es 'agua'.

Y ¡ojo! Se le suponían poderes afrodisiacos a la bebida del cacao. El emperador Moctezuma –según Bernard Díaz del Castillo—tenía como preferencia la infusión, servida en copas de oro fino. Hacía traer suficiente bebida hecha con el cacao y la bebía. Decían que era para tener acceso con mujeres.

Y las propiedades amatorias permanecen aún hoy. Y pasan por la historia. Por ejemplo, se asegura que madame du Barry, servía chocolate a sus amantes antes del acto sexual. El mismísimo Casanova afirmó que se trataba de una bebida mucho más vigorizante que la champaña. En tanto, María Teresa de Austria llegó a tener descendencia negra con un esclavo, aunque ella argumentó que era debido a su excesivo consumo del chocolate (si, ajá... quién sabe en qué presentación).

El chocolate fue llevado a Europa por los españoles. Un gran hallazgo que adoptaron de inmediato, aunque cambiaron su forma de elaboración; le agregaron leche, un poco de azúcar, canela y otras especias. De ahí en adelante pasó a Francia e Italia, en donde causó sensación. En adelante el mundo habría de disfrutar la bebida xocoatl, de la que no se separa ni de noche ni de día.

Y el mundo pedía más y más cacao-chocolate. Mesoamérica no podía satisfacer la gran demanda por lo que los españoles llevaron su cultivo a África, en donde hoy mismo se produce la mayor cantidad del cacao en el mundo. Esto es: los principales países productores de cacao hoy son Costa de Marfil, Ghana, Indonesia, Nigeria, Brasil, Camerún Ecuador y Malasia. México ocupa el onceavo lugar en la producción de cacao con más 22 mil toneladas al año.

Del chocolate se han hecho obras literarias, música, teatro, películas... por ejemplo, “Señor Chocolate” –la historia de un payasito negro al que llaman así: Chocolate; o “Chocolate” en la que Juliette Binoche, en su soledad, elabora los mejores chocolates del pueblo y recupera sus virtudes afrodisiacas.

Porque eso es: de pronto el chocolate no sólo fue consumido como bebida caliente o fría, se convirtió en tabletas, en barras, en pequeños dulces con distintos añadidos, pero siempre con predominio del chocolate, del que se ha dicho:

“Las cuentas claras y el chocolate, espeso”; “El chocolate excelente, para que cause placer, cuatro cosas debe ser: espeso, dulce y caliente y de manos de mujer”; “Que tan santo es el chocolate, que de rodillas se muele, juntando las manos se bate y mirando al cielo se bebe”; “Choco me dice la gente, late mi corazón. El que no sepa mi nombre, es un gran pendejón”; “Ni amigo reconciliado, ni chocolate recalentado”; “Invierno buen tiempo para el herrero, el panadero y el chocolatero”.

¡Y no le buigan, que ando como agua para chocolate!


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