/ sábado 13 de agosto de 2022

La moviola | Los años más bellos de una vida: la imagen que reconcilia

@lamoviola

Aunque el cineasta francés Claude Lelouch, se ha declarado de diferentes maneras inconforme o molesto con ser ubicado como miembro de la Nouvelle vague, su cine, con algunas de las obras fundamentales pasada la segunda mitad del siglo XX, su influencia o por lo menos olor, es notable. Las imágenes de Lelouch, son cautivadoras, poéticas. En muchos sentidos irrepetibles.

Una de sus obras más conocidas, Un hombre y una mujer, estrenada en 1966, es un ejemplo de todo lo anterior. La película, ganó la Palma de Oro y el Oscar en la categoría de Filme de lengua no inglesa. No sólo por la historia entre Anne (Anouk Aimeé), guionista y viuda y el piloto medio barbaján, Jean-Louis (Jean Jean Louis Trintignant ), que se conocen gracias a sus dos pequeños hijos, un niño y una niña, se aman, se separan, sino también la conmovedora propuesta visual del cineasta.

La película, tiene una segunda parte, Un hombre y una mujer veinte años después, de 1986, no tuvo el mismo impacto y Lelouch, ha declarado que se equivocó al hacerla: “Debí esperar más”. Sin embargo no deja de ser una obra notable, para un realizador fundamental para el séptimo arte.

Pues bien, luego de este contexto, llega a los cines, lugar donde la obra se puede disfrutar de forma indispensable, Los años más bellos de una vida, Lelouch retoma la historia de Anne y Jean Louis, pero ya en la tercera edad. Ella como una comerciante que asume su papel de abuela y él, antes rebelde con la vida siempre en el acelerador y gozoso de sus mezquindades, anciano y desmemoriado sentado en una silla de ruedas, viviendo en un asilo donde su hijo lo ha metido. Este hecho, no significa una ruptura entre el otrora niño de Un hombre y una mujer, sino una búsqueda de comodidad para Jean Louis.

Ahogado en la melancolía, el ex piloto desprecia de forma discreta a sus compañeros y sólo tiene luces para recordar a su gran amor, al que ha traicionado, Anne. En medio del ocaso de su padre Antoine (Antoine Sire), busca al amor de su padre y le pide lo visite. Por supuesto, el hoy adulto casi sesentón, se encuentra con su antigua amiga-hermana Francoise (Souad Amidou), veterinaria y de una vida convencional, pero de la que está conforme.

Anne accede a ver a Jean Louis, a pesar de heridas aún no cicatrizadas; esto se desarrolla sobre todo en la segunda parte de Un hombre y una mujer, veinte años después. Al principio es duro ver al antes audaz hombre convertido en un anciano, pero poco a poco una chispa melancólica y amorosa se desarrolla entre los dos.

Los años más felices de una vida, puede ser impugnada porque Lelouch, sostiene mucho de la narrativa en material de la película de 1966, pero eso suena a purismo. El valor de la película radica en un tono de tersa melancolía, que fluye en medio de imágenes poéticas que comprueban la profunda capacidad lírica de la lente.

La fuerza narrativa y amorosa de la imagen, entregan una obra de congruencia y sustento ante una filmografía. ¿Nada nuevo si lo comparamos con la primera parte? La crítica se antoja aventurada ante una industria y un público que entiende lo visual como una pantalla verde y no como un ritmo, una propuesta, una razón de ser ante una obra.

El filme clásico, tiene su devaneo (así, devaneo) hollywoodense con la convencional One Fine Fay (Hoffman, 1996), con George Clooney y Michelle Peiffer, edulcorado y convencional, pero que comprueba la influencia de Un hombre y una mujer en la industria.

La lente, la imagen, la nostalgia que reconcilia con la vida. El poderoso poder reivindicador de lo visual y del lenguaje cinematográfico. Imperdible.


@lamoviola

Aunque el cineasta francés Claude Lelouch, se ha declarado de diferentes maneras inconforme o molesto con ser ubicado como miembro de la Nouvelle vague, su cine, con algunas de las obras fundamentales pasada la segunda mitad del siglo XX, su influencia o por lo menos olor, es notable. Las imágenes de Lelouch, son cautivadoras, poéticas. En muchos sentidos irrepetibles.

Una de sus obras más conocidas, Un hombre y una mujer, estrenada en 1966, es un ejemplo de todo lo anterior. La película, ganó la Palma de Oro y el Oscar en la categoría de Filme de lengua no inglesa. No sólo por la historia entre Anne (Anouk Aimeé), guionista y viuda y el piloto medio barbaján, Jean-Louis (Jean Jean Louis Trintignant ), que se conocen gracias a sus dos pequeños hijos, un niño y una niña, se aman, se separan, sino también la conmovedora propuesta visual del cineasta.

La película, tiene una segunda parte, Un hombre y una mujer veinte años después, de 1986, no tuvo el mismo impacto y Lelouch, ha declarado que se equivocó al hacerla: “Debí esperar más”. Sin embargo no deja de ser una obra notable, para un realizador fundamental para el séptimo arte.

Pues bien, luego de este contexto, llega a los cines, lugar donde la obra se puede disfrutar de forma indispensable, Los años más bellos de una vida, Lelouch retoma la historia de Anne y Jean Louis, pero ya en la tercera edad. Ella como una comerciante que asume su papel de abuela y él, antes rebelde con la vida siempre en el acelerador y gozoso de sus mezquindades, anciano y desmemoriado sentado en una silla de ruedas, viviendo en un asilo donde su hijo lo ha metido. Este hecho, no significa una ruptura entre el otrora niño de Un hombre y una mujer, sino una búsqueda de comodidad para Jean Louis.

Ahogado en la melancolía, el ex piloto desprecia de forma discreta a sus compañeros y sólo tiene luces para recordar a su gran amor, al que ha traicionado, Anne. En medio del ocaso de su padre Antoine (Antoine Sire), busca al amor de su padre y le pide lo visite. Por supuesto, el hoy adulto casi sesentón, se encuentra con su antigua amiga-hermana Francoise (Souad Amidou), veterinaria y de una vida convencional, pero de la que está conforme.

Anne accede a ver a Jean Louis, a pesar de heridas aún no cicatrizadas; esto se desarrolla sobre todo en la segunda parte de Un hombre y una mujer, veinte años después. Al principio es duro ver al antes audaz hombre convertido en un anciano, pero poco a poco una chispa melancólica y amorosa se desarrolla entre los dos.

Los años más felices de una vida, puede ser impugnada porque Lelouch, sostiene mucho de la narrativa en material de la película de 1966, pero eso suena a purismo. El valor de la película radica en un tono de tersa melancolía, que fluye en medio de imágenes poéticas que comprueban la profunda capacidad lírica de la lente.

La fuerza narrativa y amorosa de la imagen, entregan una obra de congruencia y sustento ante una filmografía. ¿Nada nuevo si lo comparamos con la primera parte? La crítica se antoja aventurada ante una industria y un público que entiende lo visual como una pantalla verde y no como un ritmo, una propuesta, una razón de ser ante una obra.

El filme clásico, tiene su devaneo (así, devaneo) hollywoodense con la convencional One Fine Fay (Hoffman, 1996), con George Clooney y Michelle Peiffer, edulcorado y convencional, pero que comprueba la influencia de Un hombre y una mujer en la industria.

La lente, la imagen, la nostalgia que reconcilia con la vida. El poderoso poder reivindicador de lo visual y del lenguaje cinematográfico. Imperdible.