/ domingo 26 de diciembre de 2021

La injuria, reina de la condena

Gobernar es el arte más difícil, el más cruento. La historia humana así nos lo demuestra. Lo que está en juego es la vida misma de toda una colectividad bajo la exclusiva decisión de unos cuantos o, peor aún, de una sola voluntad. Sin embargo, si creyéramos que la responsabilidad en el buen gobierno depende sólo de aquél o de aquellos que están al frente de la conducción de un pueblo, estaríamos equivocados. Todo gobierno es el producto de una relación simbiótica que forzosamente se establece entre el titular del poder y sus gobernados. En ese sentido, pocas mentes han sido tan lúcidas en describirlo como lo fue a finales del siglo XVIII la de Joseph de Maistre, cuando sentenció: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Frase que desde entonces se hizo inmortal, pero que al paso del tiempo ha dado pie a nuevas acotaciones y precisiones. Del siglo XIX, la de José Martí: “pueblo que soporta a un tirano, lo merece”; del siglo XX, la de André Malraux: “no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. De cualquier forma, sea por merecer, sea por soportar, sea por parecerse, lo cierto es que pueblo y gobierno son espejos el uno del otro.

Es muy duro reconocerlo, pero es así, y al pensar en ello, me pregunto si el hecho de gobernar injuriando es espejo de un gobernado injuriante. Para resolver mi enigma acudo a Ugo Nanni en su Enciclopedia delle ingiurie (Enciclopedia de las injurias). Al referirse a la Italia de su tiempo, denunciaba que “si el pueblo está privado de dignidad fácilmente es corrompido como ocurrió con el pueblo italiano, porque el poder se convierte en presa fácil para las camarillas organizadas sin escrúpulos”. ¿Cómo medir la moralidad política de un pueblo? Una posibilidad sería evocando la pluma de uno de los más grandes escritores del siglo XIX, Alessandro Manzoni, cuando dijo: “en los tiempos antiguos, bárbaros y feroces, los ladrones se colgaban de las cruces: en los tiempos presentes, más afortunados, se cuelgan las cruces en el pecho de los ladrones”. Y es que no es fácil al hombre común, y mucho menos a quien forma parte de los círculos del poder, plantarse con dignidad ante él. Se necesita de mucha congruencia, honestidad y valor civil. Por ello Nanni se dolía de cómo en su sociedad había gente que “doblaba la cerviz”, que se curvaba e inclinaba postrándose para homenajear al “padrone” en turno.

Sí, la degradación era evidente, pero la desgracia es que esto no es privativo de Italia. Es rasgo que se repite en las diversas sociedades a través del tiempo y del espacio. Nuestra Nación comprendida. Lo dijo John Galsworthy, Premio Nobel de Literatura en 1932, irónico, agudo y severo crítico de la sociedad británica: ¿de qué sirve que a los electores se les recuerde que en política una promesa nunca es un deber? Mejor, mucho mejor, injuriar al otro partido, a los opositores, y decirle a los electores que son las personas más inteligentes del mundo, dando con ello inicio a una vorágine sin fin. Así, desde lo alto del poder se injuria. Después, se injurian los representantes populares, los diputados y los senadores. ¿Y el pueblo? Lo dije en un inicio: pueblo y gobierno son espejos el uno del otro. Luego entonces, si en y desde el poder se injuria, no es sino porque también en el pueblo la injuria no sólo ha sido admitida, sino despenalizada y legitimada. Por algo reconocía Nanni que en el ser humano existe un cierto placer primitivo, instintivo, una fascinación extraña y misteriosa, punzante, morbosa, que gusta a la colectividad que la degusta. Luego entonces, la degradación moral (gobernante-gobernado) deviene mutua, confirmando la esencia de su relación espejo. Ahora bien, si esto es así ¿acaso el incremento cada vez más acusado de la “injurización” en nuestra sociedad es producto del “avance” democrático y de una cada vez más amplia libertad de expresión?

Sin duda todo proceso electoral es, en sí, una lucha en la que pugnan los candidatos de los respectivos partidos en contienda, y conforme su fragor se acentúa, éste puede detonar en un incremento de la “injurización”. Hoy lo vemos hecho realidad. Nunca como hoy atestiguamos el ataque, la descalificación, la injuria ¿y todo para qué? Para que el discurso político termine como un producto incendiario de desecho. Vivimos en una contienda electoral permanente que trasciende los espacios de poder y es parte consubstancial de nuestras existencias, al grado que si no hay estridencia, ya no hay noticia. Medios, redes sociales y ciudadanía dan fe de ello: pareciera que sólo estamos a la caza del nuevo escándalo, del nuevo vituperio entre partidos y contra opositores, entre representantes populares y el pueblo.

Lo dijo Manzoni: las injurias tienen una gran ventaja sobre los razonamientos, son admitidas sin pruebas por multitud de lectores. Lo anticipó Rousseau: son las razones de los que tienen culpa. Por eso hemos hecho de la política un patético espectáculo, y mientras sigamos aplaudiendo, sólo estaremos alimentando al monstruo.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli




Gobernar es el arte más difícil, el más cruento. La historia humana así nos lo demuestra. Lo que está en juego es la vida misma de toda una colectividad bajo la exclusiva decisión de unos cuantos o, peor aún, de una sola voluntad. Sin embargo, si creyéramos que la responsabilidad en el buen gobierno depende sólo de aquél o de aquellos que están al frente de la conducción de un pueblo, estaríamos equivocados. Todo gobierno es el producto de una relación simbiótica que forzosamente se establece entre el titular del poder y sus gobernados. En ese sentido, pocas mentes han sido tan lúcidas en describirlo como lo fue a finales del siglo XVIII la de Joseph de Maistre, cuando sentenció: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Frase que desde entonces se hizo inmortal, pero que al paso del tiempo ha dado pie a nuevas acotaciones y precisiones. Del siglo XIX, la de José Martí: “pueblo que soporta a un tirano, lo merece”; del siglo XX, la de André Malraux: “no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. De cualquier forma, sea por merecer, sea por soportar, sea por parecerse, lo cierto es que pueblo y gobierno son espejos el uno del otro.

Es muy duro reconocerlo, pero es así, y al pensar en ello, me pregunto si el hecho de gobernar injuriando es espejo de un gobernado injuriante. Para resolver mi enigma acudo a Ugo Nanni en su Enciclopedia delle ingiurie (Enciclopedia de las injurias). Al referirse a la Italia de su tiempo, denunciaba que “si el pueblo está privado de dignidad fácilmente es corrompido como ocurrió con el pueblo italiano, porque el poder se convierte en presa fácil para las camarillas organizadas sin escrúpulos”. ¿Cómo medir la moralidad política de un pueblo? Una posibilidad sería evocando la pluma de uno de los más grandes escritores del siglo XIX, Alessandro Manzoni, cuando dijo: “en los tiempos antiguos, bárbaros y feroces, los ladrones se colgaban de las cruces: en los tiempos presentes, más afortunados, se cuelgan las cruces en el pecho de los ladrones”. Y es que no es fácil al hombre común, y mucho menos a quien forma parte de los círculos del poder, plantarse con dignidad ante él. Se necesita de mucha congruencia, honestidad y valor civil. Por ello Nanni se dolía de cómo en su sociedad había gente que “doblaba la cerviz”, que se curvaba e inclinaba postrándose para homenajear al “padrone” en turno.

Sí, la degradación era evidente, pero la desgracia es que esto no es privativo de Italia. Es rasgo que se repite en las diversas sociedades a través del tiempo y del espacio. Nuestra Nación comprendida. Lo dijo John Galsworthy, Premio Nobel de Literatura en 1932, irónico, agudo y severo crítico de la sociedad británica: ¿de qué sirve que a los electores se les recuerde que en política una promesa nunca es un deber? Mejor, mucho mejor, injuriar al otro partido, a los opositores, y decirle a los electores que son las personas más inteligentes del mundo, dando con ello inicio a una vorágine sin fin. Así, desde lo alto del poder se injuria. Después, se injurian los representantes populares, los diputados y los senadores. ¿Y el pueblo? Lo dije en un inicio: pueblo y gobierno son espejos el uno del otro. Luego entonces, si en y desde el poder se injuria, no es sino porque también en el pueblo la injuria no sólo ha sido admitida, sino despenalizada y legitimada. Por algo reconocía Nanni que en el ser humano existe un cierto placer primitivo, instintivo, una fascinación extraña y misteriosa, punzante, morbosa, que gusta a la colectividad que la degusta. Luego entonces, la degradación moral (gobernante-gobernado) deviene mutua, confirmando la esencia de su relación espejo. Ahora bien, si esto es así ¿acaso el incremento cada vez más acusado de la “injurización” en nuestra sociedad es producto del “avance” democrático y de una cada vez más amplia libertad de expresión?

Sin duda todo proceso electoral es, en sí, una lucha en la que pugnan los candidatos de los respectivos partidos en contienda, y conforme su fragor se acentúa, éste puede detonar en un incremento de la “injurización”. Hoy lo vemos hecho realidad. Nunca como hoy atestiguamos el ataque, la descalificación, la injuria ¿y todo para qué? Para que el discurso político termine como un producto incendiario de desecho. Vivimos en una contienda electoral permanente que trasciende los espacios de poder y es parte consubstancial de nuestras existencias, al grado que si no hay estridencia, ya no hay noticia. Medios, redes sociales y ciudadanía dan fe de ello: pareciera que sólo estamos a la caza del nuevo escándalo, del nuevo vituperio entre partidos y contra opositores, entre representantes populares y el pueblo.

Lo dijo Manzoni: las injurias tienen una gran ventaja sobre los razonamientos, son admitidas sin pruebas por multitud de lectores. Lo anticipó Rousseau: son las razones de los que tienen culpa. Por eso hemos hecho de la política un patético espectáculo, y mientras sigamos aplaudiendo, sólo estaremos alimentando al monstruo.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli