/ martes 2 de julio de 2019

La Moviola | Lo paupérrimo como discurso

En Chicuarotes (Gael García Bernal, 2019), segunda película como director del otrora charolastra, lo paupérrimo se convierte en un personaje protagónico en el desarrollo de la historia. El testimonio social está implícito y guarda distancia moral al presentar a sus personajes, porque lo importante es verlos en una trayectoria de declive como destino manifiesto.

Lo anterior no exenta de cierto tono humorístico a la película sobre todo en la forma excesiva de algunos personajes. El filme no niega su influencia visual y narrativa al trabajo de largometrajes y cineastas surgidos en la década de los ochenta y principios de los noventa como Los motivos de Luz ( Felipe Cazals, 1985) o Lolo (Francisco Athié, 1993) Y deja de lado, la ligereza de las Weed movies tropicalizadas, como Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), aunque recurre a la buddy film, sobre todo al retratar la amistad de los dos personajes principales: Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carvajal).

En todo caso, se ve una evolución en la forma y discurso de García Bernal, que ha dejado el primer plano, sobre todo moral, que se veía en Déficit, presentada en 2008. Hay algo artificial en el andar de los personajes, pero es el tono que anuncia la estridencia trágica que está por venir.

Cagalera y Moloteco son dos jóvenes que sobreviven representando un mediocre acto en las peseras y combis de su colonia. Hartos de la indiferencia de la gente ante su actuación, deciden asaltar el pasaje. Ese será el punto de arranque de una carrera hacia abajo.

A lo largo de la película, desfilan una serie de personajes que no siguen la tradición inculcada por el cine mexicano sobre todo en su Época de oro. En Chicuarotes, no hay pobreza feliz pero sí un desfile de patetismo y miseria. El universo que de vez en cuando cohabita el cine mexicano. Para citar otro ejemplo está Mentiras piadosas (Arturo Ripstein, 1987).

En algún punto del filme, los personajes no tienen salvación y lo mismo cohabitaran el universo de la ficción mísera y paupérrima la resignada madre del protagonista Tonchi (Dolores Heredia), que el galancito del barrio, este sí, en la mejor tradición del cine mexicano clásico.

En Chicuarotes, hay un equilibrio en el tono de estridencia y humor, aunque por momentos se percibe un agotamiento de recursos en la narrativa. El guion de Augusto Mendoza demuestra habilidad y nunca se vuelve concesivo hacia el espectador, aunque el general buen tono del largometraje se agote hasta el clímax.

En todo caso, el filme tiene mayor complicidad y compromiso con un aire de legitimidad en el universo fílmico que se retrata que cualquier comedia sosa derivada del más prosaico cine comercial.

twitter: @lamoviola

En Chicuarotes (Gael García Bernal, 2019), segunda película como director del otrora charolastra, lo paupérrimo se convierte en un personaje protagónico en el desarrollo de la historia. El testimonio social está implícito y guarda distancia moral al presentar a sus personajes, porque lo importante es verlos en una trayectoria de declive como destino manifiesto.

Lo anterior no exenta de cierto tono humorístico a la película sobre todo en la forma excesiva de algunos personajes. El filme no niega su influencia visual y narrativa al trabajo de largometrajes y cineastas surgidos en la década de los ochenta y principios de los noventa como Los motivos de Luz ( Felipe Cazals, 1985) o Lolo (Francisco Athié, 1993) Y deja de lado, la ligereza de las Weed movies tropicalizadas, como Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), aunque recurre a la buddy film, sobre todo al retratar la amistad de los dos personajes principales: Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carvajal).

En todo caso, se ve una evolución en la forma y discurso de García Bernal, que ha dejado el primer plano, sobre todo moral, que se veía en Déficit, presentada en 2008. Hay algo artificial en el andar de los personajes, pero es el tono que anuncia la estridencia trágica que está por venir.

Cagalera y Moloteco son dos jóvenes que sobreviven representando un mediocre acto en las peseras y combis de su colonia. Hartos de la indiferencia de la gente ante su actuación, deciden asaltar el pasaje. Ese será el punto de arranque de una carrera hacia abajo.

A lo largo de la película, desfilan una serie de personajes que no siguen la tradición inculcada por el cine mexicano sobre todo en su Época de oro. En Chicuarotes, no hay pobreza feliz pero sí un desfile de patetismo y miseria. El universo que de vez en cuando cohabita el cine mexicano. Para citar otro ejemplo está Mentiras piadosas (Arturo Ripstein, 1987).

En algún punto del filme, los personajes no tienen salvación y lo mismo cohabitaran el universo de la ficción mísera y paupérrima la resignada madre del protagonista Tonchi (Dolores Heredia), que el galancito del barrio, este sí, en la mejor tradición del cine mexicano clásico.

En Chicuarotes, hay un equilibrio en el tono de estridencia y humor, aunque por momentos se percibe un agotamiento de recursos en la narrativa. El guion de Augusto Mendoza demuestra habilidad y nunca se vuelve concesivo hacia el espectador, aunque el general buen tono del largometraje se agote hasta el clímax.

En todo caso, el filme tiene mayor complicidad y compromiso con un aire de legitimidad en el universo fílmico que se retrata que cualquier comedia sosa derivada del más prosaico cine comercial.

twitter: @lamoviola