/ sábado 25 de septiembre de 2021

La moviola | La resistencia agridulce 

@lamoviola

El recio y a la vez terso y dulce relato ¡Ánimo juventud! (Carlos Armella, 2020), llega – apenas- en buen momento a las pantallas grandes, previa la voracidad de los blockbusters que se aproximan. El filme, con elementos de Coming-of-age, (crecimiento interno de los personajes, generalmente adolescentes), pero sobre todo una Bildungsroman porque es menos convencional en el fondo, sigue la ruta de madurez de los protagonistas pero con aspectos de cierta profundidad interna sin renunciar al arquetipo empático y nunca pierde la frescura.

Armella construye por un lado a sus personajes principales, cuatro jóvenes, en una suerte de humor que los define en un plano escénico y una melancolía que los traza a nivel interno. El filme es más cercano en espíritu a L’argent de poche (Truffaut, Francia,1977) que a cualquier producto estadounidense del género.

Y hay otro protagonista en la película: la Ciudad de México, no aquella anclada en la Condesa ni Santa Fe, escenario natural de las comedias más complacientes, sino la de una clase media urbana, aunque el espectro es más amplio, con su concreto y colores dispares. La estética de lo cotidiano y de la memoria se percibe en un relato de formación que nunca pretende moralizar ni aleccionar al público.

Daniel (Mario Palmerín), es un joven que con desgano conduce el taxi familiar, aunque tiene pretensiones de músico. Embarazó a su novia y desea tener a su hijo, pero la chica no está segura. Su historia transcurre en medio de situaciones que se plantean cómicas pero son dramáticas en el fondo y que establecen cierto ritmo del absurdo. Palmerín, es un actor que transmite a su personaje una vulnerabilidad soterrada con la coraza de la dureza. Tuvo una mención especial en la edición 18 del Festival de Cine de Morelia, donde debutó el filme.

Dulce (Daniela Arce) es una chica que estudia la secundaria en una escuela pública y participa del bullyng cotidiano, la ahoga su entorno escolar y familiar. Es en apariencia dura y hasta un poco violenta. Así le va la vida, hasta que llega a trabajar a su escuela un joven en intendencia del que primero se burla. El personaje se ubica en un entorno de fortaleza femenina sin descuidar una evidente sensibilidad.

Martín (Rodrigo Cortés), se dedica al grafiti hasta que un día es descubierto por el dueño de una casa que resulta en extremo moralista. En espera de la policía, el joven conocerá a la hija del dueño de la propiedad –sin spoiler-, y sobre todo entrará en un proceso que forjará su carácter gracias a la chica que lo cuestiona y confronta. Martín, es tal vez el personaje de mayor identificación urbana.

Pedro (Iñaki Godoy), es un adolescente de quince años que al no encontrar identificación y comprensión en los adultos que lo rodean inventa un lenguaje con el que se comunica. De algún modo, el personaje se convierte en un hilo conductor de la trama y tiene un ritmo sutil del absurdo en su actuar, muy tenue, que se mezcla con un sentimiento de desesperación.

Armella dirige a todos sus protagonistas, con eficacia y a cada uno logra sacarles una naturalidad que se percibe en pantalla. La película, tiene un humor cáustico pero también melancolía. Los jóvenes aprenden que hay triunfos agridulces y renuncias con esperanza.


@lamoviola

El recio y a la vez terso y dulce relato ¡Ánimo juventud! (Carlos Armella, 2020), llega – apenas- en buen momento a las pantallas grandes, previa la voracidad de los blockbusters que se aproximan. El filme, con elementos de Coming-of-age, (crecimiento interno de los personajes, generalmente adolescentes), pero sobre todo una Bildungsroman porque es menos convencional en el fondo, sigue la ruta de madurez de los protagonistas pero con aspectos de cierta profundidad interna sin renunciar al arquetipo empático y nunca pierde la frescura.

Armella construye por un lado a sus personajes principales, cuatro jóvenes, en una suerte de humor que los define en un plano escénico y una melancolía que los traza a nivel interno. El filme es más cercano en espíritu a L’argent de poche (Truffaut, Francia,1977) que a cualquier producto estadounidense del género.

Y hay otro protagonista en la película: la Ciudad de México, no aquella anclada en la Condesa ni Santa Fe, escenario natural de las comedias más complacientes, sino la de una clase media urbana, aunque el espectro es más amplio, con su concreto y colores dispares. La estética de lo cotidiano y de la memoria se percibe en un relato de formación que nunca pretende moralizar ni aleccionar al público.

Daniel (Mario Palmerín), es un joven que con desgano conduce el taxi familiar, aunque tiene pretensiones de músico. Embarazó a su novia y desea tener a su hijo, pero la chica no está segura. Su historia transcurre en medio de situaciones que se plantean cómicas pero son dramáticas en el fondo y que establecen cierto ritmo del absurdo. Palmerín, es un actor que transmite a su personaje una vulnerabilidad soterrada con la coraza de la dureza. Tuvo una mención especial en la edición 18 del Festival de Cine de Morelia, donde debutó el filme.

Dulce (Daniela Arce) es una chica que estudia la secundaria en una escuela pública y participa del bullyng cotidiano, la ahoga su entorno escolar y familiar. Es en apariencia dura y hasta un poco violenta. Así le va la vida, hasta que llega a trabajar a su escuela un joven en intendencia del que primero se burla. El personaje se ubica en un entorno de fortaleza femenina sin descuidar una evidente sensibilidad.

Martín (Rodrigo Cortés), se dedica al grafiti hasta que un día es descubierto por el dueño de una casa que resulta en extremo moralista. En espera de la policía, el joven conocerá a la hija del dueño de la propiedad –sin spoiler-, y sobre todo entrará en un proceso que forjará su carácter gracias a la chica que lo cuestiona y confronta. Martín, es tal vez el personaje de mayor identificación urbana.

Pedro (Iñaki Godoy), es un adolescente de quince años que al no encontrar identificación y comprensión en los adultos que lo rodean inventa un lenguaje con el que se comunica. De algún modo, el personaje se convierte en un hilo conductor de la trama y tiene un ritmo sutil del absurdo en su actuar, muy tenue, que se mezcla con un sentimiento de desesperación.

Armella dirige a todos sus protagonistas, con eficacia y a cada uno logra sacarles una naturalidad que se percibe en pantalla. La película, tiene un humor cáustico pero también melancolía. Los jóvenes aprenden que hay triunfos agridulces y renuncias con esperanza.