/ domingo 25 de agosto de 2024

La meta es el bien común

La tarea de construir un bien común

En el diálogo público que se da sobre la justicia -que no es una discusión, porque todas y todos coincidimos en que debemos vivir en una sociedad justa- es importante enfocarnos en un aspecto relevante: el bien común.

No es sencillo pensar, de primera mano, que debemos anteponer nuestras necesidades a las de otros, aunque eso termine ayudando a la mayoría. Sin embargo, todos actuamos con un sentido de justicia y de compromiso de manera cotidiana.

Se dice que, para identificar a un buen padre, por ejemplo, basta con ver si es la persona que en la mesa se sirve al final, una vez que todos los miembros de la familia pusieron comida en sus platos. Cuando somos mamás y papás, abuelos, las necesidades y los gustos de nuestros hijos y nietos siempre van antes de cualquier satisfacción que pudiéramos tener en lo personal. En eso consiste muchas veces la felicidad, en ver a otras personas bien.

Con las sociedades eficaces y armónicas sucede lo mismo. El bien común termina siendo trabajar para que la mayoría cubra sus necesidades y pueda encontrar las oportunidades que los haga vivir con prosperidad para que no solo sobrevivan. Poca gente quiere recibir las cosas gratis, contrario a la creencia general de segmentos de la población que viven con la mano extendida, porque nada nos llena más de orgullo que ganarnos lo que tenemos, por modesto que sea. Tener un golpe de suerte es satisfactorio, claro, pero no creo que vayamos por nuestra existencia esperando que las cosas nos caerán del cielo. Confirmarlo no es muy difícil, México cuenta con una de las poblaciones económicamente activas que dedican más tiempo al trabajo y a trasladarse hacia su empleo o pequeño negocio. Es posible que entre esos millones de personas exista un buen número que juegan a la lotería o al pronóstico deportivo; dudo que dejen de llevar a cabo su rutina hasta esperar ganarse el premio mayor del sorteo.

Por eso, cuando construimos una sociedad equilibrada y justa debemos identificar con precisión cuál es el bien común y cómo, al obtenerlo, mejoramos la vida de la mayoría. Cada vez que se logra que los más tengan mejores oportunidades, las llamadas minorías se ven igual de beneficiadas. Es una regla económica y es un principio de crecimiento social.

En una empresa el objetivo es vender un producto o servicio a la mayor cantidad de clientes posible y que esas personas tengan los recursos suficientes para comprar varias veces lo que ofrecemos. Incluso el sector de bienes de lujo, concentrado en vender caro a un grupo exclusivo que tiene para pagar, piensa constantemente en estrategias para ampliar su base de consumidores, sin perder el factor de escasez que vuelve más preciado lo que sea que ofrece.

Como ciudadanos es similar, cuando un vecindario cuenta con los servicios, la seguridad y los espacios para convivir, todos se benefician no solo de vivir ahí todos los días, sino de eso que llamamos plusvalía. La otra cara de esa moneda es la gentrificación, este fenómeno urbano cada vez más presente en nuestras grandes ciudades.

Por el contrario, cuando se pierde el sentido del bien común, nos aislamos y nos dividimos. Perdemos la confianza mínima que debe existir para colaborar entre nosotros y privilegiamos lo que nos beneficie personalmente, en contra de lo que ayuda a la mayoría.

Es, como dice ese refrán popular, pedir “que la voluntad de dios se haga en las mulas de mi compadre”. Esa forma de pensar complica mucho que podamos comprender un factor indispensable de las sociedades inteligentes: cuando una persona destaca, nunca lo hace sola, porque es un esfuerzo de muchas otras que apoyaron y continúan haciéndolo.

Cuando, como ciudadanos, trabajamos hacia una misma meta, y en la misma dirección, lo que hacemos es diversificar el talento, la voluntad y la capacidad de todas y de todos. Eso es el bien común y es la fuente de la justicia que nos merecemos como sociedad y como país.

La tarea de construir un bien común

En el diálogo público que se da sobre la justicia -que no es una discusión, porque todas y todos coincidimos en que debemos vivir en una sociedad justa- es importante enfocarnos en un aspecto relevante: el bien común.

No es sencillo pensar, de primera mano, que debemos anteponer nuestras necesidades a las de otros, aunque eso termine ayudando a la mayoría. Sin embargo, todos actuamos con un sentido de justicia y de compromiso de manera cotidiana.

Se dice que, para identificar a un buen padre, por ejemplo, basta con ver si es la persona que en la mesa se sirve al final, una vez que todos los miembros de la familia pusieron comida en sus platos. Cuando somos mamás y papás, abuelos, las necesidades y los gustos de nuestros hijos y nietos siempre van antes de cualquier satisfacción que pudiéramos tener en lo personal. En eso consiste muchas veces la felicidad, en ver a otras personas bien.

Con las sociedades eficaces y armónicas sucede lo mismo. El bien común termina siendo trabajar para que la mayoría cubra sus necesidades y pueda encontrar las oportunidades que los haga vivir con prosperidad para que no solo sobrevivan. Poca gente quiere recibir las cosas gratis, contrario a la creencia general de segmentos de la población que viven con la mano extendida, porque nada nos llena más de orgullo que ganarnos lo que tenemos, por modesto que sea. Tener un golpe de suerte es satisfactorio, claro, pero no creo que vayamos por nuestra existencia esperando que las cosas nos caerán del cielo. Confirmarlo no es muy difícil, México cuenta con una de las poblaciones económicamente activas que dedican más tiempo al trabajo y a trasladarse hacia su empleo o pequeño negocio. Es posible que entre esos millones de personas exista un buen número que juegan a la lotería o al pronóstico deportivo; dudo que dejen de llevar a cabo su rutina hasta esperar ganarse el premio mayor del sorteo.

Por eso, cuando construimos una sociedad equilibrada y justa debemos identificar con precisión cuál es el bien común y cómo, al obtenerlo, mejoramos la vida de la mayoría. Cada vez que se logra que los más tengan mejores oportunidades, las llamadas minorías se ven igual de beneficiadas. Es una regla económica y es un principio de crecimiento social.

En una empresa el objetivo es vender un producto o servicio a la mayor cantidad de clientes posible y que esas personas tengan los recursos suficientes para comprar varias veces lo que ofrecemos. Incluso el sector de bienes de lujo, concentrado en vender caro a un grupo exclusivo que tiene para pagar, piensa constantemente en estrategias para ampliar su base de consumidores, sin perder el factor de escasez que vuelve más preciado lo que sea que ofrece.

Como ciudadanos es similar, cuando un vecindario cuenta con los servicios, la seguridad y los espacios para convivir, todos se benefician no solo de vivir ahí todos los días, sino de eso que llamamos plusvalía. La otra cara de esa moneda es la gentrificación, este fenómeno urbano cada vez más presente en nuestras grandes ciudades.

Por el contrario, cuando se pierde el sentido del bien común, nos aislamos y nos dividimos. Perdemos la confianza mínima que debe existir para colaborar entre nosotros y privilegiamos lo que nos beneficie personalmente, en contra de lo que ayuda a la mayoría.

Es, como dice ese refrán popular, pedir “que la voluntad de dios se haga en las mulas de mi compadre”. Esa forma de pensar complica mucho que podamos comprender un factor indispensable de las sociedades inteligentes: cuando una persona destaca, nunca lo hace sola, porque es un esfuerzo de muchas otras que apoyaron y continúan haciéndolo.

Cuando, como ciudadanos, trabajamos hacia una misma meta, y en la misma dirección, lo que hacemos es diversificar el talento, la voluntad y la capacidad de todas y de todos. Eso es el bien común y es la fuente de la justicia que nos merecemos como sociedad y como país.

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