/ viernes 5 de marzo de 2021

Hojas de papel volando | Los nacionalistas mexicanos

La música de Veracruz es alegre, jubilosa, compartida. A través de la música, los veracruzanos expresan su forma de entenderse de Veracruz y serlo. Es el resumen de muchos años de unidad, de identidad y de carácter. De luchas y defensas. Los veracruzanos no saben estarse quietos ni saben estar callados. Son así. Les gusta ser así. A veces extremos, pero las más de las veces cordiales y de abrazo completo.

Su música los dibuja de manera exacta, aunque también, de pronto, su canto es romántico, tenue e íntimo, para mirar al mar y la luz de luna y las estrellas; pero con más frecuencia es ese estruendo que es la efervescencia del sin cadenas ni candado.

Era natural que al maestro Carlos Chávez (1899-1978), compositor y director de orquesta y de instituciones musicales, quisiera recoger algo de ese ánimo festivo para darle unidad, intensidad, emoción, sensibilidad, aire monumental y profundidad nacionales.

Así que a finales de los años treinta mandó a quien fuera su alumno de composición en el Conservatorio Nacional de México, José Pablo Moncayo, para que escuchara aquella música e hiciera “algo” con ella, con aquellos aires e instrumentos en tono nacional-mexicano.

Moncayo se fue a Alvarado, Veracruz, para acudir al ‘fandango’ en donde escuchó algunos de los sones que ahí se tocaban, entre ellos, El Balajú, El Gavilancito, El Siquisirí y El pájaro Cu.

De ahí surgió el “Huapango”; una composición luminosa, al mismo tiempo festiva como a punto de reflexión y hondura. Pero sobre todo de dignidad, de algarabía y solidez de una raza de la que habría que sentirse orgullosos: el ser mexicano, como parte de nuestra naturaleza y como esencia de nuestra forma de ser y decir y vivir y aspirar a tiempos mejores. Ese era el espíritu colectivo.

Porque cuando Moncayo compuso aquel “Huapango” era el momento de reconocernos como país, como nación y como terruño defendible de cualquier amenaza interna o externa.

Era la Segunda Guerra Mundial (1939 y 1945) y nuestro país estaba a la expectativa de poner a prueba a sus hombres y su fortaleza. Y ser mexicano en ese momento requería de nuestra identidad nacional y el valor de la herencia prehispánica y en las gestas sociales para mostrar a un país, fuerte, con coraje y orgullo de ser: y en su defensa.

El nacionalismo estaba en el cine, la literatura, la plástica, el teatro. Los grandes muralistas mexicanos despliegan gran parte de su obra en aquellos años. Su ideal socialista. Su idea de recuperar los valores indígenas. Lo mexicano como ejemplo de ser universal con valores supremos y orgullo de origen. Eran los años 30-40. Eran años de profundo amor a la patria, que es padre.

Surge entonces el movimiento nacionalista musical, encabezado por Carlos Chávez, Candelario Huízar, Silvestre Revueltas, el que inocularon a sus estudiantes, quienes abrevaron ese espíritu patriótico. Surgen obras que aún perduran, de orgullo y fortaleza: “Huapango”; “Sones de mariachi”; “Tribu”; “Danza Negra”; “Paisaje”, "Uchben X'coholte".

La más emblemática es “Huapango” o “Huapango de Moncayo”. La compuso un muy joven compositor (29 años) que había llegado con sus padres en 1927 al Distrito Federal desde Guadalajara, en donde nació el 29 de junio de 1912.

En 1929 ingresó en el Conservatorio Nacional de Música donde estudió armonía con Candelario Huízar y composición con Carlos Chávez, aunque para poder pagar sus estudios trabajó como pianista en restaurantes, salones de fiesta y de pronto en alguna estación de radio en las que tocaba el piano para acompañar a los cantantes de moda: Emilio Tuero, Pedro Vargas, Jorge Negrete.

Su primera obra muy reconocida data de 1934: "Sonata para viola y piano", Y es precisamente en ese año cuando se une con Blas Galindo, Daniel Ayala y Salvador Contreras, sus compañeros de Conservatorio, para formar el Grupo de los Cuatro, para fomentar la música culta mexicana.

‘El primer concierto del grupo de los cuatro destinado a presentar sus propias obras fue el 25 de noviembre de 1935 en el Teatro Orientación de la Ciudad de México. Moncayo estrenó "Amatzinac", una obra para flauta y cuarteto clásico.’

Moncayo alcanzó un alto nivel académico-musical, en México y en Estados Unidos (1942) en donde perfeccionó sus estudios con Aaron Copland, el compositor estadounidense que durante sus permanencias en México (1933-34) compuso el famoso “Salón México” para orquesta sinfónica.

Pero junto a él están estos otros compositores de los que poco se habla y se interpreta pero que son, al mismo tiempo, fuertes pilares de la música formal mexicana por novedosos y universales.

Uno de ellos fue Salvador Contreras. Le conocí. Fue mi maestro. Niños que éramos de secundaria no alcanzábamos a comprender la enormidad de quien estaba frente a nosotros en el salón de clases, aunque el director de la escuela nos lo hacía ver, y su generosidad al aceptar enseñar a niños a los que nos importaba más el fut bol, el beis bol o la gimnasia que el do-re-mi-fa-sol-... Y quienes queríamos “bailar rock and roll con las chamacas...”

Nació con la Revolución Mexicana, en 1910, en Cuerámaro, Guanajuato. Cuando lo conocí ya era un hombre mayor, serio, silencioso, siempre de traje obscuro, dispuesto a esperar a que el grupo guardara silencio, pero cuando se apoderaba de ese silencio nos introducía en la música, en el color, en la emoción musical. Y nos hacía cantar “A la orilla de un palmar...”; “Desterrado me fui para el muey...”, a coro. Del que se sentía orgulloso. Aunque nuestro coco era el famoso “solfeo”.

¿Por qué enseñar a niños que ni la debían ni la temían? Simple y sencillamente, hoy lo sé: Por su amor a la música y por la importancia que daba a la divulgación y a la sensibilidad musical. “La música aplaca a los leones”, decía y nos quería mucho, como sus alumnos latosos que éramos, también, como libro abierto, aprendíamos, cantábamos, y se nos llenaba el alma de música, porque eso “los va a hacer niños buenos”. ¿Lo fuimos? Ojalá, maestro Salvador Contreras.

Aquel maestro bueno y generoso había sido parte del Grupo de Los Cuatro que en los treinta-cuarenta aportaron lustre, luminosidad y pasión a la música mexicana, a su forma de frasear, de decir las cosas, de conectarse con la emoción y la pasión popular puesta en arte musical sinfónico. ¡Saludos, Maestro!

Y está, Blas Galindo, nacido en San Gabriel, Jalisco en 1910, de origen huichol y con una enorme carga musical desde niño. Su obra es enorme y tan sólo él tendría que explicarse en un texto de largo extenso. Sus “Sones de Mariachi” siguen siendo parte del repertorio musical de México.

Y está, también, Daniel Ayala Pérez, otro del Grupo de los Cuatro, que nació en 1906 en Abalá, Yucatán. Fue alumno de Manuel M. Ponce, Vicente T. Mendoza, Carlos Chávez, de Candelario Huizar y de Silvestre Revueltas en el Conservatorio Nacional de Música al que ingreso en 1927

En 1931 ya era segundo violinista de la Orquesta Sinfónica de México. En 1942 fundó la Orquesta Típica Yukalpetén y en 1944 director de la Orquesta Sinfónica de Mérida y del Conservatorio de Yucatán. Su obra "El Hombre Maya", fue estrenada en Washington, DC, en el escenario flotante "Water Gate" a las orillas del río Potomac.

Hizo una obra muy extensa para orquesta sinfónica, de cámara... "Uchben X'coholte", "El Grillo", "U Kayil Chaac", "Tribu", "Paisaje", "Panoramas de México", "Feria", "Vidrios Rotos", "Los Yaquis"...

Y, todo esto, es porque hace falta reencontrarnos con nuestra música y con nuestra identidad mexicana hoy tan dispersa, tan dolida y tan cuesta abajo. No en tono del nacionalismo ramplón, irracional y de grito y sombrerazo.

Sí en tono de reencontrarnos en nuestros valores, en nuestra grandeza de raza, en nuestras enormes posibilidades de salirnos del día a día para trascender. Ser mexicanos es ser únicos en un país único y todos juntos con un destino indivisible y trascendente.

A pesar de los pesares, a pesar de las confrontaciones y polarizaciones a las que se nos quiere conducir hoy; porque ser mexicanos es mucho más que discrepancia ideológica; sí con libertades y derechos a salvo. Es estar juntos en momentos de extrema condición humana, sin odios de otros, ni sus rencores. Volver la vista a nuestra música nacional mexicana es bueno, porque “Donde música hubiere, cosa mala no existiere”, dice Don Quijote a Sancho.

La música de Veracruz es alegre, jubilosa, compartida. A través de la música, los veracruzanos expresan su forma de entenderse de Veracruz y serlo. Es el resumen de muchos años de unidad, de identidad y de carácter. De luchas y defensas. Los veracruzanos no saben estarse quietos ni saben estar callados. Son así. Les gusta ser así. A veces extremos, pero las más de las veces cordiales y de abrazo completo.

Su música los dibuja de manera exacta, aunque también, de pronto, su canto es romántico, tenue e íntimo, para mirar al mar y la luz de luna y las estrellas; pero con más frecuencia es ese estruendo que es la efervescencia del sin cadenas ni candado.

Era natural que al maestro Carlos Chávez (1899-1978), compositor y director de orquesta y de instituciones musicales, quisiera recoger algo de ese ánimo festivo para darle unidad, intensidad, emoción, sensibilidad, aire monumental y profundidad nacionales.

Así que a finales de los años treinta mandó a quien fuera su alumno de composición en el Conservatorio Nacional de México, José Pablo Moncayo, para que escuchara aquella música e hiciera “algo” con ella, con aquellos aires e instrumentos en tono nacional-mexicano.

Moncayo se fue a Alvarado, Veracruz, para acudir al ‘fandango’ en donde escuchó algunos de los sones que ahí se tocaban, entre ellos, El Balajú, El Gavilancito, El Siquisirí y El pájaro Cu.

De ahí surgió el “Huapango”; una composición luminosa, al mismo tiempo festiva como a punto de reflexión y hondura. Pero sobre todo de dignidad, de algarabía y solidez de una raza de la que habría que sentirse orgullosos: el ser mexicano, como parte de nuestra naturaleza y como esencia de nuestra forma de ser y decir y vivir y aspirar a tiempos mejores. Ese era el espíritu colectivo.

Porque cuando Moncayo compuso aquel “Huapango” era el momento de reconocernos como país, como nación y como terruño defendible de cualquier amenaza interna o externa.

Era la Segunda Guerra Mundial (1939 y 1945) y nuestro país estaba a la expectativa de poner a prueba a sus hombres y su fortaleza. Y ser mexicano en ese momento requería de nuestra identidad nacional y el valor de la herencia prehispánica y en las gestas sociales para mostrar a un país, fuerte, con coraje y orgullo de ser: y en su defensa.

El nacionalismo estaba en el cine, la literatura, la plástica, el teatro. Los grandes muralistas mexicanos despliegan gran parte de su obra en aquellos años. Su ideal socialista. Su idea de recuperar los valores indígenas. Lo mexicano como ejemplo de ser universal con valores supremos y orgullo de origen. Eran los años 30-40. Eran años de profundo amor a la patria, que es padre.

Surge entonces el movimiento nacionalista musical, encabezado por Carlos Chávez, Candelario Huízar, Silvestre Revueltas, el que inocularon a sus estudiantes, quienes abrevaron ese espíritu patriótico. Surgen obras que aún perduran, de orgullo y fortaleza: “Huapango”; “Sones de mariachi”; “Tribu”; “Danza Negra”; “Paisaje”, "Uchben X'coholte".

La más emblemática es “Huapango” o “Huapango de Moncayo”. La compuso un muy joven compositor (29 años) que había llegado con sus padres en 1927 al Distrito Federal desde Guadalajara, en donde nació el 29 de junio de 1912.

En 1929 ingresó en el Conservatorio Nacional de Música donde estudió armonía con Candelario Huízar y composición con Carlos Chávez, aunque para poder pagar sus estudios trabajó como pianista en restaurantes, salones de fiesta y de pronto en alguna estación de radio en las que tocaba el piano para acompañar a los cantantes de moda: Emilio Tuero, Pedro Vargas, Jorge Negrete.

Su primera obra muy reconocida data de 1934: "Sonata para viola y piano", Y es precisamente en ese año cuando se une con Blas Galindo, Daniel Ayala y Salvador Contreras, sus compañeros de Conservatorio, para formar el Grupo de los Cuatro, para fomentar la música culta mexicana.

‘El primer concierto del grupo de los cuatro destinado a presentar sus propias obras fue el 25 de noviembre de 1935 en el Teatro Orientación de la Ciudad de México. Moncayo estrenó "Amatzinac", una obra para flauta y cuarteto clásico.’

Moncayo alcanzó un alto nivel académico-musical, en México y en Estados Unidos (1942) en donde perfeccionó sus estudios con Aaron Copland, el compositor estadounidense que durante sus permanencias en México (1933-34) compuso el famoso “Salón México” para orquesta sinfónica.

Pero junto a él están estos otros compositores de los que poco se habla y se interpreta pero que son, al mismo tiempo, fuertes pilares de la música formal mexicana por novedosos y universales.

Uno de ellos fue Salvador Contreras. Le conocí. Fue mi maestro. Niños que éramos de secundaria no alcanzábamos a comprender la enormidad de quien estaba frente a nosotros en el salón de clases, aunque el director de la escuela nos lo hacía ver, y su generosidad al aceptar enseñar a niños a los que nos importaba más el fut bol, el beis bol o la gimnasia que el do-re-mi-fa-sol-... Y quienes queríamos “bailar rock and roll con las chamacas...”

Nació con la Revolución Mexicana, en 1910, en Cuerámaro, Guanajuato. Cuando lo conocí ya era un hombre mayor, serio, silencioso, siempre de traje obscuro, dispuesto a esperar a que el grupo guardara silencio, pero cuando se apoderaba de ese silencio nos introducía en la música, en el color, en la emoción musical. Y nos hacía cantar “A la orilla de un palmar...”; “Desterrado me fui para el muey...”, a coro. Del que se sentía orgulloso. Aunque nuestro coco era el famoso “solfeo”.

¿Por qué enseñar a niños que ni la debían ni la temían? Simple y sencillamente, hoy lo sé: Por su amor a la música y por la importancia que daba a la divulgación y a la sensibilidad musical. “La música aplaca a los leones”, decía y nos quería mucho, como sus alumnos latosos que éramos, también, como libro abierto, aprendíamos, cantábamos, y se nos llenaba el alma de música, porque eso “los va a hacer niños buenos”. ¿Lo fuimos? Ojalá, maestro Salvador Contreras.

Aquel maestro bueno y generoso había sido parte del Grupo de Los Cuatro que en los treinta-cuarenta aportaron lustre, luminosidad y pasión a la música mexicana, a su forma de frasear, de decir las cosas, de conectarse con la emoción y la pasión popular puesta en arte musical sinfónico. ¡Saludos, Maestro!

Y está, Blas Galindo, nacido en San Gabriel, Jalisco en 1910, de origen huichol y con una enorme carga musical desde niño. Su obra es enorme y tan sólo él tendría que explicarse en un texto de largo extenso. Sus “Sones de Mariachi” siguen siendo parte del repertorio musical de México.

Y está, también, Daniel Ayala Pérez, otro del Grupo de los Cuatro, que nació en 1906 en Abalá, Yucatán. Fue alumno de Manuel M. Ponce, Vicente T. Mendoza, Carlos Chávez, de Candelario Huizar y de Silvestre Revueltas en el Conservatorio Nacional de Música al que ingreso en 1927

En 1931 ya era segundo violinista de la Orquesta Sinfónica de México. En 1942 fundó la Orquesta Típica Yukalpetén y en 1944 director de la Orquesta Sinfónica de Mérida y del Conservatorio de Yucatán. Su obra "El Hombre Maya", fue estrenada en Washington, DC, en el escenario flotante "Water Gate" a las orillas del río Potomac.

Hizo una obra muy extensa para orquesta sinfónica, de cámara... "Uchben X'coholte", "El Grillo", "U Kayil Chaac", "Tribu", "Paisaje", "Panoramas de México", "Feria", "Vidrios Rotos", "Los Yaquis"...

Y, todo esto, es porque hace falta reencontrarnos con nuestra música y con nuestra identidad mexicana hoy tan dispersa, tan dolida y tan cuesta abajo. No en tono del nacionalismo ramplón, irracional y de grito y sombrerazo.

Sí en tono de reencontrarnos en nuestros valores, en nuestra grandeza de raza, en nuestras enormes posibilidades de salirnos del día a día para trascender. Ser mexicanos es ser únicos en un país único y todos juntos con un destino indivisible y trascendente.

A pesar de los pesares, a pesar de las confrontaciones y polarizaciones a las que se nos quiere conducir hoy; porque ser mexicanos es mucho más que discrepancia ideológica; sí con libertades y derechos a salvo. Es estar juntos en momentos de extrema condición humana, sin odios de otros, ni sus rencores. Volver la vista a nuestra música nacional mexicana es bueno, porque “Donde música hubiere, cosa mala no existiere”, dice Don Quijote a Sancho.

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