/ lunes 11 de febrero de 2019

¿La entrega de la industria mexicana?

Cuando Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano en 1915-1920, afirmó que “México es un país extraordinario, fácil de dominar” probablemente no imaginó la capacidad que sus palabras tendrían, particularmente al señalar que “debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades”.

“Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes (...), harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros", dijo lapidariamente.

Un siglo después, su idea flota en el ambiente, pero con aspectos adicionales que son delicados.

México sigue enfrentando serios problemas para definir un proyecto de nación propio, capaz de reconocer la necesidad de generar desarrollo y bienestar interno, fundamentado en capacidades productivas nacionales al mismo tiempo que lo hace estableciendo una relación equitativa con el resto del mundo, sin subordinarse a las corrientes de la globalización.

Ello ocurre a pesar de contar en la función pública, con egresados de las mejores universidades del mundo. Como la ha señalado el premio Nobel Joseph Stiglitz, el drama de crisis recurrentes se presenta aún con funcionarios que han estudiado en las escuelas de élite global.

Parte del problema fue que se adoptaron paradigmas que no correspondían a la realidad nacional.

La apertura comercial desde 1986 tuvo implícita la renuncia a la industrialización basada en empresas nacionales, se abrió a la maquila bajo la lógica del libre comercio.

Dicha apertura ha traído beneficios, pero también rezagos, esencialmente la ruptura de las cadenas productivas, el desarrollo de innovación endógena y la creación de un sistema educativo competitivo y de calidad global.

Asociado a la destrucción de la banca de desarrollo, el principal yerro fue que se limitó el contenido nacional de la producción y exportación nacional, que es el mecanismo para asegurar que la mayor parte del beneficio del comercio se quede en México con empleos formales bien remunerados y empresas altamente competitivas.

Lamentablemente así seguirá este año, salvo que se corrijan las medidas adoptadas la semana pasada.

La determinación de abrir la economía a la competencia desleal que llega desde el continente asiático tomó la forma de la eliminación se salvaguardas y reducción de aranceles en los sectores textil, calzado, vestido y acero.

En lugar de garantizar que las empresas mexicanas puedan competir en un entorno de equidad se ha dado preferencia a la importación de productos que a nivel global han sido acusados de llegar a precios bajos porque no cumplen con reglas básicas de la competencia justa.

Ello afectará a cientos de miles de empleos y a la inversión asociada en México. Sin mediar un análisis de fondo, la decisión de la administración pública permitirá la competencia desleal en territorio mexicano: las empresas nacionales deberán enfrentar las importaciones que llegan a precios artificialmente bajos.

Con ello parece que la afirmación del presidente López Obrador, “Primero México”, puede quedar relegada por la operación de una administración pública que sigue normada por la lógica que Lansing señaló, sólo que ahora apunta al Este de Asia.

Cuando Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano en 1915-1920, afirmó que “México es un país extraordinario, fácil de dominar” probablemente no imaginó la capacidad que sus palabras tendrían, particularmente al señalar que “debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades”.

“Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes (...), harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros", dijo lapidariamente.

Un siglo después, su idea flota en el ambiente, pero con aspectos adicionales que son delicados.

México sigue enfrentando serios problemas para definir un proyecto de nación propio, capaz de reconocer la necesidad de generar desarrollo y bienestar interno, fundamentado en capacidades productivas nacionales al mismo tiempo que lo hace estableciendo una relación equitativa con el resto del mundo, sin subordinarse a las corrientes de la globalización.

Ello ocurre a pesar de contar en la función pública, con egresados de las mejores universidades del mundo. Como la ha señalado el premio Nobel Joseph Stiglitz, el drama de crisis recurrentes se presenta aún con funcionarios que han estudiado en las escuelas de élite global.

Parte del problema fue que se adoptaron paradigmas que no correspondían a la realidad nacional.

La apertura comercial desde 1986 tuvo implícita la renuncia a la industrialización basada en empresas nacionales, se abrió a la maquila bajo la lógica del libre comercio.

Dicha apertura ha traído beneficios, pero también rezagos, esencialmente la ruptura de las cadenas productivas, el desarrollo de innovación endógena y la creación de un sistema educativo competitivo y de calidad global.

Asociado a la destrucción de la banca de desarrollo, el principal yerro fue que se limitó el contenido nacional de la producción y exportación nacional, que es el mecanismo para asegurar que la mayor parte del beneficio del comercio se quede en México con empleos formales bien remunerados y empresas altamente competitivas.

Lamentablemente así seguirá este año, salvo que se corrijan las medidas adoptadas la semana pasada.

La determinación de abrir la economía a la competencia desleal que llega desde el continente asiático tomó la forma de la eliminación se salvaguardas y reducción de aranceles en los sectores textil, calzado, vestido y acero.

En lugar de garantizar que las empresas mexicanas puedan competir en un entorno de equidad se ha dado preferencia a la importación de productos que a nivel global han sido acusados de llegar a precios bajos porque no cumplen con reglas básicas de la competencia justa.

Ello afectará a cientos de miles de empleos y a la inversión asociada en México. Sin mediar un análisis de fondo, la decisión de la administración pública permitirá la competencia desleal en territorio mexicano: las empresas nacionales deberán enfrentar las importaciones que llegan a precios artificialmente bajos.

Con ello parece que la afirmación del presidente López Obrador, “Primero México”, puede quedar relegada por la operación de una administración pública que sigue normada por la lógica que Lansing señaló, sólo que ahora apunta al Este de Asia.