/ sábado 15 de junio de 2019

La moviola

Tolkien, su vida y la ficción.

En una escena de Tolkien (Dome Karukosky, 2019), semi biopic sobre el escritor de fantasía John Ronald Tolkien - El Hobbit y la saga El Señor de los anillos por mencionar dos de sus relatos- el aún no famoso novelista y poeta ve con discreción y enamorado a la joven Edith (Lily Collins) mientras ella toca el piano. Todo en casa de su adusta benefactora la señora Faulkner (Pam Ferris). El momento es Dickeniano.

La ficción en la que se construye la vida de Tolkien en el universo del filme es el testimonio principal para mostrar la pulsión creativa de su obra. La película romantiza a nuestro protagonista y se sirve para construir un héroe clásico cinematográfico. No encontraremos pues un duro testimonio que revele secretos o destruya la leyenda en aras de una fiel biografía.

Tolkien no es una amarga o semidulce historia a la J. M. Barrie que nos deje con la boca abierta después de ver que hay detrás de Peter Pan, como en Descubriendo el país de Nunca Jamás (Foster, 2004) o peor, una cruda, melancólica y melosa película sobre las penurias que ocasiona la creación de un personaje como Winnie The Poo, que es lo que sucede en Hasta pronto Christopher Robin (Curtis, 2017). En todo caso, vemos algo parecido a Hans Christian Andersen (Charles Vidor, 1952), fábula cinematográfica sobre la vida del autor danés.

Huérfano, el atolondrado J. R. Tolkien (Nicholas Holult) sueña con ser escritor mientras estudia y se aburre junto con su hermano menor Hillary (James MacCallum) en casa de la señora Faulkner. El padre Francis (Colm Meaney), quien también es su benefactor, lo presiona para que olvide a su enamorada Edith. El joven forma un grupo de aspirantes a escritores y artistas con sus compañeros de universidad. Lo anterior son recuerdos que vienen en medio de la guerra.

Hay en la historia del filme algo de Grandes esperanzas y mucho del Hollywood clásico. Tolkien en el fondo y el héroe dickeniano que sufre se redime en la forma, son el vestido con los que se construyen el filme.

Lo anterior por cierto se llama el elemento añadido y es la herramienta que se utiliza en la ficción para hacer un relato viable o atractivo. Sobre todo cuando la narración parte de una biografía. En La orgía perpetua, Mario Vargas Llosa lo explica de manera amplia.

El amplio universo de la ficción usa estas herramientas como pilares para relatar momentos fundamentales en la vida de uno de los autores de imaginación más prolífica. Hay dragones pues, pero sobresale una dulce forma para construir un filme romántico y edificante.

Un espectador no viciado agradece lo anterior. El filme es un relato romántico más que biográfico y el resultado es excepcional.

@lamoviola


Tolkien, su vida y la ficción.

En una escena de Tolkien (Dome Karukosky, 2019), semi biopic sobre el escritor de fantasía John Ronald Tolkien - El Hobbit y la saga El Señor de los anillos por mencionar dos de sus relatos- el aún no famoso novelista y poeta ve con discreción y enamorado a la joven Edith (Lily Collins) mientras ella toca el piano. Todo en casa de su adusta benefactora la señora Faulkner (Pam Ferris). El momento es Dickeniano.

La ficción en la que se construye la vida de Tolkien en el universo del filme es el testimonio principal para mostrar la pulsión creativa de su obra. La película romantiza a nuestro protagonista y se sirve para construir un héroe clásico cinematográfico. No encontraremos pues un duro testimonio que revele secretos o destruya la leyenda en aras de una fiel biografía.

Tolkien no es una amarga o semidulce historia a la J. M. Barrie que nos deje con la boca abierta después de ver que hay detrás de Peter Pan, como en Descubriendo el país de Nunca Jamás (Foster, 2004) o peor, una cruda, melancólica y melosa película sobre las penurias que ocasiona la creación de un personaje como Winnie The Poo, que es lo que sucede en Hasta pronto Christopher Robin (Curtis, 2017). En todo caso, vemos algo parecido a Hans Christian Andersen (Charles Vidor, 1952), fábula cinematográfica sobre la vida del autor danés.

Huérfano, el atolondrado J. R. Tolkien (Nicholas Holult) sueña con ser escritor mientras estudia y se aburre junto con su hermano menor Hillary (James MacCallum) en casa de la señora Faulkner. El padre Francis (Colm Meaney), quien también es su benefactor, lo presiona para que olvide a su enamorada Edith. El joven forma un grupo de aspirantes a escritores y artistas con sus compañeros de universidad. Lo anterior son recuerdos que vienen en medio de la guerra.

Hay en la historia del filme algo de Grandes esperanzas y mucho del Hollywood clásico. Tolkien en el fondo y el héroe dickeniano que sufre se redime en la forma, son el vestido con los que se construyen el filme.

Lo anterior por cierto se llama el elemento añadido y es la herramienta que se utiliza en la ficción para hacer un relato viable o atractivo. Sobre todo cuando la narración parte de una biografía. En La orgía perpetua, Mario Vargas Llosa lo explica de manera amplia.

El amplio universo de la ficción usa estas herramientas como pilares para relatar momentos fundamentales en la vida de uno de los autores de imaginación más prolífica. Hay dragones pues, pero sobresale una dulce forma para construir un filme romántico y edificante.

Un espectador no viciado agradece lo anterior. El filme es un relato romántico más que biográfico y el resultado es excepcional.

@lamoviola