/ viernes 17 de julio de 2020

La crueldad de la pandemia

Desde que inició la crisis sanitaria por el Covid-19, el gobierno mexicano se abocó a llevar el registro de contagios y defunciones para conocer el comportamiento de la pandemia, únicamente. Más allá de lo anterior, no ha existido mayor análisis de la información oficial; además, las contradicciones en su manejo terminaron por dañar la credibilidad de la sociedad.

La información y su calidad son fundamentales para la toma de decisiones y aquella tiene que ser analizada a detalle no sólo para identificar vacíos, sino también para focalizar las estrategias y acciones de gobierno. Esta es la única forma de incrementar la eficacia en la atención de la crisis que estamos viviendo.

Fuera de los “reportes” que cada noche emite el gobierno, no sabemos más de la pandemia. Así ha sido por casi cuatro meses.

Por eso, en esta ocasión quiero destacar la importancia del extraordinario estudio sobre la “Mortalidad por Covid-19 en México”, desarrollado y publicado recientemente por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIMM) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El punto central de la investigación revela que el 71 % de las personas que han fallecido por Covid-19 tienen una escolaridad de primaria o inferior (primaria incompleta, preescolar o sin escolaridad). Se trata de un porcentaje altísimo. Una primera lección que esto nos deja es que la falta de educación representa un factor de riesgo y vulnerabilidad ante la pandemia.

Si una persona no concluyó o sólo cuenta con educación primaria, automáticamente podemos inferir las consecuencias que esto siempre trae consigo: un muy bajo nivel de vida, deficiente alimentación, empleos inestables, ingresos limitados, carencias básicas en la vivienda, severas limitaciones para el cuidado de la salud; en fin, una absoluta condición de vulnerabilidad.

Sin embargo, si bien la ausencia de educación en una persona no sólo limita sus oportunidades de movilidad social, ahora tenemos algo más grave: también limita las posibilidades para comprender ampliamente los riesgos de la pandemia, así como las medidas que hay que respetar y poner en práctica para su prevención.

Lo anterior representa un nuevo desafío para nuestro sistema educativo. Ya no se trata de garantizar el derecho a la educación para ampliar las perspectivas de bienestar y desarrollo personal, sino también, para reforzar el cuidado y la prevención de la salud. Esto es parte de lo que exhibe la pandemia.

El estudio de la UNAM contiene información sociodemográfica muy valiosa que merece un desglose con mayor profundidad, ya que nos permitirá identificar muchas de las razones por las cuales la pandemia azota a determinados sectores sociales.

Un dato más: el 46 por ciento de los fallecidos, casi la mitad del total, eran jubilados, desempleados o contaban con un trabajo informal. Por otra parte, más de la mitad de las defunciones tuvieron lugar en unidades médicas para población abierta, es decir, para quienes no cuentan con acceso a seguridad social.

Si este panorama es desgarrador, es más preocupante conocer lo siguiente: las muertes ocurridas en los hospitales privados no han llegado ni siquiera al tres por ciento.

¿ De qué estamos hablando ?... de una de las expresiones más crueles de la profunda desigualdad social que padece el país. Es un reflejo de la brecha que hay entre pobres y ricos, en donde el status representa el factor que amplía o aniquila las posibilidades de las personas para recibir una buena o deficiente atención médica.

Existe un tercer factor que tampoco ayuda para luchar contra el Covid-19 y que en su momento abordaré, pero por ahora sólo quiero dejarlo apuntado: la marginación, que constituye otra manifestación de la pobreza que padecemos.

En la CDMX -seguramente el esquema se reproduce por igual a nivel nacional, particularmente en las regiones más pobres- las zonas catalogadas de alto y muy alto grado de marginación son las que concentran el mayor número de casos de Covid-19.

Tenemos pues, que la falta de educación, la desigualdad y la marginación, son factores que multiplican los riesgos de contagio y, por lo tanto, son también los principales desafíos que el país tiene que resolver.

El elemento que articula esos factores es la pobreza y la pobreza extrema.

Por si algo faltara para castigar aún más a aquellos grupos de la población que tienen diversas carencias -ingreso, rezago educativo, acceso a la salud, a la seguridad social, a calidad de la vivienda, a servicios básicos y a la alimentación-, es que su lamentable condición terminó por convertirlos en las principales víctimas del Covid-19.

No hace mucho aquí comentamos que la pandemia inevitablemente incrementará el número de pobres en el país; a lo que habría que agregar que el coronavirus golpea con mayor fuerza en los contextos de más pobreza… Una verdadera crueldad.



Presidente de la Academia Mexicana de Educación.

Desde que inició la crisis sanitaria por el Covid-19, el gobierno mexicano se abocó a llevar el registro de contagios y defunciones para conocer el comportamiento de la pandemia, únicamente. Más allá de lo anterior, no ha existido mayor análisis de la información oficial; además, las contradicciones en su manejo terminaron por dañar la credibilidad de la sociedad.

La información y su calidad son fundamentales para la toma de decisiones y aquella tiene que ser analizada a detalle no sólo para identificar vacíos, sino también para focalizar las estrategias y acciones de gobierno. Esta es la única forma de incrementar la eficacia en la atención de la crisis que estamos viviendo.

Fuera de los “reportes” que cada noche emite el gobierno, no sabemos más de la pandemia. Así ha sido por casi cuatro meses.

Por eso, en esta ocasión quiero destacar la importancia del extraordinario estudio sobre la “Mortalidad por Covid-19 en México”, desarrollado y publicado recientemente por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIMM) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El punto central de la investigación revela que el 71 % de las personas que han fallecido por Covid-19 tienen una escolaridad de primaria o inferior (primaria incompleta, preescolar o sin escolaridad). Se trata de un porcentaje altísimo. Una primera lección que esto nos deja es que la falta de educación representa un factor de riesgo y vulnerabilidad ante la pandemia.

Si una persona no concluyó o sólo cuenta con educación primaria, automáticamente podemos inferir las consecuencias que esto siempre trae consigo: un muy bajo nivel de vida, deficiente alimentación, empleos inestables, ingresos limitados, carencias básicas en la vivienda, severas limitaciones para el cuidado de la salud; en fin, una absoluta condición de vulnerabilidad.

Sin embargo, si bien la ausencia de educación en una persona no sólo limita sus oportunidades de movilidad social, ahora tenemos algo más grave: también limita las posibilidades para comprender ampliamente los riesgos de la pandemia, así como las medidas que hay que respetar y poner en práctica para su prevención.

Lo anterior representa un nuevo desafío para nuestro sistema educativo. Ya no se trata de garantizar el derecho a la educación para ampliar las perspectivas de bienestar y desarrollo personal, sino también, para reforzar el cuidado y la prevención de la salud. Esto es parte de lo que exhibe la pandemia.

El estudio de la UNAM contiene información sociodemográfica muy valiosa que merece un desglose con mayor profundidad, ya que nos permitirá identificar muchas de las razones por las cuales la pandemia azota a determinados sectores sociales.

Un dato más: el 46 por ciento de los fallecidos, casi la mitad del total, eran jubilados, desempleados o contaban con un trabajo informal. Por otra parte, más de la mitad de las defunciones tuvieron lugar en unidades médicas para población abierta, es decir, para quienes no cuentan con acceso a seguridad social.

Si este panorama es desgarrador, es más preocupante conocer lo siguiente: las muertes ocurridas en los hospitales privados no han llegado ni siquiera al tres por ciento.

¿ De qué estamos hablando ?... de una de las expresiones más crueles de la profunda desigualdad social que padece el país. Es un reflejo de la brecha que hay entre pobres y ricos, en donde el status representa el factor que amplía o aniquila las posibilidades de las personas para recibir una buena o deficiente atención médica.

Existe un tercer factor que tampoco ayuda para luchar contra el Covid-19 y que en su momento abordaré, pero por ahora sólo quiero dejarlo apuntado: la marginación, que constituye otra manifestación de la pobreza que padecemos.

En la CDMX -seguramente el esquema se reproduce por igual a nivel nacional, particularmente en las regiones más pobres- las zonas catalogadas de alto y muy alto grado de marginación son las que concentran el mayor número de casos de Covid-19.

Tenemos pues, que la falta de educación, la desigualdad y la marginación, son factores que multiplican los riesgos de contagio y, por lo tanto, son también los principales desafíos que el país tiene que resolver.

El elemento que articula esos factores es la pobreza y la pobreza extrema.

Por si algo faltara para castigar aún más a aquellos grupos de la población que tienen diversas carencias -ingreso, rezago educativo, acceso a la salud, a la seguridad social, a calidad de la vivienda, a servicios básicos y a la alimentación-, es que su lamentable condición terminó por convertirlos en las principales víctimas del Covid-19.

No hace mucho aquí comentamos que la pandemia inevitablemente incrementará el número de pobres en el país; a lo que habría que agregar que el coronavirus golpea con mayor fuerza en los contextos de más pobreza… Una verdadera crueldad.



Presidente de la Academia Mexicana de Educación.