/ domingo 13 de diciembre de 2020

La casita guadalupana

Por la pandemia sanitaria, no se abrirán las puertas de la Basílica de nuestra Madre de Guadalupe, en la Ciudad de México. Habrá celebraciones sólo al interior, transmitidas por diversos medios electrónicos. Esto nos duele a todos, pues son millones de personas que, en torno al 12 de diciembre, anhelan visitar su casita sagrada y que no podrán ir a otros santuarios y lugares donde tánto se le venera. El episcopado mexicano ha invitado a celebrar estas fiestas en la propia casa, en torno a la imagen que todos tenemos.

En sus apariciones al digno y santo Juan Diego, le dijo: Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes, en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación” (Nican Mopohua).

Al no poder visitar su basílica, donde permanece su imagen original, hemos de hacer su casita sagrada en nuestra casa. Pero esta casita tiene una dimensión más amplia, social y eclesial, y no se reduce a una imagen religiosa, como expresamos los obispos mexicanos en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033.

PENSAR

“El consuelo que promete Santa María de Guadalupe, no es un simple restablecimiento materno de la alegría, sino algo con mayor alcance: el cumplimiento y realización de la justicia y la paz, de las que tanto carece nuestra sociedad y de las que nuestra Iglesia tiene que ser su humilde, pero consolador comienzo” (10).

México y sus habitantes, ¿gozan del consuelo de una sociedad más justa y pacífica? Más aún, podemos cuestionarnos si, como Iglesia ¿somos “esa casita”, construida con dinámicas sociales y alternativas económicas humanizadoras, ajenas al sistema liberal de corrupción y explotación de los más empobrecidos?” (11).

“El Señor nos llama a poner atención en los signos de los tiempos, en la vida de las comunidades y en el sentir de cada persona, porque el pueblo mexicano está herido por una guerra fratricida, ajena al deseo materno que el Padre de Cristo ha manifestado en el mensaje de Guadalupe. ¿Cómo estamos edificando la “casita” de consuelo, la familia de esos reyes que hacen prevalecer la justicia y la paz? Es pues preciso reconocer que hemos robado la esperanza de nuestros más pequeños y hemos descuidado el fundamento de nuestra sociedad: la familia” (13).

ACTUAR

El compromiso que hacemos los obispos, lo compartimos con ustedes, para celebrar, de esta manera, unas fructuosas fiestas guadalupanas:

“Queremos refrendar el compromiso de seguir construyendo una “casita sagrada” porque representa un elemento común de identidad de este pueblo, un signo de unidad, un espíritu de familiaridad. La “casita sagrada” es un lugar donde nadie se siente extraño; un lugar de encuentro, convivencia y cercanía con los seres queridos; un lugar donde se comparten las experiencias de la vida. Uno de los grandes retos de la pastoral ha sido el que en el lugar donde se reúna la comunidad todos nos sintamos en casa. Cuando esto no ocurre, cuando no construimos la “casita sagrada” entre todos, más de uno se sentirá extraño y con mucha facilidad se irá de casa” (154).

“Queremos fortalecer y renovar nuestro esfuerzo para hacer presente el Reino de Dios en esta situación concreta de nuestro país, tomando en nuestras manos el mandato de la Morenita del Tepeyac de construir esa “casita”, donde los pobres y humildes sean los primeros en la Iglesia y orienten el horizonte de nuestra conversión, fecundando así el sentido de nuestra vida” (169).


Obispo Emérito de SCLC


Por la pandemia sanitaria, no se abrirán las puertas de la Basílica de nuestra Madre de Guadalupe, en la Ciudad de México. Habrá celebraciones sólo al interior, transmitidas por diversos medios electrónicos. Esto nos duele a todos, pues son millones de personas que, en torno al 12 de diciembre, anhelan visitar su casita sagrada y que no podrán ir a otros santuarios y lugares donde tánto se le venera. El episcopado mexicano ha invitado a celebrar estas fiestas en la propia casa, en torno a la imagen que todos tenemos.

En sus apariciones al digno y santo Juan Diego, le dijo: Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes, en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación” (Nican Mopohua).

Al no poder visitar su basílica, donde permanece su imagen original, hemos de hacer su casita sagrada en nuestra casa. Pero esta casita tiene una dimensión más amplia, social y eclesial, y no se reduce a una imagen religiosa, como expresamos los obispos mexicanos en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033.

PENSAR

“El consuelo que promete Santa María de Guadalupe, no es un simple restablecimiento materno de la alegría, sino algo con mayor alcance: el cumplimiento y realización de la justicia y la paz, de las que tanto carece nuestra sociedad y de las que nuestra Iglesia tiene que ser su humilde, pero consolador comienzo” (10).

México y sus habitantes, ¿gozan del consuelo de una sociedad más justa y pacífica? Más aún, podemos cuestionarnos si, como Iglesia ¿somos “esa casita”, construida con dinámicas sociales y alternativas económicas humanizadoras, ajenas al sistema liberal de corrupción y explotación de los más empobrecidos?” (11).

“El Señor nos llama a poner atención en los signos de los tiempos, en la vida de las comunidades y en el sentir de cada persona, porque el pueblo mexicano está herido por una guerra fratricida, ajena al deseo materno que el Padre de Cristo ha manifestado en el mensaje de Guadalupe. ¿Cómo estamos edificando la “casita” de consuelo, la familia de esos reyes que hacen prevalecer la justicia y la paz? Es pues preciso reconocer que hemos robado la esperanza de nuestros más pequeños y hemos descuidado el fundamento de nuestra sociedad: la familia” (13).

ACTUAR

El compromiso que hacemos los obispos, lo compartimos con ustedes, para celebrar, de esta manera, unas fructuosas fiestas guadalupanas:

“Queremos refrendar el compromiso de seguir construyendo una “casita sagrada” porque representa un elemento común de identidad de este pueblo, un signo de unidad, un espíritu de familiaridad. La “casita sagrada” es un lugar donde nadie se siente extraño; un lugar de encuentro, convivencia y cercanía con los seres queridos; un lugar donde se comparten las experiencias de la vida. Uno de los grandes retos de la pastoral ha sido el que en el lugar donde se reúna la comunidad todos nos sintamos en casa. Cuando esto no ocurre, cuando no construimos la “casita sagrada” entre todos, más de uno se sentirá extraño y con mucha facilidad se irá de casa” (154).

“Queremos fortalecer y renovar nuestro esfuerzo para hacer presente el Reino de Dios en esta situación concreta de nuestro país, tomando en nuestras manos el mandato de la Morenita del Tepeyac de construir esa “casita”, donde los pobres y humildes sean los primeros en la Iglesia y orienten el horizonte de nuestra conversión, fecundando así el sentido de nuestra vida” (169).


Obispo Emérito de SCLC


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