/ sábado 2 de abril de 2022

La moviola | Morbius: El vampiro buena onda

@lamoviola

El problema con Morbius (Daniel Espinoza, 2022), no son las licencias creativas (por decirles de algún modo), que se toma para llevar a la pantalla grande al icónico personaje del universo Spider-Man. Es preocupante, sí, que aligeren hasta lo empalagoso a un personaje que tiene sus orígenes en el horror, pero ya es tendencia y en muchos sentidos es culpa de un público inmaduro, incapaz de aceptar a un villano o antihéroe como protagonista en aras de la avalancha hipócrita que nos ataca, cual infección sanguinolenta y que simplifica toda narrativa. El problema es la traición al género.

Porque Morbius, creado en 1971 por Roy Thomas y el dibujante Gil Kane, para el número 101 de Amazing Spider-Man, que apareció en octubre, se ideó en un principio para darle cierta oscuridad a los relatos de Spidey. Para muestra, basta consultar las imágenes que están disponibles en internet. Había algo gótico y tétrico en la saga. Bastante incluso de propuesta expresionista. Pero también había otro problema. El código de censura que la industria de la historieta arrastraba desde la segunda mitad de la década de los cincuenta.

Un breve agregado para explicar lo anterior: en 1954 el psiquiatra Frederic Wertham publicó el libro La seducción de los inocentes, donde sostenía que los cómics, influían en el alto índice de delincuencia juvenil y consumo de drogas y bla, bla, bla. El caso es que la teoría la tomaron por buena y a partir de ese momento, todos los contenidos de historietas aligeraron y mucho sus argumentos. Una de las reglas del código, era que no aparecieran vampiros, monstruoso o similares. Personajes, que sostenían mucho de la industria.

Pues bien, para librar el código, Kane y Thomas, crearon Morbius, con una motivación: encontrar la cura a un mal sanguíneo que padece, pero sin dejar de estar en la línea del horror. Cuando aparece por primera vez el chupa sangre con look de Sandro de América, a Spidey por ejemplo le habían salido varios brazos.

Bueno, pues ha llegado la adaptación cinematográfica de Morbius y la estupidez buenista, tan de moda hoy en día, ha convertido al icónico personaje, antecedente de lo que luego sería Venom, en un vampiro buena onda que cura a niños enfermos y de paso tiene la cara de Jared Leto, que aparece chulo de bonito casi en todas las secuencias del filme y por supuesto así no era el personaje.

Michael Morbius (Leto, prófugo del Guasón y si sigue así, de su carrera), es un médico bueno, bueno, bueno, que cura niños y se dedica a investigar una cura para un mal que tiene. Lo financia su amigo de la infancia Milo (Matt Smith), con quien tiene una relación estrecha –tal vez lo único interesante del filme y que aguanta una sub lectura–, hasta que en un experimento al buen Michael se le pasa la dosis y luego de rechazar el Nobel se convierte en vampiro. Tiene un interés amoroso la doctora Martine (Adria Arjona) y se compra sus abrigos en Bloomingdale’s.

Luego de una serie de asesinatos, todo indica que esto se va a componer, y que vamos en el camino del Estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968) pero es falsa alarma. No quiero ser sangrón, pero es como un filme de esos de Marvel de los noventa. Huya como de la peste en un barco.

@lamoviola

El problema con Morbius (Daniel Espinoza, 2022), no son las licencias creativas (por decirles de algún modo), que se toma para llevar a la pantalla grande al icónico personaje del universo Spider-Man. Es preocupante, sí, que aligeren hasta lo empalagoso a un personaje que tiene sus orígenes en el horror, pero ya es tendencia y en muchos sentidos es culpa de un público inmaduro, incapaz de aceptar a un villano o antihéroe como protagonista en aras de la avalancha hipócrita que nos ataca, cual infección sanguinolenta y que simplifica toda narrativa. El problema es la traición al género.

Porque Morbius, creado en 1971 por Roy Thomas y el dibujante Gil Kane, para el número 101 de Amazing Spider-Man, que apareció en octubre, se ideó en un principio para darle cierta oscuridad a los relatos de Spidey. Para muestra, basta consultar las imágenes que están disponibles en internet. Había algo gótico y tétrico en la saga. Bastante incluso de propuesta expresionista. Pero también había otro problema. El código de censura que la industria de la historieta arrastraba desde la segunda mitad de la década de los cincuenta.

Un breve agregado para explicar lo anterior: en 1954 el psiquiatra Frederic Wertham publicó el libro La seducción de los inocentes, donde sostenía que los cómics, influían en el alto índice de delincuencia juvenil y consumo de drogas y bla, bla, bla. El caso es que la teoría la tomaron por buena y a partir de ese momento, todos los contenidos de historietas aligeraron y mucho sus argumentos. Una de las reglas del código, era que no aparecieran vampiros, monstruoso o similares. Personajes, que sostenían mucho de la industria.

Pues bien, para librar el código, Kane y Thomas, crearon Morbius, con una motivación: encontrar la cura a un mal sanguíneo que padece, pero sin dejar de estar en la línea del horror. Cuando aparece por primera vez el chupa sangre con look de Sandro de América, a Spidey por ejemplo le habían salido varios brazos.

Bueno, pues ha llegado la adaptación cinematográfica de Morbius y la estupidez buenista, tan de moda hoy en día, ha convertido al icónico personaje, antecedente de lo que luego sería Venom, en un vampiro buena onda que cura a niños enfermos y de paso tiene la cara de Jared Leto, que aparece chulo de bonito casi en todas las secuencias del filme y por supuesto así no era el personaje.

Michael Morbius (Leto, prófugo del Guasón y si sigue así, de su carrera), es un médico bueno, bueno, bueno, que cura niños y se dedica a investigar una cura para un mal que tiene. Lo financia su amigo de la infancia Milo (Matt Smith), con quien tiene una relación estrecha –tal vez lo único interesante del filme y que aguanta una sub lectura–, hasta que en un experimento al buen Michael se le pasa la dosis y luego de rechazar el Nobel se convierte en vampiro. Tiene un interés amoroso la doctora Martine (Adria Arjona) y se compra sus abrigos en Bloomingdale’s.

Luego de una serie de asesinatos, todo indica que esto se va a componer, y que vamos en el camino del Estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968) pero es falsa alarma. No quiero ser sangrón, pero es como un filme de esos de Marvel de los noventa. Huya como de la peste en un barco.