/ miércoles 5 de agosto de 2020

Idea musical

Me propuso una serie de canciones petardas que ofendieron mi perfil. Y es que fue lo primero que me pidieron: edad, sexo, lugar de residencia, y no se que otras preguntas, si acaso hubo otras, para predecir que música me gustaba y, a partir de ahí, proponerme parte del catálogo de 60 millones de canciones que se jacta de tener.

Cuando por ahí de la segunda mitad de la primera década dosmiles se puso de moda global el iPod, y el intercambio de música en formato digital, la relación con la música pasó a ser la posesión de volúmenes de archivos, prácticamente sin importar la calidad. ‘Tengo un disco de x teras con mas de 40,000 canciones’ me decía un amigo, a lo que yo contestaba: pues debes de tener desde Cepillin y Viruta y Capulina, hasta Manolín y Schilinsky… porque mira que conseguir 40,000 buenas canciones esta en chino. O en este caso en sueco.

Spotify es el nombre del servicio ‘predictivo’ que en ese momento, hace más o menos cinco años, perfiló en mis gustos musicales a Timbiriche, LuisMi, Daniela Romo, y no sé que otras barbaridades. Me pareció entonces, y me sigue pareciendo ahora, que la predictibilidad basada en algoritmos tiene un grado de error altísimo cuando de tratar de comprender el espíritu y la emoción humanos se trata. Posteriormente Spotify rebasó la mera idea de ser un algoritmo predictivo para convertirse en algo más simple: un catalogo gigante de música disponible para ser usada a conveniencia del usuario. Siempre he descrito a los servicios de stream como el cuate melomano, previo a la era digital, que te invitaba a su casa y te dejaba escuchar su colección de discos.

Al inicio de la década de los setentas, Peter Grant, manager de Led Zeppelin, fue el primer protagonista de la industria musical que modificó las reglas de contratación de los artistas, tanto en el concepto regalías discográficas, como en el de participación de taquilla en conciertos. Antes de Grant, los músicos recibían cantidades prácticamente simbólicas de regalías por cada disco vendido y cuotas fijas por cada concierto que daban. El brutal éxito de Led Zeppelin le permitió a Grant modificar los acuerdos por regalías para incrementar el porcentaje de participación por disco para el artista, sumado al porcentaje por composición y/o por derechos de uso de la canción registrada en una editora de música -empresas que registran como suyos los derechos de propiedad sobre la obra intelectual y que otorgan las licencias de explotación de la música-, y para participar del negocio de los conciertos con un porcentaje de los ingresos generados en taquilla por su artista.

Aquello que comenzó Grant por los setentas llego al grado de significar hasta un 95% de la venta total de un concierto para artistas hacia el final del siglo XX, así como un ingreso adecuado por concepto de discos vendidos, que giraba alrededor del 25% del precio de salida de cada disco si el cantante era dueño de su música.

Para equiparar lo que ganaba un músico con la venta de un disco, en Spotify su canción tiene que ser reproducida decenas de millones de veces. El negocio lo hicieron las discográficas, dueñas de los derechos de la música, que se reparten hasta el 70% de los ingresos de Spotify, un negocio de 6,764 millones de euros.

Hoy en día, con la suspension de eventos masivos, el ingreso por presentaciones en vivo es 0.

Me propuso una serie de canciones petardas que ofendieron mi perfil. Y es que fue lo primero que me pidieron: edad, sexo, lugar de residencia, y no se que otras preguntas, si acaso hubo otras, para predecir que música me gustaba y, a partir de ahí, proponerme parte del catálogo de 60 millones de canciones que se jacta de tener.

Cuando por ahí de la segunda mitad de la primera década dosmiles se puso de moda global el iPod, y el intercambio de música en formato digital, la relación con la música pasó a ser la posesión de volúmenes de archivos, prácticamente sin importar la calidad. ‘Tengo un disco de x teras con mas de 40,000 canciones’ me decía un amigo, a lo que yo contestaba: pues debes de tener desde Cepillin y Viruta y Capulina, hasta Manolín y Schilinsky… porque mira que conseguir 40,000 buenas canciones esta en chino. O en este caso en sueco.

Spotify es el nombre del servicio ‘predictivo’ que en ese momento, hace más o menos cinco años, perfiló en mis gustos musicales a Timbiriche, LuisMi, Daniela Romo, y no sé que otras barbaridades. Me pareció entonces, y me sigue pareciendo ahora, que la predictibilidad basada en algoritmos tiene un grado de error altísimo cuando de tratar de comprender el espíritu y la emoción humanos se trata. Posteriormente Spotify rebasó la mera idea de ser un algoritmo predictivo para convertirse en algo más simple: un catalogo gigante de música disponible para ser usada a conveniencia del usuario. Siempre he descrito a los servicios de stream como el cuate melomano, previo a la era digital, que te invitaba a su casa y te dejaba escuchar su colección de discos.

Al inicio de la década de los setentas, Peter Grant, manager de Led Zeppelin, fue el primer protagonista de la industria musical que modificó las reglas de contratación de los artistas, tanto en el concepto regalías discográficas, como en el de participación de taquilla en conciertos. Antes de Grant, los músicos recibían cantidades prácticamente simbólicas de regalías por cada disco vendido y cuotas fijas por cada concierto que daban. El brutal éxito de Led Zeppelin le permitió a Grant modificar los acuerdos por regalías para incrementar el porcentaje de participación por disco para el artista, sumado al porcentaje por composición y/o por derechos de uso de la canción registrada en una editora de música -empresas que registran como suyos los derechos de propiedad sobre la obra intelectual y que otorgan las licencias de explotación de la música-, y para participar del negocio de los conciertos con un porcentaje de los ingresos generados en taquilla por su artista.

Aquello que comenzó Grant por los setentas llego al grado de significar hasta un 95% de la venta total de un concierto para artistas hacia el final del siglo XX, así como un ingreso adecuado por concepto de discos vendidos, que giraba alrededor del 25% del precio de salida de cada disco si el cantante era dueño de su música.

Para equiparar lo que ganaba un músico con la venta de un disco, en Spotify su canción tiene que ser reproducida decenas de millones de veces. El negocio lo hicieron las discográficas, dueñas de los derechos de la música, que se reparten hasta el 70% de los ingresos de Spotify, un negocio de 6,764 millones de euros.

Hoy en día, con la suspension de eventos masivos, el ingreso por presentaciones en vivo es 0.

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