/ martes 11 de febrero de 2020

La hipocresía fiscal

La campaña de reelección de Donald Trump se centrará en aseveraciones sobre el gran trabajo que ha hecho por la economía. Y seamos honestos: la economía estadounidense está funcionando bastante bien estos días. Ha habido crecimiento del PIB y el empleo ha andado bien, aunque no espectacular; la tasa de desempleo está cerca de un mínimo histórico.

A pesar de todo, la economía en efecto es muy sólida. No obstante, si preguntáramos qué hay detrás de esa fortaleza, la principal respuesta sería la explosión en el déficit del presupuesto federal, el cual superó el billón de dólares el año pasado.

Además, la historia de cómo ocurrió eso tiene consecuencias profundamente perturbadoras para el futuro de la política estadounidense.

Como dije, con Trump, el déficit en el presupuesto ha rebasado el billón de dólares, una cifra superior a los menos de 600 mil millones de dólares del último año de Obama. La mayor parte de ese aumento se puede atribuir a las políticas de Trump, principalmente a una reducción fiscal que se aprobó velozmente en el Congreso con justo las mismas tácticas hiperpartidistas a las que se opuso Obama en 2009.

De cierta manera, lo sorpresivo del festival deficitario de Trump es que no haya estimulado aún más la economía, una insuficiencia que se puede atribuir a su mal diseño.

Después de todo, los recortes fiscales a las corporaciones, que fueron el más grande impulsor del aumento de los déficits, no contribuyeron en absoluto al aumento de la inversión en los negocios, la cual de hecho ha disminuido durante el último año.

Y mientras que los estímulos de Obama incluyeron inversiones significativas para el futuro, en particular ayuda para impulsar el arranque del progreso revolucionario de la energía verde, Trump no ha destinado un centavo a su promesa de reconstrucción de la infraestructura estadounidense.

No obstante, los déficits de Trump le han dado un empujón a la economía —y a la fortuna política de Trump— a corto plazo. Y ese hecho debería molestarles mucho.

Piénsenlo así: los republicanos usaron el pretexto de que les importaba la responsabilidad fiscal para llevar a cabo un sabotaje económico “de facto” mientras un demócrata estaba en la Casa Blanca. Luego, abandonaron ese pretexto y abrieron el grifo del gasto en cuanto uno de los suyos llegó al poder. Y lejos de pagar el precio de su hipocresía, están recibiendo recompensas políticas.

Las conclusiones para la estrategia de un partido son contundentes: el cinismo máximo es la mejor política. Obstruye, perturba y perjudica la economía lo más que puedas, desplegando cualquier excusa hipócrita que se te ocurra que puedan creer los medios, cuando el otro partido esté en la presidencia. Luego, abandona todas las preocupaciones por el futuro y compra votos en cuanto vuelvas a tener el control.

Por alguna razón, los demócratas no han estado dispuestos o no han sido capaces de comportarse de una forma tan cínica. Sin embargo, los republicanos sí lo han hecho. Si Trump resulta reelecto, ese cinismo asimétrico será la razón principal.

La campaña de reelección de Donald Trump se centrará en aseveraciones sobre el gran trabajo que ha hecho por la economía. Y seamos honestos: la economía estadounidense está funcionando bastante bien estos días. Ha habido crecimiento del PIB y el empleo ha andado bien, aunque no espectacular; la tasa de desempleo está cerca de un mínimo histórico.

A pesar de todo, la economía en efecto es muy sólida. No obstante, si preguntáramos qué hay detrás de esa fortaleza, la principal respuesta sería la explosión en el déficit del presupuesto federal, el cual superó el billón de dólares el año pasado.

Además, la historia de cómo ocurrió eso tiene consecuencias profundamente perturbadoras para el futuro de la política estadounidense.

Como dije, con Trump, el déficit en el presupuesto ha rebasado el billón de dólares, una cifra superior a los menos de 600 mil millones de dólares del último año de Obama. La mayor parte de ese aumento se puede atribuir a las políticas de Trump, principalmente a una reducción fiscal que se aprobó velozmente en el Congreso con justo las mismas tácticas hiperpartidistas a las que se opuso Obama en 2009.

De cierta manera, lo sorpresivo del festival deficitario de Trump es que no haya estimulado aún más la economía, una insuficiencia que se puede atribuir a su mal diseño.

Después de todo, los recortes fiscales a las corporaciones, que fueron el más grande impulsor del aumento de los déficits, no contribuyeron en absoluto al aumento de la inversión en los negocios, la cual de hecho ha disminuido durante el último año.

Y mientras que los estímulos de Obama incluyeron inversiones significativas para el futuro, en particular ayuda para impulsar el arranque del progreso revolucionario de la energía verde, Trump no ha destinado un centavo a su promesa de reconstrucción de la infraestructura estadounidense.

No obstante, los déficits de Trump le han dado un empujón a la economía —y a la fortuna política de Trump— a corto plazo. Y ese hecho debería molestarles mucho.

Piénsenlo así: los republicanos usaron el pretexto de que les importaba la responsabilidad fiscal para llevar a cabo un sabotaje económico “de facto” mientras un demócrata estaba en la Casa Blanca. Luego, abandonaron ese pretexto y abrieron el grifo del gasto en cuanto uno de los suyos llegó al poder. Y lejos de pagar el precio de su hipocresía, están recibiendo recompensas políticas.

Las conclusiones para la estrategia de un partido son contundentes: el cinismo máximo es la mejor política. Obstruye, perturba y perjudica la economía lo más que puedas, desplegando cualquier excusa hipócrita que se te ocurra que puedan creer los medios, cuando el otro partido esté en la presidencia. Luego, abandona todas las preocupaciones por el futuro y compra votos en cuanto vuelvas a tener el control.

Por alguna razón, los demócratas no han estado dispuestos o no han sido capaces de comportarse de una forma tan cínica. Sin embargo, los republicanos sí lo han hecho. Si Trump resulta reelecto, ese cinismo asimétrico será la razón principal.