/ martes 14 de junio de 2022

La bandera de la cancelación y la falsa moralidad

Por Jesús Antonio Domínguez

Alonso Quijano despertó, molido y confundido, del sueño profundo que le provocaron los golpes que le administraron al tercer día de su caballeresca andanza por los campos de La Mancha, sin saber que al abrir los ojos ya no encontraría a sus libros, pues durante la noche, el cura y el barbero habían sido los censores de su biblioteca, condenando al fuego de la hoguera, en juicio expedito y sin mucha averiguación, a incontables tomos de novelas de caballería por considerarlas algo “dogmatizador de sectas malas” y generador de locura, incinerando a cualquier libro, incluso a aquellos que merecían salvarse pero que por pereza (intelectual) del cura censor, tuvieron un trágico destino. Después, como mejor remedio, los censores ordenaron que se tapiase el cuarto de la biblioteca de su amigo para así dar remedio final a su locura. Así, confundido, don Quijote se dará cuenta que alguien le ha taponado las ideas y le ha dicho qué es lo que debe pensar.

Como el deschavetado Quijano, seguramente muchos lectores que tengan a bien apartarse un rato de las redes sociales para reconectarse cuando les apetezca, encontrarán que durante su desconexión y con una rapidez no antes vista, han sido víctimas del muy pocas veces atinado escrutinio de los censores virtuales que con la bandera de la “cancelación” han sometido a la hoguera de la moral y la corrección a tal o cual canción, afición, libro o personaje en pro de lo woke y que, en consecuencia, han determinado la moral que debemos seguir pero no han aportado precisamente alguna solución al tema discutido. Con esto no quiero decir que no es loable que hoy se hayan incluido en la agenda pública temas que en otro momento eran más bien un tabú (como la discriminación, los derechos de los indígenas, la comunidad LGBTTI+ o el feminismo) y tampoco que no se aplauda que se estén eliminando de la conversación actual expresiones a todas luces reprobables, pues sin duda alguna no todo en el pensamiento es digno de predicar. Sino que más bien, me refiero a que hoy lo woke, como cualquier ideología, ha tendido a construir a través de la censura, la venta de artículos y de opiniones no muy inteligentes una hegemonía cultural, definiendo lo que es correcto y lo que no sin mayor sustento que lo conveniente en turno, muchas veces sustentándose más bien en el sentimentalismo y la distorsión que en la razón y el análisis objetivo de los problemas. Así, este extremo propone, por ejemplo, reescrituras de la cultura e historia, distorsión del lenguaje, proyección de imágenes incompletas, negación de las contradicciones humanas y una representación de minorías que no es real, sino más bien, consecuencia de la mercadotecnia y el sistema económico, quienes, sin un gramo de inocencia, han sabido dar espacios a grupos minoritarios a cambio de publicidad y tendencias en las redes sociales.

En el número de este mes de Letras Libres, David Rieff ha entendido a lo woke como un proyecto moral con gran atractivo que, por la presión de las redes sociales, en su mayoría, ha atraído a una generación de jóvenes que buscan encajar, o pertenecer, sin importar cuánta sustancia tenga o no tenga aquella postura. Es decir, lo woke y su generación proponen constituirse como una brújula moral sin analizar siquiera la coherencia de su pensamiento, sino que se sirve de las tendencias que las redes sociales marcan para discutir algo pero que no lleva a solucionar nada sustancial de los temas que pretende abordar. Por ejemplo, si de censura y reescritura de la historia y la cultura hablamos, hace casi un año se creó un intenso debate en redes sociales sobre el colonialismo, la supremacía blanca, la conquista y opresión sufrida por los indígenas representada en la estatua de Colón instalada en Paseo de la Reforma. Debate que, por cierto, con total irresponsabilidad usaba indiscriminadamente conceptos sin siquiera entender su sustancia en donde al activismo de Twitter de lo woke impulsó una falsa dignificación de las minorías indígenas y la negación del pasado novohispano y lo humano de él. Al final, el Gobierno de la Ciudad de México optó por retirar (con el pretexto de darle mantenimiento), a la estatua de Colón y abrió la posibilidad de instalar un monumento a la mujer indígena. Sin duda alguna, esta acción sería tomada como una victoria de lo woke frente a la historia, que por supuesto, en su lógica estaría siendo reescrita. Pero esto está lejos de solucionar el fondo del asunto real que se debió abordar, que es el del considerable atraso de los indígenas pues la realidad material no es alentadora. Así, el Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 preparado por Latinobarómetro nos presenta que en América Latina las mujeres indígenas y afrodescendientes sufren de desventajas sociales enormes que se extienden no solo a una diferencia salarial o una deficiente cobertura de seguridad social, beneficios de pensión bajos o nulos, sino a una exposición especial a la explotación sexual, trata de personas y agresiones, además indica que la condición de mujer indígena está relacionada con una menor probabilidad de salir de la pobreza. Lo sorprendente de esto es que estos datos no son ni siquiera tan fáciles de medir, pues el propio Informe Regional reconoce que existe una invisibilidad estadística que permita conocer realmente las condiciones de vida de estos grupos. Sin duda una reescritura de la historia y una nueva moral sobre el “colonialismo” no podrá borrar aquello que ni siquiera se ha podido medir y acaso esto solo servirá para que algún usuario de redes sociales crea que está realizando un cambio.

Otro caso donde lo woke pretende ahora vendernos una solución (si bien no moral) y enseñarnos que las cosas han cambiado lo podemos ver cada junio, mes del Orgullo Gay, en donde las marcas y no pocas dependencias de gobierno no tienen reparo en pintar sus productos e instalaciones con las banderas del movimiento LGBTTTI+, distorsionando por completo el sentido inicial de la expresión de este movimiento en este mes que es precisamente generar visibilidad y conciencia sobre la violencia y desventajas que este grupo históricamente ha sufrido, cambiando la idea a la de una publicitaria como si se tratase de productos en temporada navideña. Entonces, las desigualdades y discriminación se vuelven no un problema que requiera solución material, sino el perfecto campo de acción para la mercadotecnia y las acciones simplistas de alguno que otro político no muy despistado, a lo que no pocos usuarios de redes sociales responden con optimismo y corren a equiparse con algún producto pues no hay duda de que las marcas están con ellos. Pero esto no hace cambiar la realidad de millones de personas que por su orientación sexual tienen condiciones diferentes para el acceso a sus derechos. Por ejemplo, datos de la OCDE publicados en el Informe Regional de Latinobarómetro estiman que las mujeres trans tienen una probabilidad de al menos 24% menos para acceder al empleo y que sus ingresos son al menos 11% más bajos que el promedio y lógicamente, ninguna de ellas logró acceder a cargos directivos. Del mismo modo, al menos 20% de las personas pertenecientes a la comunidad LGBTTTI+ encuestadas por la Universidad de California en Los Ángeles, afirmaron haber sido agredidas por autoridades, en donde América Latina no está exenta pues entre 2010 y 2022 se documentó por Colombia Diversa ONG que existe una alta exposición de las mujeres trans a homicidios y violencia por parte de militares y policías debido a los puestos de trabajo que desempeñan puesto que son altamente criminalizados precisamente por el difícil acceso que estas personas tienen a condiciones laborales formales.

En suma, ante las brújulas morales y las tendencias poco inteligentes, me parece que la sociedad civil debe tomar en serio su papel crítico y no limitarse a censurar determinado contenido por considerarlo no compatible con la cultura actual o bien, consumir aquel que satisfaga meramente sus sentimientos y la dote de aparente solución, sino que no debe perderse de vista que los problemas sociales contemporáneos merecen soluciones materiales y no meras respuestas políticas moralinas o de marketing a tendencias de redes sociales ni al mercado y sus productos.

De esperanzas solamente está hecho el reino de los cielos.

Por Jesús Antonio Domínguez

Alonso Quijano despertó, molido y confundido, del sueño profundo que le provocaron los golpes que le administraron al tercer día de su caballeresca andanza por los campos de La Mancha, sin saber que al abrir los ojos ya no encontraría a sus libros, pues durante la noche, el cura y el barbero habían sido los censores de su biblioteca, condenando al fuego de la hoguera, en juicio expedito y sin mucha averiguación, a incontables tomos de novelas de caballería por considerarlas algo “dogmatizador de sectas malas” y generador de locura, incinerando a cualquier libro, incluso a aquellos que merecían salvarse pero que por pereza (intelectual) del cura censor, tuvieron un trágico destino. Después, como mejor remedio, los censores ordenaron que se tapiase el cuarto de la biblioteca de su amigo para así dar remedio final a su locura. Así, confundido, don Quijote se dará cuenta que alguien le ha taponado las ideas y le ha dicho qué es lo que debe pensar.

Como el deschavetado Quijano, seguramente muchos lectores que tengan a bien apartarse un rato de las redes sociales para reconectarse cuando les apetezca, encontrarán que durante su desconexión y con una rapidez no antes vista, han sido víctimas del muy pocas veces atinado escrutinio de los censores virtuales que con la bandera de la “cancelación” han sometido a la hoguera de la moral y la corrección a tal o cual canción, afición, libro o personaje en pro de lo woke y que, en consecuencia, han determinado la moral que debemos seguir pero no han aportado precisamente alguna solución al tema discutido. Con esto no quiero decir que no es loable que hoy se hayan incluido en la agenda pública temas que en otro momento eran más bien un tabú (como la discriminación, los derechos de los indígenas, la comunidad LGBTTI+ o el feminismo) y tampoco que no se aplauda que se estén eliminando de la conversación actual expresiones a todas luces reprobables, pues sin duda alguna no todo en el pensamiento es digno de predicar. Sino que más bien, me refiero a que hoy lo woke, como cualquier ideología, ha tendido a construir a través de la censura, la venta de artículos y de opiniones no muy inteligentes una hegemonía cultural, definiendo lo que es correcto y lo que no sin mayor sustento que lo conveniente en turno, muchas veces sustentándose más bien en el sentimentalismo y la distorsión que en la razón y el análisis objetivo de los problemas. Así, este extremo propone, por ejemplo, reescrituras de la cultura e historia, distorsión del lenguaje, proyección de imágenes incompletas, negación de las contradicciones humanas y una representación de minorías que no es real, sino más bien, consecuencia de la mercadotecnia y el sistema económico, quienes, sin un gramo de inocencia, han sabido dar espacios a grupos minoritarios a cambio de publicidad y tendencias en las redes sociales.

En el número de este mes de Letras Libres, David Rieff ha entendido a lo woke como un proyecto moral con gran atractivo que, por la presión de las redes sociales, en su mayoría, ha atraído a una generación de jóvenes que buscan encajar, o pertenecer, sin importar cuánta sustancia tenga o no tenga aquella postura. Es decir, lo woke y su generación proponen constituirse como una brújula moral sin analizar siquiera la coherencia de su pensamiento, sino que se sirve de las tendencias que las redes sociales marcan para discutir algo pero que no lleva a solucionar nada sustancial de los temas que pretende abordar. Por ejemplo, si de censura y reescritura de la historia y la cultura hablamos, hace casi un año se creó un intenso debate en redes sociales sobre el colonialismo, la supremacía blanca, la conquista y opresión sufrida por los indígenas representada en la estatua de Colón instalada en Paseo de la Reforma. Debate que, por cierto, con total irresponsabilidad usaba indiscriminadamente conceptos sin siquiera entender su sustancia en donde al activismo de Twitter de lo woke impulsó una falsa dignificación de las minorías indígenas y la negación del pasado novohispano y lo humano de él. Al final, el Gobierno de la Ciudad de México optó por retirar (con el pretexto de darle mantenimiento), a la estatua de Colón y abrió la posibilidad de instalar un monumento a la mujer indígena. Sin duda alguna, esta acción sería tomada como una victoria de lo woke frente a la historia, que por supuesto, en su lógica estaría siendo reescrita. Pero esto está lejos de solucionar el fondo del asunto real que se debió abordar, que es el del considerable atraso de los indígenas pues la realidad material no es alentadora. Así, el Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 preparado por Latinobarómetro nos presenta que en América Latina las mujeres indígenas y afrodescendientes sufren de desventajas sociales enormes que se extienden no solo a una diferencia salarial o una deficiente cobertura de seguridad social, beneficios de pensión bajos o nulos, sino a una exposición especial a la explotación sexual, trata de personas y agresiones, además indica que la condición de mujer indígena está relacionada con una menor probabilidad de salir de la pobreza. Lo sorprendente de esto es que estos datos no son ni siquiera tan fáciles de medir, pues el propio Informe Regional reconoce que existe una invisibilidad estadística que permita conocer realmente las condiciones de vida de estos grupos. Sin duda una reescritura de la historia y una nueva moral sobre el “colonialismo” no podrá borrar aquello que ni siquiera se ha podido medir y acaso esto solo servirá para que algún usuario de redes sociales crea que está realizando un cambio.

Otro caso donde lo woke pretende ahora vendernos una solución (si bien no moral) y enseñarnos que las cosas han cambiado lo podemos ver cada junio, mes del Orgullo Gay, en donde las marcas y no pocas dependencias de gobierno no tienen reparo en pintar sus productos e instalaciones con las banderas del movimiento LGBTTTI+, distorsionando por completo el sentido inicial de la expresión de este movimiento en este mes que es precisamente generar visibilidad y conciencia sobre la violencia y desventajas que este grupo históricamente ha sufrido, cambiando la idea a la de una publicitaria como si se tratase de productos en temporada navideña. Entonces, las desigualdades y discriminación se vuelven no un problema que requiera solución material, sino el perfecto campo de acción para la mercadotecnia y las acciones simplistas de alguno que otro político no muy despistado, a lo que no pocos usuarios de redes sociales responden con optimismo y corren a equiparse con algún producto pues no hay duda de que las marcas están con ellos. Pero esto no hace cambiar la realidad de millones de personas que por su orientación sexual tienen condiciones diferentes para el acceso a sus derechos. Por ejemplo, datos de la OCDE publicados en el Informe Regional de Latinobarómetro estiman que las mujeres trans tienen una probabilidad de al menos 24% menos para acceder al empleo y que sus ingresos son al menos 11% más bajos que el promedio y lógicamente, ninguna de ellas logró acceder a cargos directivos. Del mismo modo, al menos 20% de las personas pertenecientes a la comunidad LGBTTTI+ encuestadas por la Universidad de California en Los Ángeles, afirmaron haber sido agredidas por autoridades, en donde América Latina no está exenta pues entre 2010 y 2022 se documentó por Colombia Diversa ONG que existe una alta exposición de las mujeres trans a homicidios y violencia por parte de militares y policías debido a los puestos de trabajo que desempeñan puesto que son altamente criminalizados precisamente por el difícil acceso que estas personas tienen a condiciones laborales formales.

En suma, ante las brújulas morales y las tendencias poco inteligentes, me parece que la sociedad civil debe tomar en serio su papel crítico y no limitarse a censurar determinado contenido por considerarlo no compatible con la cultura actual o bien, consumir aquel que satisfaga meramente sus sentimientos y la dote de aparente solución, sino que no debe perderse de vista que los problemas sociales contemporáneos merecen soluciones materiales y no meras respuestas políticas moralinas o de marketing a tendencias de redes sociales ni al mercado y sus productos.

De esperanzas solamente está hecho el reino de los cielos.