/ martes 12 de febrero de 2019

La fuerza de las palabras

El lenguaje es una de las cuestiones más importantes para el ser humano. Hay palabras que tienen vida propia, decía mi profesor Berumen, por ejemplo: los conceptos Dios o Nación se desenvuelven de manera distinta al resto de las palabras. Hoy en día, estamos en una crisis en el uso de las palabras. Alguna vez, las palabras herejía, pecado o ciencia tenían una potencia distinta, una fuerza social que les permitía una vida propia. En nuestros días, esas palabras no están cargadas de la misma fuerza, la razón fue su desgaste, su abuso y, el cambio social, por el paso del tiempo.

Todos los días se habla de corrupción, y ya no queda claro si se trata de un tema en el ámbito legal (artículos 212 a 227 del Código Penal Federal) o el asunto está relacionado con la moral. Nótese que el derecho y la moral no se acaban de divorciar, pero guardan amplias diferencias. Sin duda, la palabra corrupción está en boca de todos, pero no alcanzamos a consensar su significado. Hay quienes hablan de pescar peces gordos, otro sector de la academia señala los ambientes que propician la corrupción y, por último, hay quienes lo puede relacionar con la ética pública. Ojalá el concepto no se desgaste al grado de perder la fuerza de su significado como le sucedió a la bella palabra solidaridad, gracias a un programa social de hace dos décadas.

La violencia contra las mujeres es el cáncer de nuestra sociedad contemporánea. Uno de los problemas torales de nuestra sociedad. Esto nos lleva al delito de feminicidio, este crimen está todos los días en los medios de comunicación, en el debate público y en las líneas de investigación académicas, pero la incidencia delictiva no cesa. De alguna u otra manera, la potencia del concepto feminicidio se empieza a desgatar y la sociedad se acostumbra a verla. La norma penal de feminicidio tiene la virtud de visibilizar y distinguir la máxima expresión de violencia contra las mujeres, sin embargo, su uso cotidiano está mermando la fuerza del concepto.

En estos días, se visibilizó el problema de acoso sexual y secuestro en contra de las mujeres en el sistema de transporte colectivo metro. La acción de las autoridades no ha sido contundente, pero las palabras y las noticias las tenemos a mares. Conforme pasan los días, se desvanece la fuerza del lenguaje, se debilitan las palabras y la sociedad se deja de indignar. El problema es que las palabras, al igual que todo, se desgastan con su uso. El reclamo para hacer cesar la violencia contra la mujeres debe ir en binomio sociedad civil y Estado. Acciones de gobierno y mantener la indignación vigente es el ideal. No podemos llegar a la normalización de la violencia y del lenguaje que la expresa. Continuar sobre el mismo paso, nos podría llevar a restar fuerza a los conceptos feminicido, acoso sexual o violencia contra las mujeres.

Las palabras que tienen vida propia deberían de cuidarse, no desgastarse con su uso cotidiano. Deberíamos ser más precisos, cuidadosos y respetuosos en el uso de palabras como corrupción, violencia de género o derechos humanos. Dejarnos de enredar en grandes discursos sin sentido o en afirmaciones dogmáticas. El uso preciso de las palabras es permitir que sigan teniendo fuerza, potencia y la capacidad de indignación, asombro o respeto que merecen; y el Estado no puede hacerse el sordo cuando se mencionan.

Doctor en Derecho

@jangulonobara

El lenguaje es una de las cuestiones más importantes para el ser humano. Hay palabras que tienen vida propia, decía mi profesor Berumen, por ejemplo: los conceptos Dios o Nación se desenvuelven de manera distinta al resto de las palabras. Hoy en día, estamos en una crisis en el uso de las palabras. Alguna vez, las palabras herejía, pecado o ciencia tenían una potencia distinta, una fuerza social que les permitía una vida propia. En nuestros días, esas palabras no están cargadas de la misma fuerza, la razón fue su desgaste, su abuso y, el cambio social, por el paso del tiempo.

Todos los días se habla de corrupción, y ya no queda claro si se trata de un tema en el ámbito legal (artículos 212 a 227 del Código Penal Federal) o el asunto está relacionado con la moral. Nótese que el derecho y la moral no se acaban de divorciar, pero guardan amplias diferencias. Sin duda, la palabra corrupción está en boca de todos, pero no alcanzamos a consensar su significado. Hay quienes hablan de pescar peces gordos, otro sector de la academia señala los ambientes que propician la corrupción y, por último, hay quienes lo puede relacionar con la ética pública. Ojalá el concepto no se desgaste al grado de perder la fuerza de su significado como le sucedió a la bella palabra solidaridad, gracias a un programa social de hace dos décadas.

La violencia contra las mujeres es el cáncer de nuestra sociedad contemporánea. Uno de los problemas torales de nuestra sociedad. Esto nos lleva al delito de feminicidio, este crimen está todos los días en los medios de comunicación, en el debate público y en las líneas de investigación académicas, pero la incidencia delictiva no cesa. De alguna u otra manera, la potencia del concepto feminicidio se empieza a desgatar y la sociedad se acostumbra a verla. La norma penal de feminicidio tiene la virtud de visibilizar y distinguir la máxima expresión de violencia contra las mujeres, sin embargo, su uso cotidiano está mermando la fuerza del concepto.

En estos días, se visibilizó el problema de acoso sexual y secuestro en contra de las mujeres en el sistema de transporte colectivo metro. La acción de las autoridades no ha sido contundente, pero las palabras y las noticias las tenemos a mares. Conforme pasan los días, se desvanece la fuerza del lenguaje, se debilitan las palabras y la sociedad se deja de indignar. El problema es que las palabras, al igual que todo, se desgastan con su uso. El reclamo para hacer cesar la violencia contra la mujeres debe ir en binomio sociedad civil y Estado. Acciones de gobierno y mantener la indignación vigente es el ideal. No podemos llegar a la normalización de la violencia y del lenguaje que la expresa. Continuar sobre el mismo paso, nos podría llevar a restar fuerza a los conceptos feminicido, acoso sexual o violencia contra las mujeres.

Las palabras que tienen vida propia deberían de cuidarse, no desgastarse con su uso cotidiano. Deberíamos ser más precisos, cuidadosos y respetuosos en el uso de palabras como corrupción, violencia de género o derechos humanos. Dejarnos de enredar en grandes discursos sin sentido o en afirmaciones dogmáticas. El uso preciso de las palabras es permitir que sigan teniendo fuerza, potencia y la capacidad de indignación, asombro o respeto que merecen; y el Estado no puede hacerse el sordo cuando se mencionan.

Doctor en Derecho

@jangulonobara

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