/ lunes 8 de noviembre de 2021

La crisis climática

Para identificar al mayor depredador del mundo, sólo hay que mirarnos en el espejo. México no es China, el país que más contamina en el mundo. Sin embargo ambos tienen algo en común: están muy lejos de cumplir con el Acuerdo de París respecto a bajar las emisiones que provocan el uso de energías de origen fósil.


La Conferencia de las Naciones Sobre Cambio Climático COP26 de Glasgow, Escocia, que termina el 12 de noviembre ha reunido a más de 130 jefes de Estado. Las notas periodísticas destacan las confrontaciones ya conocidas entre algunos países, por lo que es incierto se pueda lograr acuerdos a favor de la justicia climática como la han identificado decenas de miles de manifestantes, a menos de que dejen a un lado la demagogia y se tomen en serio que el planeta Tierra es nuestro único hogar en el universo.


Los esfuerzos llegaron tarde, si tomamos en cuenta que la revolución industrial comenzó desde el siglo XVIII, y aunque se logra un gran desarrollo tecnológico, social y económico, también se arrecia el deterioro del medio ambiente y la biodiversidad, así como la proliferación de todo tipo de desechos químicos y basuras, y por supuesto la contaminación provocada por la producción de uno de los elementos que más aprecio le motivan al presidente de México: el petróleo.


Pero en honor a la verdad, ningún país se salva de los señalamientos respecto al incumplimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992; del Protocolo de Kyoto aprobado en 1995 y sus Convenios; tampoco han sido consecuentes con el Acuerdo de París, hoy evaluado en el marco de la COP26. La discusión versa sobre la reducción de las consecuencias de la quema de carbón, del petróleo, del gas, cuyas emisiones están terriblemente calentando el planeta. Ojalá que los diplomáticos mexicanos que están participando en estas mesas de trabajo sientan comezón en sus orejas porque México es un pésimo ejemplo respecto de lo que no hay que hacer.


Con qué autoridad participa el gobierno de México cuando tres de las grandes obras de AMLO se sustentan en la destrucción de manglares, bosques y biosferas: el tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el programa estrella “sembrando vidas” implementado sin rigor científico e incitando a campesinos pobres deforesten naturaleza típica, por árboles no acordes a la biodiversidad de cada lugar. Ya ni hablar de las amenazas que derivarían de la reforma eléctrica para parar la inversión privada a favor de la producción de energías limpias.


Si tuviésemos más conciencia sobre las repercusiones de las emisiones del cambio climático y los gases de efecto invernadero, la desertificación, la degradación de las tierras, el deterioro de la biodiversidad de los océanos, y también sopesar las consecuencias de la no implementación de un desarrollo sostenible y los insuficientes esfuerzos para erradicar la pobreza, podríamos tener esperanza de que otro mundo es posible en el corto plazo. Pero los líderes de muchos países se han evidenciado como incapaces, irresponsables y demagogos.


Inexorablemente el reloj no se puede detener. Cada país debe reducir en los próximos 10 años las emisiones que logren que el planeta se mantenga por debajo de los 1,5 grados de calentamiento. Quizá la conclusión más contundente del COP26 sea: Basta de promesas! Algunos, tercos y egoístas, se harán de la vista gorda, como ya saben quien.

Para identificar al mayor depredador del mundo, sólo hay que mirarnos en el espejo. México no es China, el país que más contamina en el mundo. Sin embargo ambos tienen algo en común: están muy lejos de cumplir con el Acuerdo de París respecto a bajar las emisiones que provocan el uso de energías de origen fósil.


La Conferencia de las Naciones Sobre Cambio Climático COP26 de Glasgow, Escocia, que termina el 12 de noviembre ha reunido a más de 130 jefes de Estado. Las notas periodísticas destacan las confrontaciones ya conocidas entre algunos países, por lo que es incierto se pueda lograr acuerdos a favor de la justicia climática como la han identificado decenas de miles de manifestantes, a menos de que dejen a un lado la demagogia y se tomen en serio que el planeta Tierra es nuestro único hogar en el universo.


Los esfuerzos llegaron tarde, si tomamos en cuenta que la revolución industrial comenzó desde el siglo XVIII, y aunque se logra un gran desarrollo tecnológico, social y económico, también se arrecia el deterioro del medio ambiente y la biodiversidad, así como la proliferación de todo tipo de desechos químicos y basuras, y por supuesto la contaminación provocada por la producción de uno de los elementos que más aprecio le motivan al presidente de México: el petróleo.


Pero en honor a la verdad, ningún país se salva de los señalamientos respecto al incumplimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992; del Protocolo de Kyoto aprobado en 1995 y sus Convenios; tampoco han sido consecuentes con el Acuerdo de París, hoy evaluado en el marco de la COP26. La discusión versa sobre la reducción de las consecuencias de la quema de carbón, del petróleo, del gas, cuyas emisiones están terriblemente calentando el planeta. Ojalá que los diplomáticos mexicanos que están participando en estas mesas de trabajo sientan comezón en sus orejas porque México es un pésimo ejemplo respecto de lo que no hay que hacer.


Con qué autoridad participa el gobierno de México cuando tres de las grandes obras de AMLO se sustentan en la destrucción de manglares, bosques y biosferas: el tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el programa estrella “sembrando vidas” implementado sin rigor científico e incitando a campesinos pobres deforesten naturaleza típica, por árboles no acordes a la biodiversidad de cada lugar. Ya ni hablar de las amenazas que derivarían de la reforma eléctrica para parar la inversión privada a favor de la producción de energías limpias.


Si tuviésemos más conciencia sobre las repercusiones de las emisiones del cambio climático y los gases de efecto invernadero, la desertificación, la degradación de las tierras, el deterioro de la biodiversidad de los océanos, y también sopesar las consecuencias de la no implementación de un desarrollo sostenible y los insuficientes esfuerzos para erradicar la pobreza, podríamos tener esperanza de que otro mundo es posible en el corto plazo. Pero los líderes de muchos países se han evidenciado como incapaces, irresponsables y demagogos.


Inexorablemente el reloj no se puede detener. Cada país debe reducir en los próximos 10 años las emisiones que logren que el planeta se mantenga por debajo de los 1,5 grados de calentamiento. Quizá la conclusión más contundente del COP26 sea: Basta de promesas! Algunos, tercos y egoístas, se harán de la vista gorda, como ya saben quien.