Museóloga María Susana Victoria Uribe. Candidata Doctor en Seguridad Internacional por la Universidad Anáhuac. Campus Norte.
El 28 de octubre, el gobierno ucraniano informó que Rusia había lanzado una bomba al edificio de “Derzhprom”, conocido como el “Palacio de la Industria”, localizado en la segunda ciudad más grande Ucrania, Jarkiv. Este Palacio, de acuerdo con las descripciones de las listas tentativas de la UNESCO, resulta un ejemplo excepcional de la arquitectura modernista de la primera mitad del siglo XX. Un inmueble ligado a la historia de la ciudad, su desarrollo industrial y la identidad local que se suma a los mas de mil edificios y monumentos artísticos-históricos ucranianos destruidos, a casi tres años de haber iniciado la invasión rusa. Una estrategia para aniquilar la historia de un país, siendo el patrimonio cultural, la materialización del objetivo de guerra.
Para el 24 de octubre de este 2024, la UNESCO informaba que 457 monumentos, sitios, edificios, museos o cualquier otro espacio de carácter cultural habían sido destruidos o dañados, desde febrero de 2022. Sin embargo, especialistas que aún radican en Ucrania, han reportado que esta cifra, en realidad, es tres veces mayor. De ser ciertos estos cálculos, podríamos afirmar que en lo que lleva la invasión, por día ha sido destruido o dañado un monumentos o espacio histórico-cultural. Ello, sin contar todas las obras de arte y reliquias que han sido arrasadas, robadas para su venta ilícita o “relocalizadas” en museos de Crimea y ciudades rusas, bajo el argumento de la protección.
Si bien es cierto que nunca se comparará la destrucción de un hospital con un edificio de valor cultural como los museos o los teatros, estos forman parte de la identidad nacional. Constituyen el testimonio de una historia compartida que da sentido al “ser ucraniano” y al mismo tiempo, representan lugares de sociabilización y expresión que contribuyen a la construcción del presente.
La destrucción del patrimonio cultural durante conflictos armados puede considerarse como un daño colateral por su cercanía a puntos estratégicos de combate; ser abandonados por migraciones de poblaciones y como un objetivo de ataque. La diferencia está determinada por la intencionalidad. ¿Por qué atacar el museo dedicado a Hryhorii Skovoroda, filósofo y poeta ucraniano, o el recinto que presentaba obras originales de la artista ucraniana María Primachenko? Simplemente, por ser “ucranianos”.
Aún es muy pronto para comprobar crímenes de guerra, aunque las investigaciones ya han comenzado. Sin embargo, la destrucción y la reapropiación del arte y de los espacios culturales como parte de la estrategia rusa para eliminar cualquier evidencia del pasado ucraniano, recuerda en procedimientos de selección, destrucción y coleccionismo, al Tercer Reich y la destrucción y saqueo de museos y colecciones privadas de origen judío.
Durante los conflictos armados, la cultura puede ser una de las causas del conflicto, motor de resiliencia, pero también, rehén. En el caso de esta guerra, la cultura apunta a las tres direcciones. Y ello, vulnera la seguridad de la nación y las posibilidades de reconstrucción en el futuro, al afectar directamente a los elementos identitarios que mantienen unidos a la nación.