/ viernes 17 de septiembre de 2021

La desigualdad de género en la prevalencia de sobrepeso y obesidad. ¿Qué soluciones podemos proponer?

Por Laurence Mercier y Ornella Malagrino Maza


Cuando hablamos de desigualdad de género, lo que viene, principalmente, a la mente son las diferencias que existen entre los hombres y las mujeres para acceder a la enseñanza y a un empleo remunerado, o para conseguir una misma paga salarial y la oportunidad de acceder a puestos de liderazgo; también se menciona, en general, la forma poco equitativa del reparto de las tareas domésticas y del cuidado de los niños en el seno familiar, sin olvidar la violencia que sufren muchas mujeres, comparada con la de los hombres. No obstante, es poco común examinar cómo las desigualdades de género pueden manifestarse también en el estado de salud.

El objetivo de la presente nota es llamar la atención sobre la mayor prevalencia de obesidad en mujeres comparado con hombres, con el fin de que esta dimensión de género sea incorporada al momento de diseñar políticas y programas para tratar este problema de salud pública en México. Por supuesto, existen diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres. Sin embargo, la desigualdad de género no hace referencia a esas diferencias biológicas relacionadas al sexo, sino que se enfoca en las que surgen de las prácticas socioculturales. Por lo mismo, nos enfocaremos en comprender cómo los roles de género participan en el desarrollo de la obesidad.

De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) realizada en México en 2018-2019, del total de los adultos mayores de 20 años que padecen sobrepeso u obesidad, 73 por ciento son hombres y 77 por ciento son mujeres. Estas cifras alarmantes muestran una clara diferencia de cuatro puntos porcentuales entre ambos grupos. Esta predominancia de obesidad en mujeres fue reportada también al menos en 21 países de América Latina y el Caribe por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) (Fig. 1).

Figura 1. Porcentaje de hombres y mujeres afectados por patrones de obesidad por país de América latina y el Caribe (en orden alfabético). Fuente: Panorama de la Seguridad Alimentaria Nutricional 2018 – Estadísticas de la FAO en Biermayr-Jenzano (2020).

¿Por qué la obesidad no afecta a hombres y mujeres por igual?

Para tratar de encontrar posibles explicaciones en nuestro país, es interesante examinar la prevalencia de obesidad (sin el sobrepeso) por grupos etarios y por sexo, ya que podemos observar cómo se produce un cambio en el grupo de los 20-29 años (Fig. 2, señalado con una flecha amarilla). El porcentaje de hombres y mujeres de 12-19 años que padecen obesidad es, respectivamente, de 15 y 14 por ciento, mientras que aumenta a 24 y 26 por ciento para los adultos jóvenes de 20-29 años.

Con base en esta observación, se genera el cuestionamiento ¿qué cambio ocurre de la adolescencia a la adultez para invertir la prevalencia de obesidad entre hombres y mujeres? Además de los cambios biológicos, deben de existir modificaciones en el rol de la mujer que crean desigualdades y aumentan su vulnerabilidad ante la obesidad, lo cual permanece durante toda su edad adulta.

Figura 2. Porcentaje de prevalencia de obesidad por sexo y grupos de edad en México, a partir del cálculo del Índice de Masa Corporal (IMC). Fuente: Ensanut 2018-19.

De acuerdo con los resultados de la Ensanut 2018-19, las mujeres tienen mayormente a sus hijos entre los 20 y 29 años. Es posible que el rol reproductivo y de cuidado que ejercen las mujeres hacia los demás, por encima del autocuidado de su alimentación y salud personal, sea un factor asociado en el desarrollo de la obesidad. Al respecto, cifras de la Ensanut 2018-19 indican que las mujeres son menos activas físicamente que los hombres en todos los grupos etarios de la etapa adulta (Fig. 3).

La diferencia entre hombres y mujeres en puntos porcentuales es de 11 para los 20-29 años y, aproximadamente, de seis para los demás grupos etarios. Ciertamente, el tiempo que invierten las mujeres en múltiples actividades restringe su disponibilidad para ocuparse de su autocuidado. En particular, las labores que las mujeres efectúan en el seno del hogar carecen de un horario definido, por lo que muchas no encuentran un espacio de tiempo para realizar actividades deportivas; adicionalmente, los espacios públicos de numerosas ciudades del país no son seguros para las mujeres. Esta situación ocasiona que ellas limiten su movilidad y eviten tener actividades físicas en espacios públicos. De igual manera, una alimentación saludable y variada requiere cierta disponibilidad de tiempo y presupuesto.

Figura 3. Porcentaje de activos* por sexo y grupos de edad en México. Fuente: Ensanut 2018-19. * Activos: personas que realizan 300 minutos de actividad física moderada o 150 minutos de actividad física vigorosa o la combinación de ambas intensidades.

Las mujeres que tienen una doble carga horaria por desarrollar una actividad profesional además del trabajo en el hogar buscan, muchas veces, opciones de alimentación rápida para lograr realizar ambas actividades. Esta alimentación rápida consiste usualmente en alimentos ultraprocesados, bebidas azucaradas y comida rápida que son de alta densidad calórica y de bajo valor nutricional. El consumo frecuente de estos alimentos puede provocar una acumulación anormal o excesiva de grasa en el cuerpo, la cual puede convertirse en un problema de sobrepeso u obesidad. Las madres solteras que tienen un trabajo informal con poca protección social y bajos salarios son también más susceptibles de dirigirse hacia estos alimentos para alimentarse, debido a que son prácticos, están listos para ser consumidos y, con frecuencia, son más económicos que los alimentos naturales.

Por todo lo anterior, es importante promover ante las mujeres no solo la práctica de una actividad física moderada y vigorosa, sino también la disminución de actividades sedentarias a lo largo del día (desplazamiento en automóvil y tiempo frente a pantallas, entre otras). Adicionalmente, tomando en cuenta la influencia que tiene el entorno para la práctica de una actividad física, se debe considerar mejorar el número de espacios públicos seguros para mujeres, como parques con instalaciones deportivas, campos de juego y ciclovías, entre otras. Estos espacios fomentan un estilo de vida más sano. Además de la promoción de una vida más activa, es necesario implementar un estilo de alimentación saludable que involucre a todo el entorno familiar para facilitar el seguimiento del mismo.

No hay que olvidar que la influencia que tiene la madre sobre sus hijos en la alimentación es de gran importancia y puede ser un factor genético y ambiental para el desarrollo de la obesidad infantil. Al respecto, la promoción de una alimentación saludable en la prevención de esta enfermedad en los niños puede favorecer la motivación de las madres para cambiar los hábitos alimenticios en la familia.

Para facilitar un estilo de alimentación saludable, cada mujer con su familia puede realizar una planeación semanal de sus alimentos: esto incluye organizar las compras, establecer un tiempo para la elaboración de los alimentos y limpieza de los trastes. La alimentación saludable no debe de ser complicada: siempre se pueden seleccionar preparaciones sencillas que incluyan una mayor cantidad de verduras y menor proporción de grasas y azúcares.

Un factor importante para realizar cambios alimenticios es establecer y respetar horarios de comidas. Para ello, en ocasiones, se puede dejar preparada la comida un día antes y cómo se mencionó previamente, involucrar a todos los integrantes de la familia en la elaboración de las comidas y otras actividades de casa; esto permitirá que la mujer tenga más tiempo libre. Los sectores de salud y educativo quizás pueden participar en sensibilizar a los hombres para que se involucren en las actividades domésticas.

Referencia

Biermayr-Jenzano, P. 2020. Obesidad y Género. Enfoque de género y salud alimentaria nutricional en América Latina. International Food Policy Research Institute, Washington, DC, USA, pp 4.

Autoras

La doctora Laurence Mercier es investigadora del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor) y la licenciada. Ornella Malagrino Maza es nutrióloga de Médica Fidepaz. Correos de contacto: lmercier04@cibnor.mx; infonutriologa@gmail.com


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Por Laurence Mercier y Ornella Malagrino Maza


Cuando hablamos de desigualdad de género, lo que viene, principalmente, a la mente son las diferencias que existen entre los hombres y las mujeres para acceder a la enseñanza y a un empleo remunerado, o para conseguir una misma paga salarial y la oportunidad de acceder a puestos de liderazgo; también se menciona, en general, la forma poco equitativa del reparto de las tareas domésticas y del cuidado de los niños en el seno familiar, sin olvidar la violencia que sufren muchas mujeres, comparada con la de los hombres. No obstante, es poco común examinar cómo las desigualdades de género pueden manifestarse también en el estado de salud.

El objetivo de la presente nota es llamar la atención sobre la mayor prevalencia de obesidad en mujeres comparado con hombres, con el fin de que esta dimensión de género sea incorporada al momento de diseñar políticas y programas para tratar este problema de salud pública en México. Por supuesto, existen diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres. Sin embargo, la desigualdad de género no hace referencia a esas diferencias biológicas relacionadas al sexo, sino que se enfoca en las que surgen de las prácticas socioculturales. Por lo mismo, nos enfocaremos en comprender cómo los roles de género participan en el desarrollo de la obesidad.

De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) realizada en México en 2018-2019, del total de los adultos mayores de 20 años que padecen sobrepeso u obesidad, 73 por ciento son hombres y 77 por ciento son mujeres. Estas cifras alarmantes muestran una clara diferencia de cuatro puntos porcentuales entre ambos grupos. Esta predominancia de obesidad en mujeres fue reportada también al menos en 21 países de América Latina y el Caribe por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) (Fig. 1).

Figura 1. Porcentaje de hombres y mujeres afectados por patrones de obesidad por país de América latina y el Caribe (en orden alfabético). Fuente: Panorama de la Seguridad Alimentaria Nutricional 2018 – Estadísticas de la FAO en Biermayr-Jenzano (2020).

¿Por qué la obesidad no afecta a hombres y mujeres por igual?

Para tratar de encontrar posibles explicaciones en nuestro país, es interesante examinar la prevalencia de obesidad (sin el sobrepeso) por grupos etarios y por sexo, ya que podemos observar cómo se produce un cambio en el grupo de los 20-29 años (Fig. 2, señalado con una flecha amarilla). El porcentaje de hombres y mujeres de 12-19 años que padecen obesidad es, respectivamente, de 15 y 14 por ciento, mientras que aumenta a 24 y 26 por ciento para los adultos jóvenes de 20-29 años.

Con base en esta observación, se genera el cuestionamiento ¿qué cambio ocurre de la adolescencia a la adultez para invertir la prevalencia de obesidad entre hombres y mujeres? Además de los cambios biológicos, deben de existir modificaciones en el rol de la mujer que crean desigualdades y aumentan su vulnerabilidad ante la obesidad, lo cual permanece durante toda su edad adulta.

Figura 2. Porcentaje de prevalencia de obesidad por sexo y grupos de edad en México, a partir del cálculo del Índice de Masa Corporal (IMC). Fuente: Ensanut 2018-19.

De acuerdo con los resultados de la Ensanut 2018-19, las mujeres tienen mayormente a sus hijos entre los 20 y 29 años. Es posible que el rol reproductivo y de cuidado que ejercen las mujeres hacia los demás, por encima del autocuidado de su alimentación y salud personal, sea un factor asociado en el desarrollo de la obesidad. Al respecto, cifras de la Ensanut 2018-19 indican que las mujeres son menos activas físicamente que los hombres en todos los grupos etarios de la etapa adulta (Fig. 3).

La diferencia entre hombres y mujeres en puntos porcentuales es de 11 para los 20-29 años y, aproximadamente, de seis para los demás grupos etarios. Ciertamente, el tiempo que invierten las mujeres en múltiples actividades restringe su disponibilidad para ocuparse de su autocuidado. En particular, las labores que las mujeres efectúan en el seno del hogar carecen de un horario definido, por lo que muchas no encuentran un espacio de tiempo para realizar actividades deportivas; adicionalmente, los espacios públicos de numerosas ciudades del país no son seguros para las mujeres. Esta situación ocasiona que ellas limiten su movilidad y eviten tener actividades físicas en espacios públicos. De igual manera, una alimentación saludable y variada requiere cierta disponibilidad de tiempo y presupuesto.

Figura 3. Porcentaje de activos* por sexo y grupos de edad en México. Fuente: Ensanut 2018-19. * Activos: personas que realizan 300 minutos de actividad física moderada o 150 minutos de actividad física vigorosa o la combinación de ambas intensidades.

Las mujeres que tienen una doble carga horaria por desarrollar una actividad profesional además del trabajo en el hogar buscan, muchas veces, opciones de alimentación rápida para lograr realizar ambas actividades. Esta alimentación rápida consiste usualmente en alimentos ultraprocesados, bebidas azucaradas y comida rápida que son de alta densidad calórica y de bajo valor nutricional. El consumo frecuente de estos alimentos puede provocar una acumulación anormal o excesiva de grasa en el cuerpo, la cual puede convertirse en un problema de sobrepeso u obesidad. Las madres solteras que tienen un trabajo informal con poca protección social y bajos salarios son también más susceptibles de dirigirse hacia estos alimentos para alimentarse, debido a que son prácticos, están listos para ser consumidos y, con frecuencia, son más económicos que los alimentos naturales.

Por todo lo anterior, es importante promover ante las mujeres no solo la práctica de una actividad física moderada y vigorosa, sino también la disminución de actividades sedentarias a lo largo del día (desplazamiento en automóvil y tiempo frente a pantallas, entre otras). Adicionalmente, tomando en cuenta la influencia que tiene el entorno para la práctica de una actividad física, se debe considerar mejorar el número de espacios públicos seguros para mujeres, como parques con instalaciones deportivas, campos de juego y ciclovías, entre otras. Estos espacios fomentan un estilo de vida más sano. Además de la promoción de una vida más activa, es necesario implementar un estilo de alimentación saludable que involucre a todo el entorno familiar para facilitar el seguimiento del mismo.

No hay que olvidar que la influencia que tiene la madre sobre sus hijos en la alimentación es de gran importancia y puede ser un factor genético y ambiental para el desarrollo de la obesidad infantil. Al respecto, la promoción de una alimentación saludable en la prevención de esta enfermedad en los niños puede favorecer la motivación de las madres para cambiar los hábitos alimenticios en la familia.

Para facilitar un estilo de alimentación saludable, cada mujer con su familia puede realizar una planeación semanal de sus alimentos: esto incluye organizar las compras, establecer un tiempo para la elaboración de los alimentos y limpieza de los trastes. La alimentación saludable no debe de ser complicada: siempre se pueden seleccionar preparaciones sencillas que incluyan una mayor cantidad de verduras y menor proporción de grasas y azúcares.

Un factor importante para realizar cambios alimenticios es establecer y respetar horarios de comidas. Para ello, en ocasiones, se puede dejar preparada la comida un día antes y cómo se mencionó previamente, involucrar a todos los integrantes de la familia en la elaboración de las comidas y otras actividades de casa; esto permitirá que la mujer tenga más tiempo libre. Los sectores de salud y educativo quizás pueden participar en sensibilizar a los hombres para que se involucren en las actividades domésticas.

Referencia

Biermayr-Jenzano, P. 2020. Obesidad y Género. Enfoque de género y salud alimentaria nutricional en América Latina. International Food Policy Research Institute, Washington, DC, USA, pp 4.

Autoras

La doctora Laurence Mercier es investigadora del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor) y la licenciada. Ornella Malagrino Maza es nutrióloga de Médica Fidepaz. Correos de contacto: lmercier04@cibnor.mx; infonutriologa@gmail.com


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