/ domingo 14 de enero de 2018

Humanismo en crisis

La única manera de lidiar con un mundo sin libertad

es llegar a ser tan absolutamente libre

que tu misma existencia es un acto de rebelión

Albert Camus

 

Siempre he creído que, dentro del conglomerado social, filósofos y artistas aún antes que otros profesionales son particularmente perceptivos para advertir, cada uno desde su ámbito, los derroteros hacia donde se dirige el devenir humano. Tal vez sin precisión pero con una aguda sensibilidad que les permite intuir cuando algo está gestándose en el seno mismo de su colectividad. La historia lo atestigua.

 

Volvamos los ojos al Renacimiento y lo comprobaremos o, para no ir tan lejos, vayamos al siglo XIX y adentrémonos en aquellos cenáculos donde convivían, a la luz de las velas, músicos y poetas, actores y dramaturgos, pintores y filósofos, todos ellos involucrados en las luchas revolucionarias que dieron pie tanto a los movimientos nacionalistas europeos como a los de independencia americana. ¿Qué les identificaba entre sí? Los unía un mismo fervor, en gran medida heredero del pensamiento ilustrado, la aspiración común por alcanzar y consagrar la libertad, la igualdad, la seguridad y la fraternidad entre los hombres, flamantes ciudadanos, pues todos ellos compartían un mismo amor, el amor por la Patria, el amor por el otro. No obstante, con el transcurrir de los siglos el panorama actual se devela muy distinto. Es paradójico, pero cuando más hemos consagrado en la ley la defensa por los derechos humanos, más vulnerables estos se encuentran. Hoy el humanismo está en plena crisis.

Una crisis que alcanzó dimensiones dantescas -como fue durante la segunda Guerra Mundial- pero que en nuestros días se recrudece perversamente metamorfoseada, sorda, agazapada, con cada acto de despojo, con cada libertad perdida, con cada vida segada, con cada palabra expresada al servicio del poder y es que esta crisis existencial es de larga data. Ya desde los años 30 y 40 del siglo XX la filosofía la anticipa, como cuando Martin Heidegger hace suya la problemática que flotaba en el aire sobre el problema del ser, cuestionando seguir hablando de “humanismo”, si tanto la humanitas como el ser habían caído en el olvido, a diferencia de Benedetto Croce que demandaba volver al pasado de la humanidad como fuente de inspiración para la acción. No olvidemos que en el pensamiento humano se transita marchando de un polo a otro. De esas visiones contrastantes, opto por la del antifascista italiano, me asumo crociana. A él lo conocí por mi padre, cuando sentenciaba que no había mejor definición del arte que la suya: “el arte es la impresión de una percepción”. Pocas palabras, todo un universo de significación, pero ¿por qué evocar y preferir a Croce ahora? Porque más allá aún de su teorización artística, su pensamiento como nunca es vigente. Hace un siglo hablaba ya de la fe perdida y de la necesidad de recuperar el amor por la verdad, la aspiración por la justicia, el celo por la educación intelectual y moral, el generoso sentido humano y civil. Hoy nosotros enfrentamos esa misma orfandad, estamos ávidos de verdad y de justicia, cada vez más esclavizados por un sistema que castra la libertad en todas sus manifestaciones, carentes de una moral civil colectiva que nos impele a fortalecer la solidaridad social porque la educación ha sido abandonada y con ella el fomento de los más altos valores, y cuando la razón es suplantada por la fuerza, la violencia –como lo denunció Croce- se erige en debilidad y no puede crear otra cosa porque todo lo destruye.

“Al mundo le falta un tornillo”, reza el tango de Enrique Cadícamo. Ojalá fuera solo eso. Al mundo y a nosotros nos falta recuperar nuestra esencia, nuestra humanidad. Para muchos denostar y considerar trascendido al humanismo al haber “muerto el hombre” se volvió moda de “avanzada”, pero la realidad nos arroja a la cara lo equivocado de creer que un mundo mejor puede construirse sin un sentido humanista, porque si algo éste busca es el respeto del otro y de sus valores. Allí su omnipresencia en el discurso papal actual y antes en el prototipo de hombre vasconceliano, como el más capaz de servir y en permanente superación buscando concordia, tolerancia, ayuda mutua y respeto, o en la perspectiva baumaniana entendido como solidaridad: célula de cohesión de los vínculos humanos y antídoto frente al terror de la deshumanización.

¿Qué hacer? Abonar por la muerte del humanismo es contribuir a nuestro fin, pues  fortalece la despersonalización y cosificación de la que somos hoy víctimas. Aun así, releer a Foucault, Derrida, Lavinas y Habermas se impone, pero más rescatar y redimensionar al humanismo desde la educación para revertir la crisis que padecemos, impulsando la crítica, sensibilización y forja de conciencias como ruta de acción libertaria para romper las cadenas de la tiranía atroz a la que estamos sometidos en todos los órdenes por la corrupción, impunidad y criminalidad.

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

 

La única manera de lidiar con un mundo sin libertad

es llegar a ser tan absolutamente libre

que tu misma existencia es un acto de rebelión

Albert Camus

 

Siempre he creído que, dentro del conglomerado social, filósofos y artistas aún antes que otros profesionales son particularmente perceptivos para advertir, cada uno desde su ámbito, los derroteros hacia donde se dirige el devenir humano. Tal vez sin precisión pero con una aguda sensibilidad que les permite intuir cuando algo está gestándose en el seno mismo de su colectividad. La historia lo atestigua.

 

Volvamos los ojos al Renacimiento y lo comprobaremos o, para no ir tan lejos, vayamos al siglo XIX y adentrémonos en aquellos cenáculos donde convivían, a la luz de las velas, músicos y poetas, actores y dramaturgos, pintores y filósofos, todos ellos involucrados en las luchas revolucionarias que dieron pie tanto a los movimientos nacionalistas europeos como a los de independencia americana. ¿Qué les identificaba entre sí? Los unía un mismo fervor, en gran medida heredero del pensamiento ilustrado, la aspiración común por alcanzar y consagrar la libertad, la igualdad, la seguridad y la fraternidad entre los hombres, flamantes ciudadanos, pues todos ellos compartían un mismo amor, el amor por la Patria, el amor por el otro. No obstante, con el transcurrir de los siglos el panorama actual se devela muy distinto. Es paradójico, pero cuando más hemos consagrado en la ley la defensa por los derechos humanos, más vulnerables estos se encuentran. Hoy el humanismo está en plena crisis.

Una crisis que alcanzó dimensiones dantescas -como fue durante la segunda Guerra Mundial- pero que en nuestros días se recrudece perversamente metamorfoseada, sorda, agazapada, con cada acto de despojo, con cada libertad perdida, con cada vida segada, con cada palabra expresada al servicio del poder y es que esta crisis existencial es de larga data. Ya desde los años 30 y 40 del siglo XX la filosofía la anticipa, como cuando Martin Heidegger hace suya la problemática que flotaba en el aire sobre el problema del ser, cuestionando seguir hablando de “humanismo”, si tanto la humanitas como el ser habían caído en el olvido, a diferencia de Benedetto Croce que demandaba volver al pasado de la humanidad como fuente de inspiración para la acción. No olvidemos que en el pensamiento humano se transita marchando de un polo a otro. De esas visiones contrastantes, opto por la del antifascista italiano, me asumo crociana. A él lo conocí por mi padre, cuando sentenciaba que no había mejor definición del arte que la suya: “el arte es la impresión de una percepción”. Pocas palabras, todo un universo de significación, pero ¿por qué evocar y preferir a Croce ahora? Porque más allá aún de su teorización artística, su pensamiento como nunca es vigente. Hace un siglo hablaba ya de la fe perdida y de la necesidad de recuperar el amor por la verdad, la aspiración por la justicia, el celo por la educación intelectual y moral, el generoso sentido humano y civil. Hoy nosotros enfrentamos esa misma orfandad, estamos ávidos de verdad y de justicia, cada vez más esclavizados por un sistema que castra la libertad en todas sus manifestaciones, carentes de una moral civil colectiva que nos impele a fortalecer la solidaridad social porque la educación ha sido abandonada y con ella el fomento de los más altos valores, y cuando la razón es suplantada por la fuerza, la violencia –como lo denunció Croce- se erige en debilidad y no puede crear otra cosa porque todo lo destruye.

“Al mundo le falta un tornillo”, reza el tango de Enrique Cadícamo. Ojalá fuera solo eso. Al mundo y a nosotros nos falta recuperar nuestra esencia, nuestra humanidad. Para muchos denostar y considerar trascendido al humanismo al haber “muerto el hombre” se volvió moda de “avanzada”, pero la realidad nos arroja a la cara lo equivocado de creer que un mundo mejor puede construirse sin un sentido humanista, porque si algo éste busca es el respeto del otro y de sus valores. Allí su omnipresencia en el discurso papal actual y antes en el prototipo de hombre vasconceliano, como el más capaz de servir y en permanente superación buscando concordia, tolerancia, ayuda mutua y respeto, o en la perspectiva baumaniana entendido como solidaridad: célula de cohesión de los vínculos humanos y antídoto frente al terror de la deshumanización.

¿Qué hacer? Abonar por la muerte del humanismo es contribuir a nuestro fin, pues  fortalece la despersonalización y cosificación de la que somos hoy víctimas. Aun así, releer a Foucault, Derrida, Lavinas y Habermas se impone, pero más rescatar y redimensionar al humanismo desde la educación para revertir la crisis que padecemos, impulsando la crítica, sensibilización y forja de conciencias como ruta de acción libertaria para romper las cadenas de la tiranía atroz a la que estamos sometidos en todos los órdenes por la corrupción, impunidad y criminalidad.

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli