/ miércoles 23 de septiembre de 2020

¡Injusto!

¡Injusto! el silencio frente al clamor de las mujeres por el maltrato y los feminicidios. Injusto el que se ignore la urgencia de medicinas para los niños con cáncer. Injusto el oído sordo y la vista ciega al dolor de las víctimas. Injusto el tener un Presidente ajeno al sufrimiento de millones de mexicanos.

Quizá los mandatarios del pasado tampoco eran empáticos. La diferencia con AMLO es que éste se pasó 18 años en campaña, criticándolos, mientras se comprometía a ser distinto.

El Poder conlleva la pérdida de la realidad. Es cierto que hay estadistas que mantienen los pies sobre la tierra y están conscientes de las necesidades de sus gobernados.

Tampoco puede hacerse a un lado, el que cada mandatario tiene su propia historia y su comportamiento obedece a su yo interno. Lo grave es cuando llega, a la máxima jerarquía, un personaje imbuido por el resentimiento, por complejos que se perciben insuperables, por afanes de revancha contra quienes lo agredieron, o, de acuerdo a ese saco interno que carga, lo siguen fastidiando, como es el caso del actual tlatoani.

De aquí su imposibilidad de gobernar para todos. Por el contrario, divide y marca diferencias entre los diversos sectores. Dice que está a favor de las mujeres y las trata como a ciudadanos de cuarta.

Continúan las marchas, plantones e incluso toma de edificios públicos, por parte de este conglomerado, harto de existir bajo el yugo del machismo. Ha habido protestas en 25 estados y, en la Ciudad de México y el Estado de México, allanamientos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

En la Capital tomaron la céntrica sede, en la que ahora despachaba la “Ombudsperson” -Rosario Piedra-, seguramente con el objetivo de estar más cerca de su gurú. Esta señora, a la que AMLO impuso de manera tramposa y arbitraria, con el apoyo de la vergonzosa facción morenaca del Senado, sigue sin dar una, como se esperaba. Sin preparación para un cargo tan complejo, ha sido incapaz de entender siquiera, el objetivo de la CNDH.

La institución, que se creó con el esfuerzo y los conocimientos de quienes la presidieron, navega a la deriva. En poco tiempo, la señora Piedra la convirtió en un centro para replicar las “ocurrencias” del tlatoani.

La incipiente cultura, que empezaba a arraigarse en un país, en el que resultaba materia desconocida, podría perderse con los consecuentes perjuicios para la sociedad. El único medio, para enfrentar los abusos de las autoridades de cualquier jerarquía, agoniza en manos de quien es incapaz de entender a sus congéneres, atribuladas por la violencia.

Esta apatía, frente a la conflictiva femenina, orilla a la radicalización de algunos grupos ultras. Son los que actúan con vandalismo y rechazan la presencia de ningún hombre, así sea simpatizante de su causa.

Podría ser que entre ellas haya exponentes de un dolor tan agudo, que sólo busca la venganza. Pero también huele a la filtración de elementos rijosos, que propicien el divisionismo de las organizaciones en desacuerdo con el uso de estas tácticas.

Quien pelea por sus derechos, da la cara. Los infiltrados se enmascaran, a sabiendas de que se les puede identificar como mercenarios. Morena, al fin y al cabo, está llena de radicales especialistas en movilizaciones violentas.

De una u otra forma, las mujeres toman conciencia y exigen el trato que les corresponde. Más le valdría al emperador de Palacio atender el polvorín a punto de estallar.



catalinanq@hotmail.com

@catalinanq



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¡Injusto! el silencio frente al clamor de las mujeres por el maltrato y los feminicidios. Injusto el que se ignore la urgencia de medicinas para los niños con cáncer. Injusto el oído sordo y la vista ciega al dolor de las víctimas. Injusto el tener un Presidente ajeno al sufrimiento de millones de mexicanos.

Quizá los mandatarios del pasado tampoco eran empáticos. La diferencia con AMLO es que éste se pasó 18 años en campaña, criticándolos, mientras se comprometía a ser distinto.

El Poder conlleva la pérdida de la realidad. Es cierto que hay estadistas que mantienen los pies sobre la tierra y están conscientes de las necesidades de sus gobernados.

Tampoco puede hacerse a un lado, el que cada mandatario tiene su propia historia y su comportamiento obedece a su yo interno. Lo grave es cuando llega, a la máxima jerarquía, un personaje imbuido por el resentimiento, por complejos que se perciben insuperables, por afanes de revancha contra quienes lo agredieron, o, de acuerdo a ese saco interno que carga, lo siguen fastidiando, como es el caso del actual tlatoani.

De aquí su imposibilidad de gobernar para todos. Por el contrario, divide y marca diferencias entre los diversos sectores. Dice que está a favor de las mujeres y las trata como a ciudadanos de cuarta.

Continúan las marchas, plantones e incluso toma de edificios públicos, por parte de este conglomerado, harto de existir bajo el yugo del machismo. Ha habido protestas en 25 estados y, en la Ciudad de México y el Estado de México, allanamientos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

En la Capital tomaron la céntrica sede, en la que ahora despachaba la “Ombudsperson” -Rosario Piedra-, seguramente con el objetivo de estar más cerca de su gurú. Esta señora, a la que AMLO impuso de manera tramposa y arbitraria, con el apoyo de la vergonzosa facción morenaca del Senado, sigue sin dar una, como se esperaba. Sin preparación para un cargo tan complejo, ha sido incapaz de entender siquiera, el objetivo de la CNDH.

La institución, que se creó con el esfuerzo y los conocimientos de quienes la presidieron, navega a la deriva. En poco tiempo, la señora Piedra la convirtió en un centro para replicar las “ocurrencias” del tlatoani.

La incipiente cultura, que empezaba a arraigarse en un país, en el que resultaba materia desconocida, podría perderse con los consecuentes perjuicios para la sociedad. El único medio, para enfrentar los abusos de las autoridades de cualquier jerarquía, agoniza en manos de quien es incapaz de entender a sus congéneres, atribuladas por la violencia.

Esta apatía, frente a la conflictiva femenina, orilla a la radicalización de algunos grupos ultras. Son los que actúan con vandalismo y rechazan la presencia de ningún hombre, así sea simpatizante de su causa.

Podría ser que entre ellas haya exponentes de un dolor tan agudo, que sólo busca la venganza. Pero también huele a la filtración de elementos rijosos, que propicien el divisionismo de las organizaciones en desacuerdo con el uso de estas tácticas.

Quien pelea por sus derechos, da la cara. Los infiltrados se enmascaran, a sabiendas de que se les puede identificar como mercenarios. Morena, al fin y al cabo, está llena de radicales especialistas en movilizaciones violentas.

De una u otra forma, las mujeres toman conciencia y exigen el trato que les corresponde. Más le valdría al emperador de Palacio atender el polvorín a punto de estallar.



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