/ miércoles 5 de enero de 2022

La mendicidad. Un mal que se ha normalizado

Por Juan Manuel Sánchez

Lamentablemente, estimados lectoras y lectores, la mendicidad es una situación lacerante en nuestro país. Aún y cuando existe legislación para tratar de erradicarla, o al menos, disminuirla, muy por el contrario, en los últimos años la situación de tan cruel fenómeno ha aumentado y hasta se ha normalizado.

Sí, desgraciadamente, es común ya ver en casi cada esquina, semáforo o a las afueras de las iglesias (por aquello de la piedad cristiana) personas de distintas edades, culturas y hasta inmigrantes pidiendo limosna para subsistir. Son distintos los factores que orillan a las personas a pedir limosna, la extrema pobreza en la que viven millones de mexicanos; alguna discapacidad; la falta de oportunidades laborales y, ahora, el problema de la inmigración de miles de seres humanos, nacionales y extranjeros, sobre todo de Centroamérica, que sueñan con la idea de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos de Norteamérica, para buscar mejores oportunidades para subsistir y ayudar a sus familias, en la mayoría de los casos, en extrema pobreza.

No podemos quitar el dedo del renglón, insisto, aún cuando existe una Ley general para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de personas y para la protección y asistencia a las víctimas de estos delitos, que data de 2012, que sanciona hasta con 9 años de prisión, a quien incurra en explotación de la mendicidad ajena, para obtener un beneficio al obligar a una persona a pedir limosna o caridad contra su voluntad, recurriendo a la amenaza de daño grave o al uso de la fuerza u otras formas de coacción o el engaño; agravándose la pena, hasta en 15 años, si se obliga a menores de edad.

Pero, de poco ha servido la existencia de esa Ley e incluso de Tratados Internacionales sobre la materia, ya que, según datos del Sistema Nacional de Desarrollo Integral de la Familia, se estima que en México existen cerca de 260 mil niñas y niños víctimas de trata en sus modalidades de explotación sexual, mendicidad y trabajos forzados. Esa es la “cifra oficial”, la que casi nunca coincide con la realidad…

Es cierto que existe toda una mafia alrededor de tan lacerante conducta, incluida, en la mayoría de los caos, la delincuencia organizada, valiéndose de la necesidad de la persona vulnerable, para obligarla a pedir limosna; pero lo triste es que, en muchos de los casos, es la propia “familia” la que obliga o ve como normal y hasta como una forma de trabajo, el realizar dicha conducta.

Se necesitan verdaderas políticas públicas, en las que participen, no sólo con leyes y protocolos, los distintos grupos de la sociedad, instancias gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, grupos activistas, medios de comunicación, ¡empresarios! para, no solamente sancionar estas conductas, sino buscar causes y programas sociales que protejan a los distintos grupos vulnerables, para evitar que recurran a la mendicidad o a caer en la garras de los grupos delictivos que explotan la mendicidad forzada. No normalicemos una conducta tan desgarradora.

Sé que la crisis económica de nuestro país influye mucho para la existencia de este grave problema, pero luchemos, en la medida de los posible, para que nuestras niñas y niños no abandonen las escuelas. La Educación es la puerta de salvación y de desarrollo de todo país.


Por Juan Manuel Sánchez

Lamentablemente, estimados lectoras y lectores, la mendicidad es una situación lacerante en nuestro país. Aún y cuando existe legislación para tratar de erradicarla, o al menos, disminuirla, muy por el contrario, en los últimos años la situación de tan cruel fenómeno ha aumentado y hasta se ha normalizado.

Sí, desgraciadamente, es común ya ver en casi cada esquina, semáforo o a las afueras de las iglesias (por aquello de la piedad cristiana) personas de distintas edades, culturas y hasta inmigrantes pidiendo limosna para subsistir. Son distintos los factores que orillan a las personas a pedir limosna, la extrema pobreza en la que viven millones de mexicanos; alguna discapacidad; la falta de oportunidades laborales y, ahora, el problema de la inmigración de miles de seres humanos, nacionales y extranjeros, sobre todo de Centroamérica, que sueñan con la idea de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos de Norteamérica, para buscar mejores oportunidades para subsistir y ayudar a sus familias, en la mayoría de los casos, en extrema pobreza.

No podemos quitar el dedo del renglón, insisto, aún cuando existe una Ley general para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de personas y para la protección y asistencia a las víctimas de estos delitos, que data de 2012, que sanciona hasta con 9 años de prisión, a quien incurra en explotación de la mendicidad ajena, para obtener un beneficio al obligar a una persona a pedir limosna o caridad contra su voluntad, recurriendo a la amenaza de daño grave o al uso de la fuerza u otras formas de coacción o el engaño; agravándose la pena, hasta en 15 años, si se obliga a menores de edad.

Pero, de poco ha servido la existencia de esa Ley e incluso de Tratados Internacionales sobre la materia, ya que, según datos del Sistema Nacional de Desarrollo Integral de la Familia, se estima que en México existen cerca de 260 mil niñas y niños víctimas de trata en sus modalidades de explotación sexual, mendicidad y trabajos forzados. Esa es la “cifra oficial”, la que casi nunca coincide con la realidad…

Es cierto que existe toda una mafia alrededor de tan lacerante conducta, incluida, en la mayoría de los caos, la delincuencia organizada, valiéndose de la necesidad de la persona vulnerable, para obligarla a pedir limosna; pero lo triste es que, en muchos de los casos, es la propia “familia” la que obliga o ve como normal y hasta como una forma de trabajo, el realizar dicha conducta.

Se necesitan verdaderas políticas públicas, en las que participen, no sólo con leyes y protocolos, los distintos grupos de la sociedad, instancias gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, grupos activistas, medios de comunicación, ¡empresarios! para, no solamente sancionar estas conductas, sino buscar causes y programas sociales que protejan a los distintos grupos vulnerables, para evitar que recurran a la mendicidad o a caer en la garras de los grupos delictivos que explotan la mendicidad forzada. No normalicemos una conducta tan desgarradora.

Sé que la crisis económica de nuestro país influye mucho para la existencia de este grave problema, pero luchemos, en la medida de los posible, para que nuestras niñas y niños no abandonen las escuelas. La Educación es la puerta de salvación y de desarrollo de todo país.