/ sábado 30 de marzo de 2019

La moviola

Para que sea un gran espectáculo…


En una escena de Dumbo (Tim Burton,2019) el maestro de ceremonia Max (Danny DeVito) dice ante la cámara: ”para que sea un gran espectáculo, tiene que haber un gran final”. Y la afirmación es profética si la relacionamos con el resultado final del filme que en su mayoría navega en medias tintas.

Porque Dumbo, la versión live action del clásico animado de Disney de 1941, resulta irregular en su conjunto, pero tampoco puede ser considerado un proyecto fallido. Es verdad que lejos ha quedado el Burton que sorprendía con cada trabajo cinematográfico, pero hay que reconocer, que en esta adaptación del tierno paquidermo, hay un soplo, un pequeño aire de exploración que se antoja incluso valiente.

Por principio de cuentas, hay dos líneas argumentales en el guion: la primera tiene que ver con el atormentado y viudo Holt (Colin Farrel), un excombatiente de guerra que regresa al circo donde ha trabajado toda su vida para reencontrarse con sus pequeños hijos, Joe (Finley Hobbins) y la intelectual y petulante Milly (Nico Parker), que quiere ser científica, no podía faltar claro, la corrección política. La relación fragmentada de la familia se enfrenta también a la falta de trabajo por una crisis económica que enfrenta la compañía de artistas.

A Holt, se le encomienda cuidar a una elefanta, quien además espera un crío: el Dumbo de marras. En este punto, la historia regresa al lugar que todos conocemos y es una de las principales audacias –quizá valentías de Burton-, contradecir la tradición de la casa Disney, que en la mayoría de sus filmes tiene personajes antropomórficos que son leitmotiv y claro llevan la batuta.

La segunda línea argumental pues, que es la historia original, servirá para resanar las heridas de los personajes humanos, quienes conducen la trama. Dumbo y sus pesares, serán el puente para que la familia se cure.

De hecho, la película funciona y se sostiene más en los términos de referente y género, en trabajos como El espectáculo más grande del mundo (Cecil B. DeMille,1952) que en un clásico disneyano. Incluso se regodea menos en el melodrama.

Otra audacia de Burton –insisto, dentro de su anclaje creativo- radica en que el filme de hecho es una mirada del espectáculo dentro del espectáculo, con ambicioso empresario a la Barnum o incluso al estilo Walt Disney: V.A. Vandevere (Michael Keaton), de fino bigotito y rulo en el cabello, que quiere comprar el número del elefante volador. Lo anterior parece un mea culpa del director, o una broma interna.

Eso sí, el tema de la otredad está presente, como en toda la filmografía del cineasta y hay momentos que nos conmueven los sentimientos tan humanos, o en este caso tan paquidermos de la trama.


Para que sea un gran espectáculo…


En una escena de Dumbo (Tim Burton,2019) el maestro de ceremonia Max (Danny DeVito) dice ante la cámara: ”para que sea un gran espectáculo, tiene que haber un gran final”. Y la afirmación es profética si la relacionamos con el resultado final del filme que en su mayoría navega en medias tintas.

Porque Dumbo, la versión live action del clásico animado de Disney de 1941, resulta irregular en su conjunto, pero tampoco puede ser considerado un proyecto fallido. Es verdad que lejos ha quedado el Burton que sorprendía con cada trabajo cinematográfico, pero hay que reconocer, que en esta adaptación del tierno paquidermo, hay un soplo, un pequeño aire de exploración que se antoja incluso valiente.

Por principio de cuentas, hay dos líneas argumentales en el guion: la primera tiene que ver con el atormentado y viudo Holt (Colin Farrel), un excombatiente de guerra que regresa al circo donde ha trabajado toda su vida para reencontrarse con sus pequeños hijos, Joe (Finley Hobbins) y la intelectual y petulante Milly (Nico Parker), que quiere ser científica, no podía faltar claro, la corrección política. La relación fragmentada de la familia se enfrenta también a la falta de trabajo por una crisis económica que enfrenta la compañía de artistas.

A Holt, se le encomienda cuidar a una elefanta, quien además espera un crío: el Dumbo de marras. En este punto, la historia regresa al lugar que todos conocemos y es una de las principales audacias –quizá valentías de Burton-, contradecir la tradición de la casa Disney, que en la mayoría de sus filmes tiene personajes antropomórficos que son leitmotiv y claro llevan la batuta.

La segunda línea argumental pues, que es la historia original, servirá para resanar las heridas de los personajes humanos, quienes conducen la trama. Dumbo y sus pesares, serán el puente para que la familia se cure.

De hecho, la película funciona y se sostiene más en los términos de referente y género, en trabajos como El espectáculo más grande del mundo (Cecil B. DeMille,1952) que en un clásico disneyano. Incluso se regodea menos en el melodrama.

Otra audacia de Burton –insisto, dentro de su anclaje creativo- radica en que el filme de hecho es una mirada del espectáculo dentro del espectáculo, con ambicioso empresario a la Barnum o incluso al estilo Walt Disney: V.A. Vandevere (Michael Keaton), de fino bigotito y rulo en el cabello, que quiere comprar el número del elefante volador. Lo anterior parece un mea culpa del director, o una broma interna.

Eso sí, el tema de la otredad está presente, como en toda la filmografía del cineasta y hay momentos que nos conmueven los sentimientos tan humanos, o en este caso tan paquidermos de la trama.