El 22 de marzo de cada año se conmemora el Día Mundial del Agua y casualmente este año coincide con el arranque de la Conferencia del Agua de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) en la ciudad de Nueva York, con la idea de que la comunidad internacional se dé el tiempo de revisar lo que ha generado la crisis mundial del recurso hídrico, relacionada con la mala gestión del mismo. Sin embargo una cosa es lo que se discute en términos de política internacional y las propuestas de mitigación que se proponen, y otra cosa es su manejo al interior de cada Nación para garantizar un mejor uso y gestión del agua.
Una de las principales medidas a impulsar como parte del paquete de soluciones basadas en la naturaleza, es el compromiso mundial por cuidar los bosques y selvas, en el entendido de que los árboles son las verdaderas fábricas de agua.
Las selvas tropicales, también llamadas bosque tropical húmedo, son emblemáticas y las encontramos geográficamente entre los trópicos. En el Continente Americano, el macizo forestal se encuentra en México y el Amazonas en Brasil; en África se sitúa en el Congo, en Zaire, en una parte de Uganda y Madagascar, así como en India, Indonesia, la parte sur de China, y Papúa Nueva Guinea. Dependiendo del suelo, de la altitud y de las latitudes, en esos territorios se encuentra el 60% de la biodiversidad del mundo, de ahí que se les considere como países megadiversos. Dentro de ese espacio se concentra en sitios de mayor visibilidad, mismos que deben ser protegidos y que hoy se definen como los “hot -spots”, y en el mar, su equivalente son los arrecifes coralinos.
Hoy, el 30% del globo terráqueo está cubierto por selvas tropicales (Forest Frontiers Initiative), pero en los últimos 20 años se ha perdido más de la mitad de la cubierta forestal que existía a nivel mundial. En este caso sí hay externalidades fuertes ya que lo que hacen los grandes árboles de la selva tropical es liberar agua a la atmósfera, y si se contabilizara la cantidad de agua que se libera diariamente en estos ecosistemas, seguramente nos sensibilizaríamos aún más sobre la importancia de cuidar estos sitios como verdaderos generadores del líquido vital para garantizar la vida en la Tierra.
Una selva es de los ecosistemas más productivos y con riqueza biológica, por la cantidad de especies de flora y fauna; sin embargo, ese estatus también provoca que sea uno de los principales ecosistemas para ser deforestados y en su lugar desarrollar potreros y campos de cultivo. Las condiciones climáticas por lo general son estables lo que ayuda a su productividad ya que en la época de lluvias caen alrededor de 60ml de lluvia por día.
En México, este ecosistema abarcaba en su origen 12 millones de hectáreas e incluía, originalmente, el sur de Tamaulipas, todo Veracruz, todo Tabasco, el norte de Chiapas, el norte de Oaxaca; hoy, quedan escasamente un millón de hectáreas, la mitad en la Selva Lacandona y la otra mitad en Los Chimalapas, en Oaxaca.
En Chiapas, este ecosistema tiene la ventaja de estar protegido por siete Áreas Naturales Protegidas (ANP) que lo conservan; en Oaxaca, no se cuenta con estas ANPs, pero sí con la protección de la comunidad indígena originaria que lo conserva siguiendo sus tradiciones.
Pero ambos sitios son zonas tremendamente amenazadas por factores tales como las deforestaciones, las invasiones, el narcotráfico, la ganaderización, las políticas de producción a través del cambio de uso de suelo, etc. en otras palabras, son terrenos en los que sólo se respeta lo que está reservado.
Estos ecosistemas son suelos poco profundos, y para aguantar árboles inmensos, como las ceibas, se sustentan en sus propias raíces que la hacen de contrafuertes. No es que con el cambio climático haya caído más o menos lluvia, sino que se están estacionalizando las temporadas, y esto ha provocado que en la época de lluvias se ha hecho más larga y las raíces de los árboles están debilitándose porque permanecen más tiempo mojadas y en la época de estío se resienten más por que se secan más, lo que está provocando que se caigan cada vez más arboles.
Mantener el cuidado de las selvas y su biodiversidad es clave. En el caso de la Lacandona, hay que evitar el cambio de dueño de la selva; los lacandones son los que se deben de quedar con Montes Azules ya que ellos han demostrado un verdadero compromiso por la conservación de este territorio. No debemos perder, por ningún motivo, este reducto fabricante de agua. Hoy, ante el escenario de crisis hídrica mundial, en México debería de ser considerado en como un asunto de seguridad nacional. Ojalá que los funcionarios y representantes del Gobierno mexicano que participan en el Foro Mundial del Agua, regresen sensibilizados y comprometidos con nuestras selvas y bosques.