/ jueves 15 de agosto de 2019

La familia es la alternativa

VER

Hace años, viajando a Roma vía París, me tocó de compañero de asiento, en clase económica, un empresario francés, que regresaba a su patria después de supervisar sus empresas en algunos países latinoamericanos, y me insistía: Diga a los mexicanos que cuiden la familia; que no les vaya a suceder lo que a nosotros los franceses, que ya la perdimos, ya no hay familia. Ustedes aún conservan ese tesoro. ¡No lo pierdan!

El fin de semana pasado, fui invitado por el párroco de Cosoleacaque, diócesis de Coatzacoalcos, en el sur de Veracruz, a dar ocho conferencias sobre el amor en el matrimonio y en la familia, de acuerdo a la Exhortación del Papa Francisco Amoris laetitia. En la sección de preguntas y testimonios, una mujer adulta se levantó y dijo: Yo soy hija adoptada por un matrimonio, a quien le debo todo, pero quizá entre los presentes está mi madre biológica; que sepa que la quiero mucho, que la admiro porque no me abortó; que le agradezco que me haya confiado a una buena familia; que la perdono, pero que me gustaría conocerla y abrazarla.

La familia. El ideal de Dios y nuestro es vivir la experiencia de pertenecer a una familia armoniosa, donde hay paz y comprensión, respeto y fidelidad, cariño y apoyo mutuo, trabajo compartido y responsable, educación humanista y cristiana. Aquí es donde se forman los ciudadanos que construyen la patria, los creyentes que integran la Iglesia. Aquí es donde crecen los niños y jóvenes que aprenden valores que les servirán toda la vida. Aquí es donde se mama el amor, el respeto por los demás, la solidaridad, el perdón, el aprecio del trabajo esforzado para tener algo, la tolerancia mutua, el compartir. Sin estos cimientos, ni la escuela, ni el dinero, ni el poder, ni las leyes, ni los ejércitos, podrán lograr tener ciudadanos pacíficos y trabajadores.

Todos anhelamos que en el país se viva en paz; sin embargo, hay quienes se empeñan en destruir la familia, y sin ella no hay paz, no hay armonía social. Todo son luchas, pleitos, divisiones, envidias, ambición de poder. Quien no tuvo familia, crece entre luchas e incertidumbres, y se defiende como puede. Quien vive en una familia donde hay violencia, pleitos y arbitrariedades, crece en un ambiente hostil, donde prevalece la fuerza del más fuerte, donde se imponen los golpes, la destrucción del otro, el predominio y la muerte. Por ello, si queremos paz y reconciliación social, hay que cuidar y proteger a las familias.

PENSAR

El episcopado mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, afirma: “Existen grandes sectores que siguen reconociendo el valor de la familia en el mundo como un elemento fundamental para una sociedad más sana y vigorosa, formadora ineludible de valores en la educación de los hijos. Así mismo, tenemos que reconocer la grave crisis por la que atraviesa la familia. Fenómenos como la pobreza, el individualismo, el ritmo de la vida actual, el estrés, la organización laboral y social; una ambigua concepción de la libertad y la dificultad para adquirir compromisos sólidos; además de una implacable lucha jurídica y social por implantar la ideología de género, han hecho que la familia se encuentre gravemente dañada” (39).

“El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado… Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc.” (57).

ACTUAR

Si hay problemas en tu familia, no la destruyas más. Defiéndela como valor supremo. Y educa para el trabajo, la fraternidad, el perdón, la ayuda mutua, la fidelidad, la paciencia y tolerancia, como cimientos para colaborar en la paz social del país.

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Hace años, viajando a Roma vía París, me tocó de compañero de asiento, en clase económica, un empresario francés, que regresaba a su patria después de supervisar sus empresas en algunos países latinoamericanos, y me insistía: Diga a los mexicanos que cuiden la familia; que no les vaya a suceder lo que a nosotros los franceses, que ya la perdimos, ya no hay familia. Ustedes aún conservan ese tesoro. ¡No lo pierdan!

El fin de semana pasado, fui invitado por el párroco de Cosoleacaque, diócesis de Coatzacoalcos, en el sur de Veracruz, a dar ocho conferencias sobre el amor en el matrimonio y en la familia, de acuerdo a la Exhortación del Papa Francisco Amoris laetitia. En la sección de preguntas y testimonios, una mujer adulta se levantó y dijo: Yo soy hija adoptada por un matrimonio, a quien le debo todo, pero quizá entre los presentes está mi madre biológica; que sepa que la quiero mucho, que la admiro porque no me abortó; que le agradezco que me haya confiado a una buena familia; que la perdono, pero que me gustaría conocerla y abrazarla.

La familia. El ideal de Dios y nuestro es vivir la experiencia de pertenecer a una familia armoniosa, donde hay paz y comprensión, respeto y fidelidad, cariño y apoyo mutuo, trabajo compartido y responsable, educación humanista y cristiana. Aquí es donde se forman los ciudadanos que construyen la patria, los creyentes que integran la Iglesia. Aquí es donde crecen los niños y jóvenes que aprenden valores que les servirán toda la vida. Aquí es donde se mama el amor, el respeto por los demás, la solidaridad, el perdón, el aprecio del trabajo esforzado para tener algo, la tolerancia mutua, el compartir. Sin estos cimientos, ni la escuela, ni el dinero, ni el poder, ni las leyes, ni los ejércitos, podrán lograr tener ciudadanos pacíficos y trabajadores.

Todos anhelamos que en el país se viva en paz; sin embargo, hay quienes se empeñan en destruir la familia, y sin ella no hay paz, no hay armonía social. Todo son luchas, pleitos, divisiones, envidias, ambición de poder. Quien no tuvo familia, crece entre luchas e incertidumbres, y se defiende como puede. Quien vive en una familia donde hay violencia, pleitos y arbitrariedades, crece en un ambiente hostil, donde prevalece la fuerza del más fuerte, donde se imponen los golpes, la destrucción del otro, el predominio y la muerte. Por ello, si queremos paz y reconciliación social, hay que cuidar y proteger a las familias.

PENSAR

El episcopado mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, afirma: “Existen grandes sectores que siguen reconociendo el valor de la familia en el mundo como un elemento fundamental para una sociedad más sana y vigorosa, formadora ineludible de valores en la educación de los hijos. Así mismo, tenemos que reconocer la grave crisis por la que atraviesa la familia. Fenómenos como la pobreza, el individualismo, el ritmo de la vida actual, el estrés, la organización laboral y social; una ambigua concepción de la libertad y la dificultad para adquirir compromisos sólidos; además de una implacable lucha jurídica y social por implantar la ideología de género, han hecho que la familia se encuentre gravemente dañada” (39).

“El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado… Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc.” (57).

ACTUAR

Si hay problemas en tu familia, no la destruyas más. Defiéndela como valor supremo. Y educa para el trabajo, la fraternidad, el perdón, la ayuda mutua, la fidelidad, la paciencia y tolerancia, como cimientos para colaborar en la paz social del país.