/ sábado 18 de septiembre de 2021

La moviola | Fábula circular

@lamoviola

La solvente carrera de la directora Tatiana Huezo, nacida en El Salvador en 1972 pero criada en México, sobre todo construida en el género documental, presenta ahora una ficción no exenta de aspectos neorrealistas, una tendencia clara del cine nacional, como se ha apuntado en esta columna con Noche de fuego.

El filme, fue bien recibido en la edición 74 de Cannes y de hecho, ganó el premio a Mejor creación sonora en la Sección Un Certain Regard. Pero más allá de eso, estamos ante una fábula circular, no exenta del bildung alemán (la construcción de uno mismo), historia de formación, pero sin las concesiones del género de base literaria.

En un pueblo ubicado en la sierra mexicana, Ana (Ana Cristina Ordoñez González), es criada por su madre, Rita (Mayra Batalla), en medio de la violencia que origina el narco y la presencia de militares. La madre, un personaje pulcro e íntegro durante toda la historia, tiene que luchar con las travesuras de su hija, que no percibe del todo el peligro en el que vive la comunidad, en el que la mayoría se dedica al cultivo de amapola.

Así les va la vida, hasta la llegada de la primera adolescencia de Ana, ahora interpretada por Mayra Membrillo. La chica juega con sus amigas, se enamora de su maestro, un personaje también íntegro pero no exento de dualidades, y sobre todo tiene que convivir con la violencia prematura de los hombres, que incluyen a sus compañeros de juego. Es pues, Noche de fuego, un cuento de cierta luminosidad y personajes que luchan por conservar su inocencia de claro universo femenino.

En algún punto, el largometraje toma referentes de fábulas similares como Alsino y el cóndor (Littin, Nicaragua, México, Cuba, Costa Rica, 1983) nominada al Oscar como Mejor película extranjera, o bien Voces inocentes (Mandoki, 2004), sin las complacencias chabacanas y peterpanescas del filme que cuenta la guerra civil salvadoreña. Incluso Cómprame un revólver (Julio Hernández Cordón, 2018), la metáfora del no retorno en medio del crecimiento. La no pérdida de la inocencia infantil en medio de la barbarie.

Pero en Noche de fuego, hay algo más que un punto de no retorno. Y es que en medio de esto, presenta una paradoja: la película es la metáfora circular que es sino de los personajes más allá de su luz.

Huezo, tiene la sensibilidad de mostrar un mundo exclusivamente femenino, con discusiones de madres e hijas, la presencia del desarrollo y madurez física sin tiempo para platicar, el enamoramiento hacia el maestro, los escarceos sexuales con el amiguito de la infancia, ahora seducido por la violencia. Y al final un destino circular, que alcanza a todos los personajes. Sin complacencias.

Basada en la primera parte de la novela Prayers for the stolen (dividida en tres secciones), de Jennifer Clement y con producida por Danny Glover, la película cimbra y conmueve al mismo tiempo.

@lamoviola

La solvente carrera de la directora Tatiana Huezo, nacida en El Salvador en 1972 pero criada en México, sobre todo construida en el género documental, presenta ahora una ficción no exenta de aspectos neorrealistas, una tendencia clara del cine nacional, como se ha apuntado en esta columna con Noche de fuego.

El filme, fue bien recibido en la edición 74 de Cannes y de hecho, ganó el premio a Mejor creación sonora en la Sección Un Certain Regard. Pero más allá de eso, estamos ante una fábula circular, no exenta del bildung alemán (la construcción de uno mismo), historia de formación, pero sin las concesiones del género de base literaria.

En un pueblo ubicado en la sierra mexicana, Ana (Ana Cristina Ordoñez González), es criada por su madre, Rita (Mayra Batalla), en medio de la violencia que origina el narco y la presencia de militares. La madre, un personaje pulcro e íntegro durante toda la historia, tiene que luchar con las travesuras de su hija, que no percibe del todo el peligro en el que vive la comunidad, en el que la mayoría se dedica al cultivo de amapola.

Así les va la vida, hasta la llegada de la primera adolescencia de Ana, ahora interpretada por Mayra Membrillo. La chica juega con sus amigas, se enamora de su maestro, un personaje también íntegro pero no exento de dualidades, y sobre todo tiene que convivir con la violencia prematura de los hombres, que incluyen a sus compañeros de juego. Es pues, Noche de fuego, un cuento de cierta luminosidad y personajes que luchan por conservar su inocencia de claro universo femenino.

En algún punto, el largometraje toma referentes de fábulas similares como Alsino y el cóndor (Littin, Nicaragua, México, Cuba, Costa Rica, 1983) nominada al Oscar como Mejor película extranjera, o bien Voces inocentes (Mandoki, 2004), sin las complacencias chabacanas y peterpanescas del filme que cuenta la guerra civil salvadoreña. Incluso Cómprame un revólver (Julio Hernández Cordón, 2018), la metáfora del no retorno en medio del crecimiento. La no pérdida de la inocencia infantil en medio de la barbarie.

Pero en Noche de fuego, hay algo más que un punto de no retorno. Y es que en medio de esto, presenta una paradoja: la película es la metáfora circular que es sino de los personajes más allá de su luz.

Huezo, tiene la sensibilidad de mostrar un mundo exclusivamente femenino, con discusiones de madres e hijas, la presencia del desarrollo y madurez física sin tiempo para platicar, el enamoramiento hacia el maestro, los escarceos sexuales con el amiguito de la infancia, ahora seducido por la violencia. Y al final un destino circular, que alcanza a todos los personajes. Sin complacencias.

Basada en la primera parte de la novela Prayers for the stolen (dividida en tres secciones), de Jennifer Clement y con producida por Danny Glover, la película cimbra y conmueve al mismo tiempo.