/ martes 15 de octubre de 2019

Inéditas tendencias económicas en el mundo

La revista The Economist suele ser una buena guía para conocer las tendencias de carácter económico, político y social que marcan los acontecimientos en el mundo entero. De hecho, hace algunos años antes de que se declarara abiertamente la crisis de 2008, bastaba con leer algunos artículos de esta publicación cuyo origen se remonta al año de 1843 en la Gran Bretaña para tener una idea bastante clara de lo que iba a ocurrir con las finanzas mundiales, las cuales colapsaron aparentemente sin que nadie se percatara a tiempo de sus dimensiones, ya que incluso las agencias calificadoras de deuda daban por buenos los “derivados” integrados por las famosas hipotecas basura.

En el número más reciente de la referida revista se alude a una modificación profunda que pudiera ser de largo plazo respecto de la relación entre el índice de desempleo y la inflación. En teoría, en la medida en que aumenta el empleo y por lo tanto disminuye el índice de desocupación, debería incrementarse la inflación y esto no está ocurriendo, lo cual en general es una buena señal porque permite preservar el nivel de vida en rangos relativamente razonables al tiempo que la mano de obra ocupada se mantiene en un elevado indicador.

Como parte del extenso análisis que se presenta en torno a estos nuevos fenómenos económicos se encuentra el relativo al denominado nuevo monetarismo, en el cual se plantea el tema de cómo desarrollar políticas económicas que sean compatibles con una baja inflación mundial. Se constata que la política monetaria a lo largo del tiempo ha pasado por diversas vicisitudes; durante todo el siglo XIX, bajo el imperio del patrón oro, los precios en Estados Unidos aumentaron solamente un 12%. Después de la Segunda Guerra Mundial todavía se mantuvo el patrón oro hasta que el sistema se vino abajo en 1971 y ello fue el preludio de una alta inflación en los años 70.

En nuestros días, sin embargo, está imperando en general una baja inflación y se abre paso la idea de que las enseñanzas de la escuela de Chicago encabezad por Milton Friedman, están dejando de tener verificación en la realidad. El dogma establecido por este economista ganador del premio Nobel, relativo a que la inflación es esencialmente un fenómeno monetario, tenido por verdadero desde 1963, ahora es considerado una falsedad como lo afirman Larry Somers y Anna Stansbury de la Universidad de Harvard quienes sostienen, de acuerdo a la publicación que venimos comentando, que los bancos centrales no pueden siempre determinar los niveles de inflación a través de la política monetaria.

Estas circunstancias deben ser consideradas por los economistas seguidores a pie juntillas de las recetas macroeconómicas provenientes de los grandes centros financieros, y tomar en cuenta las modificaciones que anuncian una distinta manera de abordar el problema del crecimiento. Sobre esto destaca la revista que curiosamente un área en donde coincide el presidente Donald Trump con Alexandria Ocasio-Cortez, congresista de la la izquierda norteamericana, es la creencia de que la Reserva Federal debe dejar de preocuparse tanto por la inflación y apostar al crecimiento.

No obstante, la tendencia tradicionalmente conservadora de la revista combate las posiciones que han hecho notar la circunstancia de que habiéndose mantenido baja la inflación, pese a que los bancos centrales más poderosos han estado emitiendo moneda por un buen tiempo, se concluye que los gobiernos tienen posibilidades de incrementar su déficit e incluso aumentar el nivel de deuda si su política fiscal promueve un mayor desarrollo económico indispensable para combatir la desigualdad.

La publicación asume la necesidad de anunciar de cualquier manera la posibilidad de que estas tendencias contengan también riesgos, pues podría resultar incierto que las expectativas de baja inflación se conviertan en permanentes y que desde esta perspectiva se aliente un gasto excesivo de los gobiernos. A pesar de las referidas reservas los analistas del prestigiado semanario terminan por abrir la posibilidad de que los bancos centrales no solo atiendan la política monetaria sino que incursionen en aspectos fiscales y sostienen la idea de que ante una disminución de la actividad económica dichos bancos deberían estar autorizados para emitir moneda al fin de financiar el gasto público o compensar los recortes de impuestos. La cuestión muy discutible de estas propuestas tiene que ver con el incremento del poder concedido a los tecnócratas de los bancos centrales, como se reconoce en el propio artículo, pues quizá habría que confiar más en las capacidades de los poderes públicos democráticamente electos, para que en lugar de ceder el control de la política fiscal a los bancos centrales, se lleve a efecto un procedimiento inverso que permita ampliar los poderes de los Ejecutivos en los Estados nacionales, para incidir en la política monetaria.

eduardoandrade1948@gmail.com

La revista The Economist suele ser una buena guía para conocer las tendencias de carácter económico, político y social que marcan los acontecimientos en el mundo entero. De hecho, hace algunos años antes de que se declarara abiertamente la crisis de 2008, bastaba con leer algunos artículos de esta publicación cuyo origen se remonta al año de 1843 en la Gran Bretaña para tener una idea bastante clara de lo que iba a ocurrir con las finanzas mundiales, las cuales colapsaron aparentemente sin que nadie se percatara a tiempo de sus dimensiones, ya que incluso las agencias calificadoras de deuda daban por buenos los “derivados” integrados por las famosas hipotecas basura.

En el número más reciente de la referida revista se alude a una modificación profunda que pudiera ser de largo plazo respecto de la relación entre el índice de desempleo y la inflación. En teoría, en la medida en que aumenta el empleo y por lo tanto disminuye el índice de desocupación, debería incrementarse la inflación y esto no está ocurriendo, lo cual en general es una buena señal porque permite preservar el nivel de vida en rangos relativamente razonables al tiempo que la mano de obra ocupada se mantiene en un elevado indicador.

Como parte del extenso análisis que se presenta en torno a estos nuevos fenómenos económicos se encuentra el relativo al denominado nuevo monetarismo, en el cual se plantea el tema de cómo desarrollar políticas económicas que sean compatibles con una baja inflación mundial. Se constata que la política monetaria a lo largo del tiempo ha pasado por diversas vicisitudes; durante todo el siglo XIX, bajo el imperio del patrón oro, los precios en Estados Unidos aumentaron solamente un 12%. Después de la Segunda Guerra Mundial todavía se mantuvo el patrón oro hasta que el sistema se vino abajo en 1971 y ello fue el preludio de una alta inflación en los años 70.

En nuestros días, sin embargo, está imperando en general una baja inflación y se abre paso la idea de que las enseñanzas de la escuela de Chicago encabezad por Milton Friedman, están dejando de tener verificación en la realidad. El dogma establecido por este economista ganador del premio Nobel, relativo a que la inflación es esencialmente un fenómeno monetario, tenido por verdadero desde 1963, ahora es considerado una falsedad como lo afirman Larry Somers y Anna Stansbury de la Universidad de Harvard quienes sostienen, de acuerdo a la publicación que venimos comentando, que los bancos centrales no pueden siempre determinar los niveles de inflación a través de la política monetaria.

Estas circunstancias deben ser consideradas por los economistas seguidores a pie juntillas de las recetas macroeconómicas provenientes de los grandes centros financieros, y tomar en cuenta las modificaciones que anuncian una distinta manera de abordar el problema del crecimiento. Sobre esto destaca la revista que curiosamente un área en donde coincide el presidente Donald Trump con Alexandria Ocasio-Cortez, congresista de la la izquierda norteamericana, es la creencia de que la Reserva Federal debe dejar de preocuparse tanto por la inflación y apostar al crecimiento.

No obstante, la tendencia tradicionalmente conservadora de la revista combate las posiciones que han hecho notar la circunstancia de que habiéndose mantenido baja la inflación, pese a que los bancos centrales más poderosos han estado emitiendo moneda por un buen tiempo, se concluye que los gobiernos tienen posibilidades de incrementar su déficit e incluso aumentar el nivel de deuda si su política fiscal promueve un mayor desarrollo económico indispensable para combatir la desigualdad.

La publicación asume la necesidad de anunciar de cualquier manera la posibilidad de que estas tendencias contengan también riesgos, pues podría resultar incierto que las expectativas de baja inflación se conviertan en permanentes y que desde esta perspectiva se aliente un gasto excesivo de los gobiernos. A pesar de las referidas reservas los analistas del prestigiado semanario terminan por abrir la posibilidad de que los bancos centrales no solo atiendan la política monetaria sino que incursionen en aspectos fiscales y sostienen la idea de que ante una disminución de la actividad económica dichos bancos deberían estar autorizados para emitir moneda al fin de financiar el gasto público o compensar los recortes de impuestos. La cuestión muy discutible de estas propuestas tiene que ver con el incremento del poder concedido a los tecnócratas de los bancos centrales, como se reconoce en el propio artículo, pues quizá habría que confiar más en las capacidades de los poderes públicos democráticamente electos, para que en lugar de ceder el control de la política fiscal a los bancos centrales, se lleve a efecto un procedimiento inverso que permita ampliar los poderes de los Ejecutivos en los Estados nacionales, para incidir en la política monetaria.

eduardoandrade1948@gmail.com