Por Maritza Félix
La arena estaba repleta y las pancartas de Harris-Walz ondeaban al son de los éxitos musicales del momento. El primer mitin de Kamala Harris como candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos en Arizona se sentía como una celebración.
Las entradas para el evento en el Desert Diamond Arena se agotaron en un par de horas y más de 15 mil personas acudieron al llamado. No era una ola azul; en este rally había colores y arcoíris, reguetón y rap, y militares y republicanos de afiliación. Fue un evento en el que se juntaron el hartazgo político y las ganas de conquistarlo todo, lo tradicional y las nuevas generaciones… fue un puente de esperanza. Y, aclaro, yo estuve ahí, esa multitud fue un mensaje humano rotundo y no una creación de la inteligencia artificial.
“Cuando votamos, ganamos”, decía uno de los letreros que cientos sostenían desde las butacas. No se referían a un triunfo de partido, sino del sentido común, la sensación de victoria que llega después de un intercambio de candidatos que le devolvió el brillo a una contienda polarizada y opaca, y ahora los pone a todos en la misma línea de salida.
En mi vida he cubierto muchos eventos de campañas y visitas presidenciales, pero esta vez algo se sentía diferente. La gente tenía ganas de creer, de sanar, de emocionarse sin disimularlo, de soltar el cuerpo, de atreverse a sanar, de sonreír y celebrar.
Los mítines de Trump son volátiles, violentos e impredecibles. Adentro, la adrenalina; afuera, los incendios. Gases de pimienta y demostraciones policiacas. Con el expresidente todo es en los extremos, desde la afición que lo idolatra hasta sus opositores que lo queman todo. No hay equilibrio de poderes, no hay sensatez ni cordura. Acá los ánimos se exaltan y nada los para… y nadie los quiere extinguir.
¡Contrastes! De arriba hasta abajo. En las contiendas locales empieza a reflejarse el mismo fenómeno. Por años, las campañas en extremo polémicas generaban más asistencia y cobertura, dominaban los titulares, pero el electorado se cansó de escándalos.
¿Será que en esta última recta del 2024 podamos hablar con un tono civilizado? ¿Quizá aún sea posible devolverle a la política el goce? Tim Walz parece ser muy bueno en eso.
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