/ viernes 10 de diciembre de 2021

Hojas de Papel Volando | Viñeta del tiempo

¿Y cómo no hablar del tiempo si es el que nos marca, nos da plazo de entrega y de recibo?, es el que está ahí, encima de nosotros cubriéndolo todo y marcando límites, fechas, horarios; es el que le da espacio a nuestro amanecer y anochecer, el que nos marca en el rostro su paso irremediable, y en el cabello y en las distintas formas de entender la vida... la vida que es tiempo.

Cuando uno es niño no tiene mayor preocupación que el ser niño y tener todo lo que un niño quiere o puede tener; los grandes momentos de nuestra infancia están en la convivencia familiar como en la armonía con amigos. Acaso el gran problema es el de las responsabilidades básicas: estudiar, hacer tareas escolares, hacer labores domésticas en apoyo a la madre o trabajos firmes para el padre que nos enseña el qué y cómo.

Por supuesto hay miles, millones de niños en el mundo y, sobre todo en México, cuya preocupación también consiste en el día a día, en el trabajo cruel por infantil y porque las fuerzas del cuerpo humano apenas se están construyendo cuando ya se les exigen resultados tangibles, contantes y sonantes.

A veces el niño –muchos niños y niñas-- lo hace por voluntad propia en tanto el enorme sentido de la responsabilidad indestructible. Otras veces por la exigencia familiar de hacer acopio de recursos para la subsistencia de todos.

(La parte más cruel y trágica es cuando a ese niño, a esos niños y niñas, se les obliga bajo condiciones de crueldad física y mental al trabajo esclavo, vistos los pequeños como máquina de fabricación de recursos para malvados. Es así el robo de su infancia: su tiempo. Existe ese robo. Hay leyes para contener esto. Castigar a quien hace sufrir así a un niño debe ser delito de altísima catadura. ¿Se aplican leyes severas?)

En todo caso, decíamos, en aquellos primeros años los seres humanos no tenemos razón exacta del tiempo. El tiempo es uno y la vida de los demás que nos rodean. El tiempo es inexistente porque no tenemos conciencia de él, aunque esté ahí.

El tiempo para pensar en lo que se hará mañana y qué haremos con los hermanos y los amigos. El papá y la mamá siempre presentes cuando es así. Las cosas que nos gustan o nos disgustan. Pero –lo dicho- uno no piensa en “el tiempo”. Sí en las vicisitudes humanas más inmediatas y cercanas. Sí en el ‘aquí y ahora’. Y los días, las horas, los minutos y segundos tienen su medida exacta en nuestra vida. No más largos ni más cortos y los medimos por hechos.

Quizá el momento en el que comenzamos a atisbar el paso del tiempo es en la adolescencia, cuando percibimos cambios en nuestro cuerpo y en nuestra mente y en nuestro organismo interno. Cuando nuestro cuerpo nos lleva a descubrir cosas nuevas para él. Es cuando comienzan a surgir los recuerdos de antes y a inquietarnos por lo que seremos luego, no lejos todavía.

Por entonces nos volvemos introspectos, iracundos, calmados, exultantes; comenzamos con los secretos y no nos entendemos bien a bien: Es la infancia que se convierte en adolescencia, es tiempo sumado, aunque todavía muy poco... falta tiempo.

De pronto, sin proponérnoslo, ya somos jóvenes hechos y derechos; con la ley en la mano, con el mundo abierto a nuestros ojos como una puerta amplia desde donde se perciben enormes posibilidades de fortaleza o temor. Caminos a la vista que habremos de recorrer aun.

El tiempo entonces comienza a adquirir valor, hacia el futuro. “Me falta tiempo para esto”; “Me falta tiempo para lo otro”; “Apenas tengo tiempo para la familia”; “Estoy construyendo mi vida todavía con tiempo”... Y así.

Se es joven y se es rozagante y el mundo está a nuestros pies y el futuro nuestro y el futuro de todos. Marchamos hacia ese tiempo futuro cargados de emoción, de ambición, de sueños, de ilusiones o de preocupaciones por el ¿podré? ¿No podré? ¿Será? ¿No será?¡Si puedo! ¡Cómo chingaos no?

Por entonces la conciencia del tiempo comienza a adquirir peso específico en nuestras vidas; es tiempo de construcción de nuestro presente y nuestro futuro. El pasado pasa a un segundo plano y acaso de tiempo en tiempo recurrimos a él, es el momento del Carpe Diem; es el momento del minuto a minuto para llenar nuestro cántaro de posibilidades y de recursos, ya laborales, ya académicos, ya de conocimiento, ya de aspiraciones cercanas a la realidad.

El tiempo es nuestro aliado aunque no tengamos conciencia clara de lo que es el tiempo y aunque no sepamos que cada segundo que pasa ocurre tiempo para más...o para menos, pero en todo caso el tiempo aquí es ganancia.

Y damos paso a nuestras emociones que nos dan la incipiente madurez. El amor profundo. La amistad firme. La experiencia básica. El sentido de la responsabilidad. La locura del querer hacerlo todo y llenar nuestra vida de todo. El trabajo como factor de vida, que es tiempo.

¿Qué es el tiempo? ¿Somos nosotros el tiempo? ¿Son nuestros recuerdos? ¿Es nuestro presente único e irrepetible? ¿Es nuestro futuro brillante pero también incierto? Digamos que al calor de nuestras vidas el tiempo adquiere dimensión personal y única.

En todo caso el tiempo tiene su definición en lo concreto, como queda visto en la definición que hace la Real Academia de la Lengua Española:

“Del lat. tempus. 1. m. Duración de las cosas sujetas a mudanza. 2. m. Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo. 3. m. Parte de la secuencia de los sucesos.

“4. m. Época durante la cual vive alguien o sucede algo. 5. m. estación (‖ cada una de las cuatro partes del año). 6. m. edad (‖ tiempo vivido). 7. m. edad (‖ duración de una cosa). 8. m. Oportunidad, ocasión o coyuntura de hacer algo. A su tiempo. Ahora no es tiempo.” ... Y así.

Algunos dicen: “Dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia: "no hay espacio ni tiempo fuera del límite de tu universo"; 2. Período determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento: "¿cuánto tiempo falta para que empiece la película?"

En todo caso es en la madurez del ser humano cuando el tiempo adquiere una dimensión que tiene que ver con la vida: la vida pasada, lo que hoy ocurre y lo que habrá de seguir... Y esto tiene que ver con los recuerdos. Pero también es nuestro presente aún más valioso que nunca antes; y nuestro futuro único e irrepetible.

Que es cuando el tiempo adquiere valor de oro porque lo medimos con la única medida más exacta posible: nuestras vidas. Nuestra vida. Nuestras felicidades. Nuestras risas y carcajadas. Nuestros pesares. Nuestras posibilidades. Las metas alcanzadas y las metas que no lo fueron. La vida leve.

Y entonces como nunca antes lamentamos la ausencia de tantos amigos, colegas, queridos compañeros, familiares amados... Y nos sentamos y pensamos en lo valioso que ha sido el paso del tiempo, y el tiempo de ellos en nuestras vidas. Y en lo valioso del tiempo que aún falta por vivir.

Y nos alegramos. Porque a fin de cuentas el tiempo es motivo de alegría. Porque está ahí. Porque nos envuelve. Porque nos permite mirar alrededor y saber que hay un mundo expectante, un mundo cargado de gente que sueña, que trabaja, que se esfuerza que nos carga de cariño y de alegría la vida diaria y el minuto a minuto.

Porque hay arte, cultura, poesía y la alegoría del tiempo al que sabemos que existe pero del que pocas veces pensamos como un ente independiente de nosotros, porque no lo es, porque está con nosotros hoy y siempre.

Tiempo está en el brillo de luces multicolores al estallido de cohetes en el cielo infinito. Está en la “Sabia virtud de conocer el tiempo” que nos enseñó don Renato Leduc... El tiempo está en los autoretratos de Rembrandt que quiso observar el paso del tiempo en su mirada; está en el Cristo de Velázquez.

Está en la arquitectura mexicana de Barragán; está en las sinfonías de Gustav Mahler, en el Capricho Italiano de Tchaikowsky, en “Los olvidados” de Buñuel. El tiempo está en “Pedro Páramo” de Rulfo y en “Cien años de soledad” de García Márquez.

El tiempo está ahí... en el tronido de anular con pulgar... o en el entrecerrar los ojos mientras dura el suspiro del amor; ese es el tiempo... porque “El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí...


¿Y cómo no hablar del tiempo si es el que nos marca, nos da plazo de entrega y de recibo?, es el que está ahí, encima de nosotros cubriéndolo todo y marcando límites, fechas, horarios; es el que le da espacio a nuestro amanecer y anochecer, el que nos marca en el rostro su paso irremediable, y en el cabello y en las distintas formas de entender la vida... la vida que es tiempo.

Cuando uno es niño no tiene mayor preocupación que el ser niño y tener todo lo que un niño quiere o puede tener; los grandes momentos de nuestra infancia están en la convivencia familiar como en la armonía con amigos. Acaso el gran problema es el de las responsabilidades básicas: estudiar, hacer tareas escolares, hacer labores domésticas en apoyo a la madre o trabajos firmes para el padre que nos enseña el qué y cómo.

Por supuesto hay miles, millones de niños en el mundo y, sobre todo en México, cuya preocupación también consiste en el día a día, en el trabajo cruel por infantil y porque las fuerzas del cuerpo humano apenas se están construyendo cuando ya se les exigen resultados tangibles, contantes y sonantes.

A veces el niño –muchos niños y niñas-- lo hace por voluntad propia en tanto el enorme sentido de la responsabilidad indestructible. Otras veces por la exigencia familiar de hacer acopio de recursos para la subsistencia de todos.

(La parte más cruel y trágica es cuando a ese niño, a esos niños y niñas, se les obliga bajo condiciones de crueldad física y mental al trabajo esclavo, vistos los pequeños como máquina de fabricación de recursos para malvados. Es así el robo de su infancia: su tiempo. Existe ese robo. Hay leyes para contener esto. Castigar a quien hace sufrir así a un niño debe ser delito de altísima catadura. ¿Se aplican leyes severas?)

En todo caso, decíamos, en aquellos primeros años los seres humanos no tenemos razón exacta del tiempo. El tiempo es uno y la vida de los demás que nos rodean. El tiempo es inexistente porque no tenemos conciencia de él, aunque esté ahí.

El tiempo para pensar en lo que se hará mañana y qué haremos con los hermanos y los amigos. El papá y la mamá siempre presentes cuando es así. Las cosas que nos gustan o nos disgustan. Pero –lo dicho- uno no piensa en “el tiempo”. Sí en las vicisitudes humanas más inmediatas y cercanas. Sí en el ‘aquí y ahora’. Y los días, las horas, los minutos y segundos tienen su medida exacta en nuestra vida. No más largos ni más cortos y los medimos por hechos.

Quizá el momento en el que comenzamos a atisbar el paso del tiempo es en la adolescencia, cuando percibimos cambios en nuestro cuerpo y en nuestra mente y en nuestro organismo interno. Cuando nuestro cuerpo nos lleva a descubrir cosas nuevas para él. Es cuando comienzan a surgir los recuerdos de antes y a inquietarnos por lo que seremos luego, no lejos todavía.

Por entonces nos volvemos introspectos, iracundos, calmados, exultantes; comenzamos con los secretos y no nos entendemos bien a bien: Es la infancia que se convierte en adolescencia, es tiempo sumado, aunque todavía muy poco... falta tiempo.

De pronto, sin proponérnoslo, ya somos jóvenes hechos y derechos; con la ley en la mano, con el mundo abierto a nuestros ojos como una puerta amplia desde donde se perciben enormes posibilidades de fortaleza o temor. Caminos a la vista que habremos de recorrer aun.

El tiempo entonces comienza a adquirir valor, hacia el futuro. “Me falta tiempo para esto”; “Me falta tiempo para lo otro”; “Apenas tengo tiempo para la familia”; “Estoy construyendo mi vida todavía con tiempo”... Y así.

Se es joven y se es rozagante y el mundo está a nuestros pies y el futuro nuestro y el futuro de todos. Marchamos hacia ese tiempo futuro cargados de emoción, de ambición, de sueños, de ilusiones o de preocupaciones por el ¿podré? ¿No podré? ¿Será? ¿No será?¡Si puedo! ¡Cómo chingaos no?

Por entonces la conciencia del tiempo comienza a adquirir peso específico en nuestras vidas; es tiempo de construcción de nuestro presente y nuestro futuro. El pasado pasa a un segundo plano y acaso de tiempo en tiempo recurrimos a él, es el momento del Carpe Diem; es el momento del minuto a minuto para llenar nuestro cántaro de posibilidades y de recursos, ya laborales, ya académicos, ya de conocimiento, ya de aspiraciones cercanas a la realidad.

El tiempo es nuestro aliado aunque no tengamos conciencia clara de lo que es el tiempo y aunque no sepamos que cada segundo que pasa ocurre tiempo para más...o para menos, pero en todo caso el tiempo aquí es ganancia.

Y damos paso a nuestras emociones que nos dan la incipiente madurez. El amor profundo. La amistad firme. La experiencia básica. El sentido de la responsabilidad. La locura del querer hacerlo todo y llenar nuestra vida de todo. El trabajo como factor de vida, que es tiempo.

¿Qué es el tiempo? ¿Somos nosotros el tiempo? ¿Son nuestros recuerdos? ¿Es nuestro presente único e irrepetible? ¿Es nuestro futuro brillante pero también incierto? Digamos que al calor de nuestras vidas el tiempo adquiere dimensión personal y única.

En todo caso el tiempo tiene su definición en lo concreto, como queda visto en la definición que hace la Real Academia de la Lengua Española:

“Del lat. tempus. 1. m. Duración de las cosas sujetas a mudanza. 2. m. Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo. 3. m. Parte de la secuencia de los sucesos.

“4. m. Época durante la cual vive alguien o sucede algo. 5. m. estación (‖ cada una de las cuatro partes del año). 6. m. edad (‖ tiempo vivido). 7. m. edad (‖ duración de una cosa). 8. m. Oportunidad, ocasión o coyuntura de hacer algo. A su tiempo. Ahora no es tiempo.” ... Y así.

Algunos dicen: “Dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia: "no hay espacio ni tiempo fuera del límite de tu universo"; 2. Período determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento: "¿cuánto tiempo falta para que empiece la película?"

En todo caso es en la madurez del ser humano cuando el tiempo adquiere una dimensión que tiene que ver con la vida: la vida pasada, lo que hoy ocurre y lo que habrá de seguir... Y esto tiene que ver con los recuerdos. Pero también es nuestro presente aún más valioso que nunca antes; y nuestro futuro único e irrepetible.

Que es cuando el tiempo adquiere valor de oro porque lo medimos con la única medida más exacta posible: nuestras vidas. Nuestra vida. Nuestras felicidades. Nuestras risas y carcajadas. Nuestros pesares. Nuestras posibilidades. Las metas alcanzadas y las metas que no lo fueron. La vida leve.

Y entonces como nunca antes lamentamos la ausencia de tantos amigos, colegas, queridos compañeros, familiares amados... Y nos sentamos y pensamos en lo valioso que ha sido el paso del tiempo, y el tiempo de ellos en nuestras vidas. Y en lo valioso del tiempo que aún falta por vivir.

Y nos alegramos. Porque a fin de cuentas el tiempo es motivo de alegría. Porque está ahí. Porque nos envuelve. Porque nos permite mirar alrededor y saber que hay un mundo expectante, un mundo cargado de gente que sueña, que trabaja, que se esfuerza que nos carga de cariño y de alegría la vida diaria y el minuto a minuto.

Porque hay arte, cultura, poesía y la alegoría del tiempo al que sabemos que existe pero del que pocas veces pensamos como un ente independiente de nosotros, porque no lo es, porque está con nosotros hoy y siempre.

Tiempo está en el brillo de luces multicolores al estallido de cohetes en el cielo infinito. Está en la “Sabia virtud de conocer el tiempo” que nos enseñó don Renato Leduc... El tiempo está en los autoretratos de Rembrandt que quiso observar el paso del tiempo en su mirada; está en el Cristo de Velázquez.

Está en la arquitectura mexicana de Barragán; está en las sinfonías de Gustav Mahler, en el Capricho Italiano de Tchaikowsky, en “Los olvidados” de Buñuel. El tiempo está en “Pedro Páramo” de Rulfo y en “Cien años de soledad” de García Márquez.

El tiempo está ahí... en el tronido de anular con pulgar... o en el entrecerrar los ojos mientras dura el suspiro del amor; ese es el tiempo... porque “El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí...


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