/ martes 27 de julio de 2021

La Googlecracia

Por Laura Coronado Contreras

En 2017, el colombiano Luis Ernesto Gómez definía así al nuevo tipo de activismo y participación ciudadana que vivimos en la era digital. Las “benditas redes sociales” se han convertido en la mejor y más accesible herramienta para escuchar, compartir y debatir. Sin embargo, en las últimas semanas ha resurgido el debate -muchas veces improvisado- acerca de su regulación.

Ante casos como el de la youtuber Yoseline Hoffman o la propaganda política a favor de partidos, surge nuevamente la inquietud acerca de un marco jurídico adecuado para una realidad virtual que, cada vez, se vuelve más tangible.

Curiosamente, en la agenda legislativa de nuestro país las iniciativas en la materia se presentan cuando un escándalo demuestra que las redes sociales implican riesgos. Como común denominador en ellas, al igual que sucede en gran parte del resto del mundo, las mismas son inadecuadas, inaplicables y, en el mejor de los casos, olvidadas.

No obstante, el fin que como sociedad deberíamos buscar puede ser muy claro: cualquier derecho que se ejerza de manera excesiva daña a toda la comunidad, se convierte en libertinaje, y cualquier intromisión desmedida de las autoridades o las propias plataformas puede redundar en censura. Todos queremos para bien -y para mal- que el ciberespacio siga siendo libre, gratuito, universal y democrático.

De ninguna forma, este metaespacio debe interpretarse como el “Viejo Oeste” o la “Amazonas salvaje”. Las reglas deben nacer desde aquellos que efectivamente lo conocen, viven, disfrutan y sufren: los propios usuarios. Por ello, es apremiante que todos comprendamos la naturaleza de un lugar sin fronteras, inmediato y ágil y cuyas interacciones pueden enaltecerse todos los ideales democráticos, comerciar, entretenerse, unirse y beneficiarnos.

La ecuación, aunque pudiera ser simplista, es fácil de entender si la reducimos en que necesitamos ser miembros libres, informados, críticos y responsables de la llamada “aldea global”. Con ello podríamos conocer y aceptar las normas que ya existen y que son aplicables al ciberespacio al igual que en otros espacios, luchar por aquellas disposiciones inexistentes pero necesarias sobre temas como el uso de los algoritmos o la inteligencia artificial y discernir sobre los daños que pudieran surgir si las redes sociales pierden su accesibilidad, espontaneidad y fortalezas.

Umberto Eco predecía que las redes se convertirían en una “invasión de idiotas” porque lo mismo sería escuchada una persona que hablaba sola en un bar que un Premio Nobel. Y esa crítica, sin duda, es también el gran beneficio: todos podemos ser escuchados. La disyuntiva es a quién seguimos y por qué lo hacemos.

Martín Lutero decía que el “pensamiento está libre de impuestos”. ¿Qué nos impide ser la mejor de las sociedades posibles cuando estamos a un clic de la información, líderes, conocimiento, el comercio, la innovación y el crecimiento? Más allá de ser la generación “Z”, tendremos que demostrar que somos la generación “R”. La pandemia nos ha demostrado que podemos ser resilientes. Ahora nos toca ser racionales con lo que publicamos, reflexivos con lo que compartimos, respetuosos cuando debatimos y razonables con las legislaciones que exigimos.

Investigadora de la Universidad Anáhuac México. Autora de la Libertad de Expresión en el Ciberespacio (Tirant), la Regulación global del ciberespacio (Porrúa) y 12 óperas para conocer el Derecho (Bosch). @soylaucoronado.

Por Laura Coronado Contreras

En 2017, el colombiano Luis Ernesto Gómez definía así al nuevo tipo de activismo y participación ciudadana que vivimos en la era digital. Las “benditas redes sociales” se han convertido en la mejor y más accesible herramienta para escuchar, compartir y debatir. Sin embargo, en las últimas semanas ha resurgido el debate -muchas veces improvisado- acerca de su regulación.

Ante casos como el de la youtuber Yoseline Hoffman o la propaganda política a favor de partidos, surge nuevamente la inquietud acerca de un marco jurídico adecuado para una realidad virtual que, cada vez, se vuelve más tangible.

Curiosamente, en la agenda legislativa de nuestro país las iniciativas en la materia se presentan cuando un escándalo demuestra que las redes sociales implican riesgos. Como común denominador en ellas, al igual que sucede en gran parte del resto del mundo, las mismas son inadecuadas, inaplicables y, en el mejor de los casos, olvidadas.

No obstante, el fin que como sociedad deberíamos buscar puede ser muy claro: cualquier derecho que se ejerza de manera excesiva daña a toda la comunidad, se convierte en libertinaje, y cualquier intromisión desmedida de las autoridades o las propias plataformas puede redundar en censura. Todos queremos para bien -y para mal- que el ciberespacio siga siendo libre, gratuito, universal y democrático.

De ninguna forma, este metaespacio debe interpretarse como el “Viejo Oeste” o la “Amazonas salvaje”. Las reglas deben nacer desde aquellos que efectivamente lo conocen, viven, disfrutan y sufren: los propios usuarios. Por ello, es apremiante que todos comprendamos la naturaleza de un lugar sin fronteras, inmediato y ágil y cuyas interacciones pueden enaltecerse todos los ideales democráticos, comerciar, entretenerse, unirse y beneficiarnos.

La ecuación, aunque pudiera ser simplista, es fácil de entender si la reducimos en que necesitamos ser miembros libres, informados, críticos y responsables de la llamada “aldea global”. Con ello podríamos conocer y aceptar las normas que ya existen y que son aplicables al ciberespacio al igual que en otros espacios, luchar por aquellas disposiciones inexistentes pero necesarias sobre temas como el uso de los algoritmos o la inteligencia artificial y discernir sobre los daños que pudieran surgir si las redes sociales pierden su accesibilidad, espontaneidad y fortalezas.

Umberto Eco predecía que las redes se convertirían en una “invasión de idiotas” porque lo mismo sería escuchada una persona que hablaba sola en un bar que un Premio Nobel. Y esa crítica, sin duda, es también el gran beneficio: todos podemos ser escuchados. La disyuntiva es a quién seguimos y por qué lo hacemos.

Martín Lutero decía que el “pensamiento está libre de impuestos”. ¿Qué nos impide ser la mejor de las sociedades posibles cuando estamos a un clic de la información, líderes, conocimiento, el comercio, la innovación y el crecimiento? Más allá de ser la generación “Z”, tendremos que demostrar que somos la generación “R”. La pandemia nos ha demostrado que podemos ser resilientes. Ahora nos toca ser racionales con lo que publicamos, reflexivos con lo que compartimos, respetuosos cuando debatimos y razonables con las legislaciones que exigimos.

Investigadora de la Universidad Anáhuac México. Autora de la Libertad de Expresión en el Ciberespacio (Tirant), la Regulación global del ciberespacio (Porrúa) y 12 óperas para conocer el Derecho (Bosch). @soylaucoronado.