/ martes 19 de enero de 2021

¡Internet no es criminal!

Por: Laura Coronado Contreras.

En las últimas semanas hemos visto una marejada en contra de lo que sucede en el ciberespacio: desde la “censura” al Presidente Trump hasta las sospechas por los datos personales contenidos en WhatsApp, los usuarios han manifestado su inconformidad -precisamente en esas mismas redes sociales- convirtiendo esos temas en trending topics.

Ignacio Manuel Altamirano señalaba que “hay naturalezas nerviosas que se estremecen cuando estalla un cohete, y nada sienten cuando truena el cañón. Hay almas que se escandalizan de una falta y no se alarman por un crimen”. ¿Qué pasa con una sociedad que se preocupa más por el poder de las redes sociales y no por las consecuencias de lo que realizamos en ellas? ¿Perderemos las ventajas democráticas del ciberespacio clamando para que los Estados lo regulen?

Las críticas a las decisiones de las plataformas digitales sobre eliminar contenidos o perfiles que pudieran poner en riesgo la paz tuvieron eco durante varios días. ¿Es un ataque a la libertad de expresión? ¿Vulnera el derecho a la información? ¿Las redes -que las hacemos también nosotros- tienen demasiado poder?

La libertad sin límites se convierte en libertinaje o, peor aún, en una tiranía. Nuestra propia Constitución, como muchas de otras regiones, establece el derecho de terceros, el honor, la privacidad, la seguridad nacional y la paz pública como restricciones. No obstante, el debate público se ha centrado en proclamar la necesidad de una libertad absoluta y, como diría, Concepción Arenal: “mientras triunfe la ignorancia y trocadas las ideas, la libertad de hacer mal, llamada libertad sea”.

Políticos de todo el mundo han manifestado su aprobación a las redes sociales como una herramienta para la democracia. Usuarios a nivel global han disfrutado de las plataformas para hacer negocios y estar interconectados. En más de un sentido, el ciberespacio ha permitido que la contingencia sanitaria tenga una salida económica, educativa, interpersonal y hasta psicológica. ¿En qué momento Internet se volvió un criminal?

Más que un arma de dos filos, el ciberespacio es una navaja suiza. Indudablemente ha ayudado al debate público, la difusión del conocimiento, la agilización de las relaciones comerciales, el intercambio de servicios y, en pocas palabras, ha mejorado nuestra calidad de vida. Sin embargo, también puede servir para difundir ideas de odio, servir de vía para cometer delitos como la pederastia, la sextorsión o el fraude electrónico.

¿Nos ofrecen un servicio público las plataformas? Nada en la vida es gratis y si no sabemos el precio, probablemente lo somos nosotros. WhatsApp maneja tanta información como nosotros libremente se la proporcionemos. ¿Es un costo justo? ¿Viola nuestra privacidad? ¿Podemos vivir en el anonimato digital?

Napoleón Bonaparte decía que “los crímenes colectivos no comprometen a nadie” y quizás la nueva consigna debería ser que “Internet no es criminal” en lugar de los hashtags de censura o robo de datos ya que, con cada uno de ellos, nos alejamos más del sueño de ser una sociedad del conocimiento y una aldea global para convertirnos -simplemente- en una sociedad de la información y, peor aún, en una oclocracia.

Investigadora de la Universidad Anáhuac México. Autora de la Libertad de Expresión en el Ciberespacio (Tirant), la Regulación global del ciberespacio (Porrúa) y el Home office: la nueva revolución industrial (Bosch). @soylaucoronado.

Por: Laura Coronado Contreras.

En las últimas semanas hemos visto una marejada en contra de lo que sucede en el ciberespacio: desde la “censura” al Presidente Trump hasta las sospechas por los datos personales contenidos en WhatsApp, los usuarios han manifestado su inconformidad -precisamente en esas mismas redes sociales- convirtiendo esos temas en trending topics.

Ignacio Manuel Altamirano señalaba que “hay naturalezas nerviosas que se estremecen cuando estalla un cohete, y nada sienten cuando truena el cañón. Hay almas que se escandalizan de una falta y no se alarman por un crimen”. ¿Qué pasa con una sociedad que se preocupa más por el poder de las redes sociales y no por las consecuencias de lo que realizamos en ellas? ¿Perderemos las ventajas democráticas del ciberespacio clamando para que los Estados lo regulen?

Las críticas a las decisiones de las plataformas digitales sobre eliminar contenidos o perfiles que pudieran poner en riesgo la paz tuvieron eco durante varios días. ¿Es un ataque a la libertad de expresión? ¿Vulnera el derecho a la información? ¿Las redes -que las hacemos también nosotros- tienen demasiado poder?

La libertad sin límites se convierte en libertinaje o, peor aún, en una tiranía. Nuestra propia Constitución, como muchas de otras regiones, establece el derecho de terceros, el honor, la privacidad, la seguridad nacional y la paz pública como restricciones. No obstante, el debate público se ha centrado en proclamar la necesidad de una libertad absoluta y, como diría, Concepción Arenal: “mientras triunfe la ignorancia y trocadas las ideas, la libertad de hacer mal, llamada libertad sea”.

Políticos de todo el mundo han manifestado su aprobación a las redes sociales como una herramienta para la democracia. Usuarios a nivel global han disfrutado de las plataformas para hacer negocios y estar interconectados. En más de un sentido, el ciberespacio ha permitido que la contingencia sanitaria tenga una salida económica, educativa, interpersonal y hasta psicológica. ¿En qué momento Internet se volvió un criminal?

Más que un arma de dos filos, el ciberespacio es una navaja suiza. Indudablemente ha ayudado al debate público, la difusión del conocimiento, la agilización de las relaciones comerciales, el intercambio de servicios y, en pocas palabras, ha mejorado nuestra calidad de vida. Sin embargo, también puede servir para difundir ideas de odio, servir de vía para cometer delitos como la pederastia, la sextorsión o el fraude electrónico.

¿Nos ofrecen un servicio público las plataformas? Nada en la vida es gratis y si no sabemos el precio, probablemente lo somos nosotros. WhatsApp maneja tanta información como nosotros libremente se la proporcionemos. ¿Es un costo justo? ¿Viola nuestra privacidad? ¿Podemos vivir en el anonimato digital?

Napoleón Bonaparte decía que “los crímenes colectivos no comprometen a nadie” y quizás la nueva consigna debería ser que “Internet no es criminal” en lugar de los hashtags de censura o robo de datos ya que, con cada uno de ellos, nos alejamos más del sueño de ser una sociedad del conocimiento y una aldea global para convertirnos -simplemente- en una sociedad de la información y, peor aún, en una oclocracia.

Investigadora de la Universidad Anáhuac México. Autora de la Libertad de Expresión en el Ciberespacio (Tirant), la Regulación global del ciberespacio (Porrúa) y el Home office: la nueva revolución industrial (Bosch). @soylaucoronado.