/ domingo 11 de abril de 2021

La moviola | Blues, pasión y dignidad

Puede resultar común afirmar que hay un duelo de actuaciones entre Viola Davis y el recién desaparecido Chadwick Boseman en La madre del blues (Ma Rainey’s Black Bottom, George C. Wolfe, 2021), pero resulta inevitable: Los dos imprimen un sello de dignidad y tensión a sus personajes y sacan provecho de sus diálogos, siempre agudos y de doble filo.

El filme, basado en una obra de teatro de 1982, escrita por el dramaturgo Augusto Wilson y quien fue también ganador del Premio Pullitzer por una trayectoria dedicada a dar visiones realistas de los problemas que ha enfrentado la comunidad afroestadounidense en el siglo XX, en especial una serie de diez obras titulada The Pittsburgh cycle, no es complaciente con el espectador, se diría que, vaya excepción, incluso carece de la corrección política que maneja el género de denuncia racista: Sus personajes son hasta cierto punto luminosos pero rugosos y censurables a la vez.

Una jornada de grabación para un disco de Ma Rainey, mujer afroestadounidense considerada pilar del blues, sirve para develar injusticias y sobre todo la esencia humana en medio de abusos y el deseo incesante de progreso o la resignación. Mientras esperan a la temperamental Rainey, una soberbia Viola Davis y nominada al Oscar por este papel como Mejor actriz, sus músicos recuerdan infancia, opiniones de la religión, deseos de triunfo y en algunos casos renuncias a una vida digna.

En este punto, entra el legado de Chadwick Boseman, en el papel de Leeve, el trompetista más joven de la banda, y quien es consumido por la ambición y los sueños de progreso. En su filme póstumo y con senda nominación al Oscar como Mejor actor, logra transmitir la dramaturgia teatral pero sin olvidar un cuidado estructurado lenguaje verbal fílmico.

La película combina la dramaturgia con lo cinematográfico gracias a un estructurado y discreto montaje. Nunca parece teatro filmado. Los diálogos son fuertes, intensos, de algún modo no permiten la distracción del espectador y revelan personajes de matices, la cámara se luce en momentos que ilustran con decoro cada escena.

Se diría de algún modo que es un filme de actores y diálogos, los mejores entre Cuttler (Colman Domingo ) y Leeve y éste con Ma Rainey, juego en que entra el lenguaje visual para entregar momentos de tensión, con una muy buena dirección de arte, que transmite un ambiente de asfixia y depresión.

La película no es un producto habitual de Netflix –donde se puede ver– ya que hay complejidad y como dije, carece de corrección política en los personajes. Se olvida, por fortuna, del paternalismo del género, muy en boga en los años ochenta, porque apela a la inteligencia y sensibilidad del espectador, no a su chabacanería tan de Hollywood.

Seguimos rumbo al Oscar y este filme es indispensable. Boseman va a ganar, si no, me como mi sombrero.


Puede resultar común afirmar que hay un duelo de actuaciones entre Viola Davis y el recién desaparecido Chadwick Boseman en La madre del blues (Ma Rainey’s Black Bottom, George C. Wolfe, 2021), pero resulta inevitable: Los dos imprimen un sello de dignidad y tensión a sus personajes y sacan provecho de sus diálogos, siempre agudos y de doble filo.

El filme, basado en una obra de teatro de 1982, escrita por el dramaturgo Augusto Wilson y quien fue también ganador del Premio Pullitzer por una trayectoria dedicada a dar visiones realistas de los problemas que ha enfrentado la comunidad afroestadounidense en el siglo XX, en especial una serie de diez obras titulada The Pittsburgh cycle, no es complaciente con el espectador, se diría que, vaya excepción, incluso carece de la corrección política que maneja el género de denuncia racista: Sus personajes son hasta cierto punto luminosos pero rugosos y censurables a la vez.

Una jornada de grabación para un disco de Ma Rainey, mujer afroestadounidense considerada pilar del blues, sirve para develar injusticias y sobre todo la esencia humana en medio de abusos y el deseo incesante de progreso o la resignación. Mientras esperan a la temperamental Rainey, una soberbia Viola Davis y nominada al Oscar por este papel como Mejor actriz, sus músicos recuerdan infancia, opiniones de la religión, deseos de triunfo y en algunos casos renuncias a una vida digna.

En este punto, entra el legado de Chadwick Boseman, en el papel de Leeve, el trompetista más joven de la banda, y quien es consumido por la ambición y los sueños de progreso. En su filme póstumo y con senda nominación al Oscar como Mejor actor, logra transmitir la dramaturgia teatral pero sin olvidar un cuidado estructurado lenguaje verbal fílmico.

La película combina la dramaturgia con lo cinematográfico gracias a un estructurado y discreto montaje. Nunca parece teatro filmado. Los diálogos son fuertes, intensos, de algún modo no permiten la distracción del espectador y revelan personajes de matices, la cámara se luce en momentos que ilustran con decoro cada escena.

Se diría de algún modo que es un filme de actores y diálogos, los mejores entre Cuttler (Colman Domingo ) y Leeve y éste con Ma Rainey, juego en que entra el lenguaje visual para entregar momentos de tensión, con una muy buena dirección de arte, que transmite un ambiente de asfixia y depresión.

La película no es un producto habitual de Netflix –donde se puede ver– ya que hay complejidad y como dije, carece de corrección política en los personajes. Se olvida, por fortuna, del paternalismo del género, muy en boga en los años ochenta, porque apela a la inteligencia y sensibilidad del espectador, no a su chabacanería tan de Hollywood.

Seguimos rumbo al Oscar y este filme es indispensable. Boseman va a ganar, si no, me como mi sombrero.