/ miércoles 23 de mayo de 2018

Juego de palabras | Los delfines en peligro de extinción

Cuando hablo de delfines no me refiero a esa simpática familia de cetáceos odontocetos cuya extrema inteligencia demuestran al no meterse en política. Para nada. Mi tema de hoy es esa posición política tan envidiada en México durante más de medio siglo, el delfinismo presidencial, que de algunos años para acá parece haber adquirido un mal fario demoledor.

El primer inmolado por el privilegio de ser el preferido del jefe fue Luis Donaldo Colosio. El hombre de Magdalena corrió toda la pista, sin que nadie sospechara siquiera - empezando seguramente por él mismo – que su destino iba a imprimirse como una maldición sobre su persona y la de aquellos distinguidos por la privanza del poderoso en turno.

La jettatura del delfinismo, trágicamente inaugurada por el mártir de Lomas Taurinas, cobró otra víctima inmediatamente. Porque también Manuel Camacho Solís fue delfín de Salinas.

A partir de ese momento, la historia se repitió tan monótona como dramáticamente.

Esteban Moctezuma Barragán fue el delfín de Ernesto Zedillo, pero el destino lo esperaba en las rejas del palacio de los Cobián. No aguantó ni el primer conflicto, y fue remitido al PRI, del cual emergería con una senaduría plurinominal. Políticamente, tan muerto como Colosio.

Santiago Creel fue bibelot de rinconera del dúo demónico que vivía en Los Pinos y daba fiestas en Chapultepec. El mal de ojo del fulgor prestado fue especialmente creel, digo, cruel, con él. Fracasó en todo lo que emprendió durante sus años de favorito, electoralmente, en el gabinete y finalmente en la criba interna de su propio partido.

Y otro caso dramático, el de Juan Camilo Mouriño, delfín de Calderón, cuya muerte aun se describe como una accidenciacoincidencia.

Y así llegamos al delfín de Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray Caso quien, como Juan Charrasqueado, no tuvo tiempo de montar en su caballo. Desde inicios del sexenio se daba por descontado que sería el sucesor de Peña, si este tenía algo que decir al respecto.

Pero las cosas se le descompusieron, y el logro que lo habría devuelto a la popularidad y la boleta, una rápida y exitosa renegociación del TLCAN, no ha podido ser conseguido.

En el caso de Videgaray, el maleficio sobre los delfines que había estado funcionando parece haber conseguido contaminar todo lo que toca hasta la segunda y tercera generación política. El desastroso ex presidente del PRI Enrique Ochoa Reza, era delfín de Videgaray. José Antonio Meade es delfín de Videgaray.

Buenos días. Buena suerte.

juegodepalabras1@yahoo.com

Sitio Web: juegodepalabras.mx

Cuando hablo de delfines no me refiero a esa simpática familia de cetáceos odontocetos cuya extrema inteligencia demuestran al no meterse en política. Para nada. Mi tema de hoy es esa posición política tan envidiada en México durante más de medio siglo, el delfinismo presidencial, que de algunos años para acá parece haber adquirido un mal fario demoledor.

El primer inmolado por el privilegio de ser el preferido del jefe fue Luis Donaldo Colosio. El hombre de Magdalena corrió toda la pista, sin que nadie sospechara siquiera - empezando seguramente por él mismo – que su destino iba a imprimirse como una maldición sobre su persona y la de aquellos distinguidos por la privanza del poderoso en turno.

La jettatura del delfinismo, trágicamente inaugurada por el mártir de Lomas Taurinas, cobró otra víctima inmediatamente. Porque también Manuel Camacho Solís fue delfín de Salinas.

A partir de ese momento, la historia se repitió tan monótona como dramáticamente.

Esteban Moctezuma Barragán fue el delfín de Ernesto Zedillo, pero el destino lo esperaba en las rejas del palacio de los Cobián. No aguantó ni el primer conflicto, y fue remitido al PRI, del cual emergería con una senaduría plurinominal. Políticamente, tan muerto como Colosio.

Santiago Creel fue bibelot de rinconera del dúo demónico que vivía en Los Pinos y daba fiestas en Chapultepec. El mal de ojo del fulgor prestado fue especialmente creel, digo, cruel, con él. Fracasó en todo lo que emprendió durante sus años de favorito, electoralmente, en el gabinete y finalmente en la criba interna de su propio partido.

Y otro caso dramático, el de Juan Camilo Mouriño, delfín de Calderón, cuya muerte aun se describe como una accidenciacoincidencia.

Y así llegamos al delfín de Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray Caso quien, como Juan Charrasqueado, no tuvo tiempo de montar en su caballo. Desde inicios del sexenio se daba por descontado que sería el sucesor de Peña, si este tenía algo que decir al respecto.

Pero las cosas se le descompusieron, y el logro que lo habría devuelto a la popularidad y la boleta, una rápida y exitosa renegociación del TLCAN, no ha podido ser conseguido.

En el caso de Videgaray, el maleficio sobre los delfines que había estado funcionando parece haber conseguido contaminar todo lo que toca hasta la segunda y tercera generación política. El desastroso ex presidente del PRI Enrique Ochoa Reza, era delfín de Videgaray. José Antonio Meade es delfín de Videgaray.

Buenos días. Buena suerte.

juegodepalabras1@yahoo.com

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