/ viernes 4 de junio de 2021

Hojas de papel volando | Macedonio Alcalá

¿Se ha preguntado qué sería de la humanidad si no hubiera música? ¿Cómo sería este mundo y esta vida sin los acordes musicales, sin la melodía, sin la armonía, sin el ritmo, sin los instrumentos musicales y, sobre todo, sin la creación musical? ¿Hubiéramos encontrado otra forma para despertar y transmitir nuestras más intensas emociones e intensidades y vivirlas?

¿Se imagina usted a una tribu africana sin música, sin el sentimiento de vida que se percibe cuando danzan, baila, cantan, interpretan, tocan sus instrumentos de percusión con toda esa intensidad? ¿O cómo seríamos los mexicanos, para no ir tan lejos, sin nuestra música; sin mariachis, sin los grupos norteños, sin las sinfónicas o cuartetos o músicos hechos y derechos o cantantes a la altura del arte, como son los que tenemos?

Una vida silenciosa. Callada. Mustia. Sin hilos transmisores entre seres vivientes. Vidas casi robóticas que se mueven de un lado a otro sin una detente, sin emoción y sin el nerviosismo vital y emotivo que produce en nuestras entrañas la música. Mundo terrorífico ese.

Por supuesto existirían las otras artes. Porque el ser humano es por sí mismo creativo y expresivo. Es inquieto y quiere decirles a los otros la manera como concibe el mundo, su propio mundo y el mundo ideal: Pintura, escultura, arquitectura, literatura, teatro, cine... ¿Se imagina las enormes películas que nos emocionan y nos motivan, si no tuvieran música?

Pero como sí hay música, como el ser humano la creó, le nació del alma, de los cinco sentidos y de sus ganas de estar con otros para disfrutarla y decirles con música lo que siente, lo que le duele o lo hace feliz, lo que lo emociona o lo entristece, lo que lo enaltece como lo que lo somete..., entonces la cosa ya es distinta.

¿Cómo sería la música en el origen humano? Sonidos. Tronar de dedos. Silbidos. Percusión en conchas de tortugas; choque acompasado de varas con varas... y de ahí en adelante. El hombre encontró que la música era buena y la hizo para sí.

Y en adelante la música envuelve a la vida del ser humano. Lo protege. Lo acompaña. Lo conduce. Lo hace que brinque o que se aquiete, que piense o se exalte. Y le inyecta valores y emociones. Le recuerda que la música está ahí para acompañarlo en las duras y en las maduras; en los tiempos de tronar cohetes y en los de recoger las varas...

Nuestra identidad se descubre en nuestros gustos musicales. No sólo los del momento. Sino también los que están en nuestros recuerdos... “La música que llegó para quedarse” o “Música ligada a su recuerdo” o... Uno descubre su edad cuando escucha sus éxitos en Radio Universal.

Y hay música que nos identifica como parte de algo; como parte del espíritu, de nuestra naturaleza, de nuestro origen y destino: La cultura de la que somos y por qué somos así. La que nos dice “de aquí eres y aquí te quedas”. Porque eso es: la música habla con nosotros y nos recuerda que le pertenecemos y que nos pertenece, es una relación de amor con la música que siempre está ahí.

Por ejemplo: Cuando un oaxaqueño, en donde quiera que se encuentre, escucha el “Dios nunca muere” se le ‘enchina el cuero’; se intensifican los recuerdos y se atosiga el alma con la memoria de aquel día... cualquier día, cuando se era niño, cuando los aromas, los colores, las luces y los ruidos comenzaron a ser parte de nuestra esencia humana y cultural.

Y es que “Dios nunca muere” está ahí siempre, desde que nacemos hasta que se ha cumplido la tarea.

Unos de los primeros acordes que escuchamos desde que tenemos conciencia del primer “cuchi-cuchi” maternal es esta melodía que se toca en todo momento, en las fiestas colectivas, en las primeras comuniones, en las bodas, en los bautizos, en las mayordomías, con cualquier pretexto festivo o triste está ahí porque se toca al despertar como también al despedirnos para siempre: es así que ya no se va tan sólo.

Cuando inicia la Guelaguetza cada año, que es la fiesta patriarca de nosotros en julio, se toca el “Dios nunca muere” y los oaxaqueños que están presentes se aquietan, se ponen de pie y se tocan el corazón para escuchar con toda veneración y respeto.

Es la manera de decir: ‘Aquí estamos. Esto somos. Nos queremos así’... ¿Por qué? Simple y sencillamente porque es la música que más queremos, la que nos identifica y nos da cohesión e historia ¿Por qué?... pues eso. ¿Por qué es así? Pregúntenle al cielo por qué es azul o al sol por qué brilla o a la luna por qué ilumina o al agua por qué sabe tan sabrosa... a ver.

Este vals lo compuso Macedonio Alcalá. Un músico oaxaqueño que nació en la capital del estado el 12 de septiembre de 1831, el año en el que en Varsovia, Frédéric Chopin levantaba vuelo como pianista y compositor musical, y el año en el que el violín diabólico de Paganini ya sacudía al auditorio europeo con su virtuosismo y su intensidad... buen presagio.

Fue el tercer hijo de don Gabriel Alcalá y de Tomasa Antonia Prieto. Desde muy niño le daba por la música, aunque también tomó clases de poesía, redacción, composición clásica y aprendió a tocar piano, órgano, violín, violonchelo, contrabajo y guitarra. Su fuerte fue el violín, siempre. Asistió, junto con sus hermanos Nabor, Bernardino y Bernabé a tomar clases de música a la escuela de don José Domingo Martínez. Fue alumno destacado.

Más tarde, el gobierno de Oaxaca le otorgó una beca para seguir sus estudios de música en la Ciudad de México. Regresó para ser parte de la Orquesta Filarmónica de Santa Cecilia y más tarde director de la Banda de Música de Oaxaca.

No era un improvisado en el arte musical. En lo que respecta a sus composiciones, dejó varias obras de distinto calibre: “Marcha fúnebre”; “Solo Dios en los cielos”, “El cohete” y “Ave María”...

Muy joven aún, cambió su domicilio a Santo Domingo Yanhuitlán. Ahí conoció a Petronila Palacios con quien se casó el 30 de julio de 1854, a los 23 años, y tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer. Aunque él era reconocido como un músico consumado, no ganaba suficiente dinero en su profesión para mantener a su familia.

En 1850 formó su grupo musical y le iba regular tocando en fiestas, en banquetes, en salones, en “gallos” –que son serenatas--, pero no ganaba lo suficiente para mantener a la familia. Le dio por ‘la bohemia perniciosa’ por eso: porque estaba en la última pregunta.

Así se mantuvo por años, hasta que enfermó grave. Y aquí viene la historia que oralmente se transmite desde entonces:

‘Se relata que su compadre, el flautista José Maqueo, lo fue a visitar ya en sus últimos días. Lo acompañó más de dos horas y al despedirse, sin que se diera cuenta Macedonio, bajo la almohada le dejó cuarenta pesos.

‘Al día siguiente encontró el dinero que tanta falta le hacía. Le expresó a su mujer: “Mira, Dios nunca muere, nuestro Padre siempre consuela al afligido”. Entonces con esfuerzo y gran inspiración compuso su vals ‘Dios nunca muere’. Luego llamó a uno de sus hijos y le dijo: “Llévaselo a Maqueo, con toda mi gratitud”.

‘Pocos días después, dejó de existir.’ Según este relato, fue su última composición. La obra está fechada en 1868. El 24 de agosto de 1869 murió por tuberculosis en Oaxaca. Tenía 38 años.

Otro relato refiere que campesinos de Tlacolula, en los valles centrales de Oaxaca, le pidieron que escribiera una pieza musical dedicada a la Patrona del pueblo. Para ello le pagaron 12 pesos en plata. Y enfermo como estaba, compuso “Dios nunca muere” como gratitud porque necesitaba con urgencia el dinero.

Poco tiempo después de su muerte, su hermano Bernabé publicó el vals "Dios nunca muere" bajo su nombre, pero campesinos oaxaqueños que conocían de quién era el vals protestaron y demostraron que el trabajo era obra de Macedonio. Ya en 1955 el músico Vicente Garrido le puso letra al vals que originalmente no la tenía, para que lo cantara Pedro Infante. Bueno.

En todo caso ahí está. Es parte de la musicalización de un estado y de un país que se resiste a perder la identidad y nunca olvida que, a pesar de los avatares, diferencias, encuentros y desencuentros, la vida es única en un tiempo y un espacio y que ese tiempo y ese espacio tienen fondo musical, el que nos acompaña siempre, por todos lados y todo el tiempo y el que nos dice: Bienvenido-Adiós.

¿Se ha preguntado qué sería de la humanidad si no hubiera música? ¿Cómo sería este mundo y esta vida sin los acordes musicales, sin la melodía, sin la armonía, sin el ritmo, sin los instrumentos musicales y, sobre todo, sin la creación musical? ¿Hubiéramos encontrado otra forma para despertar y transmitir nuestras más intensas emociones e intensidades y vivirlas?

¿Se imagina usted a una tribu africana sin música, sin el sentimiento de vida que se percibe cuando danzan, baila, cantan, interpretan, tocan sus instrumentos de percusión con toda esa intensidad? ¿O cómo seríamos los mexicanos, para no ir tan lejos, sin nuestra música; sin mariachis, sin los grupos norteños, sin las sinfónicas o cuartetos o músicos hechos y derechos o cantantes a la altura del arte, como son los que tenemos?

Una vida silenciosa. Callada. Mustia. Sin hilos transmisores entre seres vivientes. Vidas casi robóticas que se mueven de un lado a otro sin una detente, sin emoción y sin el nerviosismo vital y emotivo que produce en nuestras entrañas la música. Mundo terrorífico ese.

Por supuesto existirían las otras artes. Porque el ser humano es por sí mismo creativo y expresivo. Es inquieto y quiere decirles a los otros la manera como concibe el mundo, su propio mundo y el mundo ideal: Pintura, escultura, arquitectura, literatura, teatro, cine... ¿Se imagina las enormes películas que nos emocionan y nos motivan, si no tuvieran música?

Pero como sí hay música, como el ser humano la creó, le nació del alma, de los cinco sentidos y de sus ganas de estar con otros para disfrutarla y decirles con música lo que siente, lo que le duele o lo hace feliz, lo que lo emociona o lo entristece, lo que lo enaltece como lo que lo somete..., entonces la cosa ya es distinta.

¿Cómo sería la música en el origen humano? Sonidos. Tronar de dedos. Silbidos. Percusión en conchas de tortugas; choque acompasado de varas con varas... y de ahí en adelante. El hombre encontró que la música era buena y la hizo para sí.

Y en adelante la música envuelve a la vida del ser humano. Lo protege. Lo acompaña. Lo conduce. Lo hace que brinque o que se aquiete, que piense o se exalte. Y le inyecta valores y emociones. Le recuerda que la música está ahí para acompañarlo en las duras y en las maduras; en los tiempos de tronar cohetes y en los de recoger las varas...

Nuestra identidad se descubre en nuestros gustos musicales. No sólo los del momento. Sino también los que están en nuestros recuerdos... “La música que llegó para quedarse” o “Música ligada a su recuerdo” o... Uno descubre su edad cuando escucha sus éxitos en Radio Universal.

Y hay música que nos identifica como parte de algo; como parte del espíritu, de nuestra naturaleza, de nuestro origen y destino: La cultura de la que somos y por qué somos así. La que nos dice “de aquí eres y aquí te quedas”. Porque eso es: la música habla con nosotros y nos recuerda que le pertenecemos y que nos pertenece, es una relación de amor con la música que siempre está ahí.

Por ejemplo: Cuando un oaxaqueño, en donde quiera que se encuentre, escucha el “Dios nunca muere” se le ‘enchina el cuero’; se intensifican los recuerdos y se atosiga el alma con la memoria de aquel día... cualquier día, cuando se era niño, cuando los aromas, los colores, las luces y los ruidos comenzaron a ser parte de nuestra esencia humana y cultural.

Y es que “Dios nunca muere” está ahí siempre, desde que nacemos hasta que se ha cumplido la tarea.

Unos de los primeros acordes que escuchamos desde que tenemos conciencia del primer “cuchi-cuchi” maternal es esta melodía que se toca en todo momento, en las fiestas colectivas, en las primeras comuniones, en las bodas, en los bautizos, en las mayordomías, con cualquier pretexto festivo o triste está ahí porque se toca al despertar como también al despedirnos para siempre: es así que ya no se va tan sólo.

Cuando inicia la Guelaguetza cada año, que es la fiesta patriarca de nosotros en julio, se toca el “Dios nunca muere” y los oaxaqueños que están presentes se aquietan, se ponen de pie y se tocan el corazón para escuchar con toda veneración y respeto.

Es la manera de decir: ‘Aquí estamos. Esto somos. Nos queremos así’... ¿Por qué? Simple y sencillamente porque es la música que más queremos, la que nos identifica y nos da cohesión e historia ¿Por qué?... pues eso. ¿Por qué es así? Pregúntenle al cielo por qué es azul o al sol por qué brilla o a la luna por qué ilumina o al agua por qué sabe tan sabrosa... a ver.

Este vals lo compuso Macedonio Alcalá. Un músico oaxaqueño que nació en la capital del estado el 12 de septiembre de 1831, el año en el que en Varsovia, Frédéric Chopin levantaba vuelo como pianista y compositor musical, y el año en el que el violín diabólico de Paganini ya sacudía al auditorio europeo con su virtuosismo y su intensidad... buen presagio.

Fue el tercer hijo de don Gabriel Alcalá y de Tomasa Antonia Prieto. Desde muy niño le daba por la música, aunque también tomó clases de poesía, redacción, composición clásica y aprendió a tocar piano, órgano, violín, violonchelo, contrabajo y guitarra. Su fuerte fue el violín, siempre. Asistió, junto con sus hermanos Nabor, Bernardino y Bernabé a tomar clases de música a la escuela de don José Domingo Martínez. Fue alumno destacado.

Más tarde, el gobierno de Oaxaca le otorgó una beca para seguir sus estudios de música en la Ciudad de México. Regresó para ser parte de la Orquesta Filarmónica de Santa Cecilia y más tarde director de la Banda de Música de Oaxaca.

No era un improvisado en el arte musical. En lo que respecta a sus composiciones, dejó varias obras de distinto calibre: “Marcha fúnebre”; “Solo Dios en los cielos”, “El cohete” y “Ave María”...

Muy joven aún, cambió su domicilio a Santo Domingo Yanhuitlán. Ahí conoció a Petronila Palacios con quien se casó el 30 de julio de 1854, a los 23 años, y tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer. Aunque él era reconocido como un músico consumado, no ganaba suficiente dinero en su profesión para mantener a su familia.

En 1850 formó su grupo musical y le iba regular tocando en fiestas, en banquetes, en salones, en “gallos” –que son serenatas--, pero no ganaba lo suficiente para mantener a la familia. Le dio por ‘la bohemia perniciosa’ por eso: porque estaba en la última pregunta.

Así se mantuvo por años, hasta que enfermó grave. Y aquí viene la historia que oralmente se transmite desde entonces:

‘Se relata que su compadre, el flautista José Maqueo, lo fue a visitar ya en sus últimos días. Lo acompañó más de dos horas y al despedirse, sin que se diera cuenta Macedonio, bajo la almohada le dejó cuarenta pesos.

‘Al día siguiente encontró el dinero que tanta falta le hacía. Le expresó a su mujer: “Mira, Dios nunca muere, nuestro Padre siempre consuela al afligido”. Entonces con esfuerzo y gran inspiración compuso su vals ‘Dios nunca muere’. Luego llamó a uno de sus hijos y le dijo: “Llévaselo a Maqueo, con toda mi gratitud”.

‘Pocos días después, dejó de existir.’ Según este relato, fue su última composición. La obra está fechada en 1868. El 24 de agosto de 1869 murió por tuberculosis en Oaxaca. Tenía 38 años.

Otro relato refiere que campesinos de Tlacolula, en los valles centrales de Oaxaca, le pidieron que escribiera una pieza musical dedicada a la Patrona del pueblo. Para ello le pagaron 12 pesos en plata. Y enfermo como estaba, compuso “Dios nunca muere” como gratitud porque necesitaba con urgencia el dinero.

Poco tiempo después de su muerte, su hermano Bernabé publicó el vals "Dios nunca muere" bajo su nombre, pero campesinos oaxaqueños que conocían de quién era el vals protestaron y demostraron que el trabajo era obra de Macedonio. Ya en 1955 el músico Vicente Garrido le puso letra al vals que originalmente no la tenía, para que lo cantara Pedro Infante. Bueno.

En todo caso ahí está. Es parte de la musicalización de un estado y de un país que se resiste a perder la identidad y nunca olvida que, a pesar de los avatares, diferencias, encuentros y desencuentros, la vida es única en un tiempo y un espacio y que ese tiempo y ese espacio tienen fondo musical, el que nos acompaña siempre, por todos lados y todo el tiempo y el que nos dice: Bienvenido-Adiós.

ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 12 de abril de 2024

Hojas de papel | ¡Que se nos queman los bosques!

Son el pulmón del mundo, se dice, y también son el espacio en el que muchos encuentran una forma de vida, otros encuentran un refugio o acaso un escondite inexpugnable

Joel Hernández Santiago

viernes 05 de abril de 2024

Hojas de Papel | Guty y Tata: "De púrpura encendida"

Ignacio Fernández Esperón “Tata Nacho” escuchó las composiciones de Guty Cárdenas en su propia voz y descubrió que tenía un enorme talento y le ofreció su apoyo

Joel Hernández Santiago

viernes 29 de marzo de 2024

Hojas de Papel | El director lleva la batuta

La música es una revelación cotidiana. Vivimos con la música. Vivimos en la música. La música nos acompaña desde que nacemos y hasta el último suspiro

Joel Hernández Santiago

viernes 22 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Bueno… bueno… ¿Quién llama?

La verdad, eso del teléfono celular -o móvil, si quiere— se ha convertido en una solución, en un acercamiento entre los seres humanos, un romper distancias, un sentirse aquí y ahora todos juntos…

Joel Hernández Santiago

viernes 15 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Primavera sin mostaza

Pero ya está. Está aquí la primavera que estalla olorosa, brillante, sin mácula y con la ilusión del comienzo de un nuevo ciclo

Joel Hernández Santiago

viernes 08 de marzo de 2024

Hojas de Papel | Mujer que periodista es

Hoy muchas mujeres-periodistas de México están amenazadas. Viven su profesión con miedo. Viven el día a día informativo con temor a represalias, amenazas, venganzas

Joel Hernández Santiago

viernes 23 de febrero de 2024

Hojas de papel | Domingo de plaza en Tlacolula

Es domingo, día de plaza en Tlacolula, en los Valles Centrales de Oaxaca... Y hoy se viste de fiesta. ¡Si señor!

Joel Hernández Santiago

viernes 09 de febrero de 2024

Hojas de Papel | De amor y amistad: ¿Quién a mis puertas llama?

El sacerdote cristiano Valentín desobedeció al emperador romano Claudio II, a quien no le gustaba que sus soldados se casaran

Joel Hernández Santiago

Cargar Más