/ viernes 20 de mayo de 2022

La Cumbre de las Américas  

Carlos Rico Ferrat –el mítico diplomático mexicano y académico de El Colegio de México– caracterizaba la relación bilateral México-Estados Unidos como asimétrica, pero también con múltiples “sensibilidades recíprocas”. Esta categoría resulta una genialidad teórica para las Relaciones Internacionales en su conjunto, pues sintetiza aspectos de interdependencia y realismo presentes entre Ciudad de México y Washington, por ejemplo. Más aún, las condiciones actuales en el sistema internacional han acrecentado las sensibilidades recíprocas entre ambos países, lo mismo en el tema migratorio, la cooperación en seguridad o la integración económica –sobre todo ahora con el llamado nearshoring.

No obstante, la Cumbre de las Américas ha puesto de relieve que México y Estados Unidos tienen pendiente una sensibilidad recíproca adicional: aparejar las concepciones de estabilidad y paz en el Hemisferio Occidental, máxime si consideramos que la región se ha convertido rápidamente en otro tablero geopolítico en la lucha por el poder global, y que no ha quedado exenta de la discusión “democracias versus autocracias”.

Si bien la postura del gobierno del Presidente Biden de no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela responde a imperativos de política interna estadounidense –e.g. el proceso electoral de noviembre próximo y el voto electoral de Florida–, también es importante advertir un elemento ideológico de por medio. Al respecto, la declaración de Brian Nichols, Subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, no tiene desperdicio: “Hay un sentimiento y una visión democrática en las Américas y vamos a respetar eso. Y, por lo tanto, no nos parece conveniente incluir a países que falten al respeto a la democracia”. Es decir, la principal deficiencia en la lógica de las redes sociales es llevada a la política internacional: invitar sólo a los que piensan como uno para generar una cámara de eco, sin importar que el mundo cambie. Resultado de hacer “diplomacia de Twitter”: un fiasco innecesario desde el punto de vista geopolítico, diplomático y, potencialmente, electoral para la administración Biden.

Si la democracia liberal probó ser superior en el pasado, es porque estuvo por encima de la falsa cultura de la cancelación. Su superioridad frente a otras propuestas residía –y todavía reside– en la capacidad de sentarse a la mesa con aquellas personas o países que ahora se clasifican como impresentables o deplorables. En este sentido, la Cumbre de las Américas no es una fiesta donde una persona invita a sus amigos, como se ha querido encuadrar para justificar la exclusión de algunos países de América Latina. Es un símil por demás evasivo de la realidad por la que pasan las democracias en América Latina y el mundo en general. Quizás se trataba de una fiesta cuando en Occidente celebrábamos con champaña el llamado “Fin de la Historia” y cantábamos al unísono Go West, de Pet Shop Boys. Pero no hoy que la historia regresó, como lo planteara Jennifer Welsh en su magnífico libro The Return of History. Y más en una región en el que el viejo espectro ideológico entre izquierda y derecha se muestra con mayor nitidez, hoy.

La guerra –o cualquier conflicto, para pronto– inicia desde el momento en que se contraponen dos versiones de paz, orden y progreso. La probable exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas no abonará a la paz, la seguridad y la estabilidad hemisférica en el largo plazo. Esto tendría que ser una sensibilidad recíproca, no sólo para México y Estados Unidos, sino para las Américas en su conjunto.


Consultor


Carlos Rico Ferrat –el mítico diplomático mexicano y académico de El Colegio de México– caracterizaba la relación bilateral México-Estados Unidos como asimétrica, pero también con múltiples “sensibilidades recíprocas”. Esta categoría resulta una genialidad teórica para las Relaciones Internacionales en su conjunto, pues sintetiza aspectos de interdependencia y realismo presentes entre Ciudad de México y Washington, por ejemplo. Más aún, las condiciones actuales en el sistema internacional han acrecentado las sensibilidades recíprocas entre ambos países, lo mismo en el tema migratorio, la cooperación en seguridad o la integración económica –sobre todo ahora con el llamado nearshoring.

No obstante, la Cumbre de las Américas ha puesto de relieve que México y Estados Unidos tienen pendiente una sensibilidad recíproca adicional: aparejar las concepciones de estabilidad y paz en el Hemisferio Occidental, máxime si consideramos que la región se ha convertido rápidamente en otro tablero geopolítico en la lucha por el poder global, y que no ha quedado exenta de la discusión “democracias versus autocracias”.

Si bien la postura del gobierno del Presidente Biden de no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela responde a imperativos de política interna estadounidense –e.g. el proceso electoral de noviembre próximo y el voto electoral de Florida–, también es importante advertir un elemento ideológico de por medio. Al respecto, la declaración de Brian Nichols, Subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, no tiene desperdicio: “Hay un sentimiento y una visión democrática en las Américas y vamos a respetar eso. Y, por lo tanto, no nos parece conveniente incluir a países que falten al respeto a la democracia”. Es decir, la principal deficiencia en la lógica de las redes sociales es llevada a la política internacional: invitar sólo a los que piensan como uno para generar una cámara de eco, sin importar que el mundo cambie. Resultado de hacer “diplomacia de Twitter”: un fiasco innecesario desde el punto de vista geopolítico, diplomático y, potencialmente, electoral para la administración Biden.

Si la democracia liberal probó ser superior en el pasado, es porque estuvo por encima de la falsa cultura de la cancelación. Su superioridad frente a otras propuestas residía –y todavía reside– en la capacidad de sentarse a la mesa con aquellas personas o países que ahora se clasifican como impresentables o deplorables. En este sentido, la Cumbre de las Américas no es una fiesta donde una persona invita a sus amigos, como se ha querido encuadrar para justificar la exclusión de algunos países de América Latina. Es un símil por demás evasivo de la realidad por la que pasan las democracias en América Latina y el mundo en general. Quizás se trataba de una fiesta cuando en Occidente celebrábamos con champaña el llamado “Fin de la Historia” y cantábamos al unísono Go West, de Pet Shop Boys. Pero no hoy que la historia regresó, como lo planteara Jennifer Welsh en su magnífico libro The Return of History. Y más en una región en el que el viejo espectro ideológico entre izquierda y derecha se muestra con mayor nitidez, hoy.

La guerra –o cualquier conflicto, para pronto– inicia desde el momento en que se contraponen dos versiones de paz, orden y progreso. La probable exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas no abonará a la paz, la seguridad y la estabilidad hemisférica en el largo plazo. Esto tendría que ser una sensibilidad recíproca, no sólo para México y Estados Unidos, sino para las Américas en su conjunto.


Consultor