/ domingo 7 de marzo de 2021

Josepha Amar y Borbón, voz de la ilustración femenina

“Quando Dios entregó el mundo a las disputas de los hombres, previó, que habría infinitos puntos, sobre los quales se altercaría siempre, sin llegar a convenirse nunca. Uno de estos… el entendimiento de las mugeres”, destacó quien redactó y pronunció el 5 de junio de 1786 en la ciudad de Zaragoza el “Discurso en defensa del talento de las mugeres, y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres”. Pieza oratoria integrada por 34 puntos que son una valerosa, crítica y reveladora denuncia sobre la contradictoria e injusta realidad que enfrentaban las mujeres a finales del siglo XVIII. Su autora: la políglota, multi traductora y apasionada ilustrada Josepha Amar y Borbón (1749-1833), hija de Ignacia Borbón y José Amar -médico de cámara de Fernando VI y Carlos III, como lo fue también su abuelo materno-, y quien llegó a ser una de las principales escritoras de la España de la ilustración.

Los hombres -decía Amar-, aunque halagan y buscan a las mujeres en pos de su aprobación, las obstaculizan para acceder al mando, aunque luego se los den en secreto; les niegan poder instruirse, aunque luego se quejen de su falta de preparación, responsabilizándolas de ser causa “de casi todos los daños que suceden”. Lo cual, si bien es para ellos un problema “difícil de resolver”, para las mujeres se convierte en una tragedia, ya que los varones les despojan de toda honra, empleo y de todo aquello “que resulta de tener un entendimiento ilustrado”. Lo paradójico, es que al nacer y criarse las mujeres en la “ignorancia total”, por esta misma causa, no imputable a ellas, terminan por convertirse, además de todo, en objeto del desprecio masculino. Sin embargo, ellas tampoco hacen algo por modificar su situación.

Así, los hombres seguían tratando con total desigualdad a las mujeres: en unas partes del mundo, sometiéndolas bajo su tiranía como esclavas; en otras, “gustosos” de mandar, en calidad de dependientes, porque bien sabían estas mujeres que, sin poder aspirar a empleo ni “recompensa pública” alguna, su mundo les estaba limitado a las paredes de su casa o a las de un convento. Pero había algo aún más grave, decía la autora, por cuanto al segundo caso porque en éste: obsequio y desprecio, amor e indiferencia, eran más evidentes. Esos mismos hombres que podían llegar a adorar y venerar a sus mujeres como deidades, podían ser los mismos que ante una asamblea les tildaran de vanas, frívolas e irracionales.

La pregunta entonces era ¿de qué fundamento partía el hombre para sentirse superior a la mujer? Amar la responde a partir de un periplo histórico. Tal vez Adán había pecado por Eva, pero lo cierto es que ella había mostrado aún antes que él un apetito por saber. Prueba de ello, las numerosas mujeres de grandes progresos a lo largo de la historia, como fueron Theano que comentó a Pitágoras, Hiparchia que sobrepasó a su padre y maestro Theón, Diotima de la que Sócrates se decía discípulo, Nicóstrata a quien se cree inventó las letras latinas en las que sobresalieron Fabiola, Marcela y Eustequia; en Francia de la marquesa de Sebigné, la condesa de Lafayette y madame Dacie; en Rusia de la zarina Catalina II -autora del Códice de las Leyes- y la princesa de Askoff, presidenta de la Academia Real de las Ciencias de San Petersburgo; y en la propia España de Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindo, Isabel de Joya, Juliana Morrel y Oliva de Sabuco. Mujeres, todas ellas, que no sólo habían brillado en la ciencia y las letras, sino también al gobernar en los negocios públicos. Y si fuera por falta de valor femenino frente al valor masculino, tampoco sería el caso: allí las mujeres persas por quienes sus hombres ganaron a Ciro; las sabinas que favorecieron a los romanos; las matronas romanas que salvaron a Roma frente al ejército de Coriolano; las saguntinas que pelearon por su Patria y las notables heroínas como Jahel, Judith, Juliana de Cibo y las Marías de Estrada, Zontano y Pita. De modo que, de poseer la misma educación las mujeres que los hombres, terminarían por hacer aún más ellas que ellos. De ahí la importancia por instruirlas.

Amar fue la primera mujer en ser admitida a una sociedad económica. Formó parte de la Aragonesa de Amigos del País, de la Matritense y de la Real Sociedad Médica de Barcelona. Su actividad fue intensa en la formación, caridad, asistencia, gestión y política, además de haber sido espía dentro de los círculos sociales y literarios de Zaragoza para defender a su ciudad frente a las tropas napoleónicas. No obstante, fue su defensa por los derechos de la mujer, a la que dedicó diversos ensayos como el de 1790 en materia de educación física, moral e intelectual -en la que recomendaba estudiara matemáticas, humanidades, letras clásicas y modernas y música-, su mayor legado y razón por la que desde entonces su voz sobresale en el gran coro femenino que sigue luchando por la reivindicación histórica de la mujer, aunque de ello muchos hombres, aún mandatarios, sigan en el pasado sin asumir su responsabilidad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

“Quando Dios entregó el mundo a las disputas de los hombres, previó, que habría infinitos puntos, sobre los quales se altercaría siempre, sin llegar a convenirse nunca. Uno de estos… el entendimiento de las mugeres”, destacó quien redactó y pronunció el 5 de junio de 1786 en la ciudad de Zaragoza el “Discurso en defensa del talento de las mugeres, y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres”. Pieza oratoria integrada por 34 puntos que son una valerosa, crítica y reveladora denuncia sobre la contradictoria e injusta realidad que enfrentaban las mujeres a finales del siglo XVIII. Su autora: la políglota, multi traductora y apasionada ilustrada Josepha Amar y Borbón (1749-1833), hija de Ignacia Borbón y José Amar -médico de cámara de Fernando VI y Carlos III, como lo fue también su abuelo materno-, y quien llegó a ser una de las principales escritoras de la España de la ilustración.

Los hombres -decía Amar-, aunque halagan y buscan a las mujeres en pos de su aprobación, las obstaculizan para acceder al mando, aunque luego se los den en secreto; les niegan poder instruirse, aunque luego se quejen de su falta de preparación, responsabilizándolas de ser causa “de casi todos los daños que suceden”. Lo cual, si bien es para ellos un problema “difícil de resolver”, para las mujeres se convierte en una tragedia, ya que los varones les despojan de toda honra, empleo y de todo aquello “que resulta de tener un entendimiento ilustrado”. Lo paradójico, es que al nacer y criarse las mujeres en la “ignorancia total”, por esta misma causa, no imputable a ellas, terminan por convertirse, además de todo, en objeto del desprecio masculino. Sin embargo, ellas tampoco hacen algo por modificar su situación.

Así, los hombres seguían tratando con total desigualdad a las mujeres: en unas partes del mundo, sometiéndolas bajo su tiranía como esclavas; en otras, “gustosos” de mandar, en calidad de dependientes, porque bien sabían estas mujeres que, sin poder aspirar a empleo ni “recompensa pública” alguna, su mundo les estaba limitado a las paredes de su casa o a las de un convento. Pero había algo aún más grave, decía la autora, por cuanto al segundo caso porque en éste: obsequio y desprecio, amor e indiferencia, eran más evidentes. Esos mismos hombres que podían llegar a adorar y venerar a sus mujeres como deidades, podían ser los mismos que ante una asamblea les tildaran de vanas, frívolas e irracionales.

La pregunta entonces era ¿de qué fundamento partía el hombre para sentirse superior a la mujer? Amar la responde a partir de un periplo histórico. Tal vez Adán había pecado por Eva, pero lo cierto es que ella había mostrado aún antes que él un apetito por saber. Prueba de ello, las numerosas mujeres de grandes progresos a lo largo de la historia, como fueron Theano que comentó a Pitágoras, Hiparchia que sobrepasó a su padre y maestro Theón, Diotima de la que Sócrates se decía discípulo, Nicóstrata a quien se cree inventó las letras latinas en las que sobresalieron Fabiola, Marcela y Eustequia; en Francia de la marquesa de Sebigné, la condesa de Lafayette y madame Dacie; en Rusia de la zarina Catalina II -autora del Códice de las Leyes- y la princesa de Askoff, presidenta de la Academia Real de las Ciencias de San Petersburgo; y en la propia España de Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindo, Isabel de Joya, Juliana Morrel y Oliva de Sabuco. Mujeres, todas ellas, que no sólo habían brillado en la ciencia y las letras, sino también al gobernar en los negocios públicos. Y si fuera por falta de valor femenino frente al valor masculino, tampoco sería el caso: allí las mujeres persas por quienes sus hombres ganaron a Ciro; las sabinas que favorecieron a los romanos; las matronas romanas que salvaron a Roma frente al ejército de Coriolano; las saguntinas que pelearon por su Patria y las notables heroínas como Jahel, Judith, Juliana de Cibo y las Marías de Estrada, Zontano y Pita. De modo que, de poseer la misma educación las mujeres que los hombres, terminarían por hacer aún más ellas que ellos. De ahí la importancia por instruirlas.

Amar fue la primera mujer en ser admitida a una sociedad económica. Formó parte de la Aragonesa de Amigos del País, de la Matritense y de la Real Sociedad Médica de Barcelona. Su actividad fue intensa en la formación, caridad, asistencia, gestión y política, además de haber sido espía dentro de los círculos sociales y literarios de Zaragoza para defender a su ciudad frente a las tropas napoleónicas. No obstante, fue su defensa por los derechos de la mujer, a la que dedicó diversos ensayos como el de 1790 en materia de educación física, moral e intelectual -en la que recomendaba estudiara matemáticas, humanidades, letras clásicas y modernas y música-, su mayor legado y razón por la que desde entonces su voz sobresale en el gran coro femenino que sigue luchando por la reivindicación histórica de la mujer, aunque de ello muchos hombres, aún mandatarios, sigan en el pasado sin asumir su responsabilidad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli