/ miércoles 2 de mayo de 2018

La guerra de Trump contra los pobres

Estados Unidos no siempre, o rara vez, ha estado gobernado por los mejores o los más brillantes; a lo largo de los años, los presidentes han empleado a muchos trúhanes y tontos. Sin embargo, no habíamos visto nada como la colección de estafadores y bribones de poca monta que rodean a Donald Trump. Price, Pruitt, Zinke, Carson y ahora Ronny Jackson: a estas alturas, nuestra hipótesis de facto debería ser que algo anda seriamente mal con cualquiera que el presidente quiera en su equipo.

A pesar de ello, no debemos perder de vista lo más importante. Los beneficios que exigen muchos de los funcionarios de Trump —los viajes innecesarios en primera clase, las cabinas telefónicas supersecretas doblemente reforzadas a prueba de sonido, etcétera— son indignantes, y nos dicen mucho sobre su calaña.

Pero lo que realmente importa son sus decisiones en cuanto a políticas públicas. La insistencia de Ben Carson en gastar fondos de los contribuyentes en una vajilla de 31 mil dólares es ridícula; su propuesta de aumentar de forma pronunciada los costos de la vivienda a cientos de miles de familias estadounidenses necesitadas, triplicando las rentas de algunos de los hogares más pobres, es perversa.

Esta perversidad es parte de un patrón más amplio. El año pasado, Trump y sus aliados en el Congreso dedicaron la mayoría de sus esfuerzos a consentir a los ricos; evidentemente, eso fue cierto en el caso de la Ley de recortes fiscales y empleos, pero hasta el ataque a Obamacare estuvo relacionado principalmente con obtener cientos de miles de millones de dólares en recortes fiscales para los ricos. Sin embargo, este año, parece ser que la principal prioridad del Partido Republicano es la guerra contra los pobres.

Esta guerra se pelea en varios frentes. La estrategia de acabar con los subsidios a la vivienda tiene como objetivo un aumento drástico de los requisitos laborales para aquellos que busquen obtener vales de comida.

Mientras tanto, el gobierno ha otorgado exenciones a los estados controlados por los republicanos que les permiten imponer nuevos y onerosos requisitos laborales a los beneficiarios de Medicaid; requisitos cuyo principal efecto no sería más trabajo, sino que menos gente tenga acceso a atención médica básica.

Hasta la desregulación financiera de facto del gobierno —su destrucción sistemática de la protección financiera al consumidor— debería verse en gran medida como un ataque a los menos favorecidos, debido a que las familias pobres y los trabajadores con menor educación son, posiblemente, las mayores víctimas de los banqueros explotadores.

¿Se trata de ahorrar dinero? Los conservadores se quejan del costo de los programas de la red de seguridad social, pero es difícil tomar en serio sus quejas cuando vienen de gente que acaba de votar para hacer estallar el déficit presupuestal con enormes recortes fiscales. Además, existen pruebas fehacientes de que algunos de estos programas que están atacando en realidad hacen lo que los recortes fiscales no harían: al final reintegran una parte importante de sus costos iniciales, toda vez que promueven un mejor desarrollo económico.

Estados Unidos no siempre, o rara vez, ha estado gobernado por los mejores o los más brillantes; a lo largo de los años, los presidentes han empleado a muchos trúhanes y tontos. Sin embargo, no habíamos visto nada como la colección de estafadores y bribones de poca monta que rodean a Donald Trump. Price, Pruitt, Zinke, Carson y ahora Ronny Jackson: a estas alturas, nuestra hipótesis de facto debería ser que algo anda seriamente mal con cualquiera que el presidente quiera en su equipo.

A pesar de ello, no debemos perder de vista lo más importante. Los beneficios que exigen muchos de los funcionarios de Trump —los viajes innecesarios en primera clase, las cabinas telefónicas supersecretas doblemente reforzadas a prueba de sonido, etcétera— son indignantes, y nos dicen mucho sobre su calaña.

Pero lo que realmente importa son sus decisiones en cuanto a políticas públicas. La insistencia de Ben Carson en gastar fondos de los contribuyentes en una vajilla de 31 mil dólares es ridícula; su propuesta de aumentar de forma pronunciada los costos de la vivienda a cientos de miles de familias estadounidenses necesitadas, triplicando las rentas de algunos de los hogares más pobres, es perversa.

Esta perversidad es parte de un patrón más amplio. El año pasado, Trump y sus aliados en el Congreso dedicaron la mayoría de sus esfuerzos a consentir a los ricos; evidentemente, eso fue cierto en el caso de la Ley de recortes fiscales y empleos, pero hasta el ataque a Obamacare estuvo relacionado principalmente con obtener cientos de miles de millones de dólares en recortes fiscales para los ricos. Sin embargo, este año, parece ser que la principal prioridad del Partido Republicano es la guerra contra los pobres.

Esta guerra se pelea en varios frentes. La estrategia de acabar con los subsidios a la vivienda tiene como objetivo un aumento drástico de los requisitos laborales para aquellos que busquen obtener vales de comida.

Mientras tanto, el gobierno ha otorgado exenciones a los estados controlados por los republicanos que les permiten imponer nuevos y onerosos requisitos laborales a los beneficiarios de Medicaid; requisitos cuyo principal efecto no sería más trabajo, sino que menos gente tenga acceso a atención médica básica.

Hasta la desregulación financiera de facto del gobierno —su destrucción sistemática de la protección financiera al consumidor— debería verse en gran medida como un ataque a los menos favorecidos, debido a que las familias pobres y los trabajadores con menor educación son, posiblemente, las mayores víctimas de los banqueros explotadores.

¿Se trata de ahorrar dinero? Los conservadores se quejan del costo de los programas de la red de seguridad social, pero es difícil tomar en serio sus quejas cuando vienen de gente que acaba de votar para hacer estallar el déficit presupuestal con enormes recortes fiscales. Además, existen pruebas fehacientes de que algunos de estos programas que están atacando en realidad hacen lo que los recortes fiscales no harían: al final reintegran una parte importante de sus costos iniciales, toda vez que promueven un mejor desarrollo económico.