/ sábado 7 de marzo de 2020

La moviola | Relato de medianoche

Relato de medianoche

Vamos patrullando, mi hijo y yo... porque lo que importa no es el sexo

@lamoviola

Hay un momento en Familia de medianoche (Luke Lorentzen, 2019) en el que se olvida estar en presencia de un filme documental. El universo cinematográfico y los protagonistas –la familia Ochoa, dueños y operadores de una ambulancia en la CDMX la cual funciona como un personaje más- devoran y permean el testimonio social, ya en tono de relato.

Tan es así, que a la película le cabe –a pesar de ser por principio un documental- el subgénero médico. El más claro ejemplo de la hibridez y ambigüedad narrativa.

La cámara, muy intrusa, más en unos momentos que en otros, capta matices, contradicciones, ambigüedades e incluso artificios en los Ochoa, quienes de manera prematura se asumen como parte de un relato y personajes funcionales. Conscientes de que hay una lente que los registra. Lo anterior se vuelve un hecho evidente para el público.

La ambulancia que operan, será el microcosmos principal en que se entretejen las complejas relaciones de los protagonistas: Fernando, el padre, un hombre más bien taciturno y discreto que lleva años como paramédico y aguanta con estoicismo las explosiones de su adolescente hijo Juan de 17 años, quien se asume como protagonista del relato y discute con sus novias por teléfono, mientras ve con cierta picardía a la cámara y el más pequeño, Josué, un niño de no más de once años, obsesionado con la comida –sobre todo cuando falta- y que será la conciencia crítica de la familia. Tal vez el personaje - así en cursiva- más complejo y de matices.

Una ciudad salvaje –disculpa por el lugar común, pero se antoja indispensable- que muestra varios casos o historias: un drogadicto que golpea a su bebé, una joven que sufre maltrato, en medio la policía que extorsiona y pide dinero a la familia, además de una universitaria que sufre un accidente en casa. Los Ochoa tendrán una mezcla de heroísmo y oportunismo que les da riqueza y matices cinematográficos.

Porque a la película se le pueden detectar dos tonos, tradiciones o referentes fílmicos: el documental híbrido, como en El Charro de Toluquilla ( José Villalobos, 2016), crudo, agridulce testimonio sobre la hombría y sus ejes soterrados y vulnerables, pero también una parodia de comedia ranchera, que protagoniza un Pedro Infante Bizarro: el decaído Jaime.

Por otro lado, late y permea en el relato fílmico la tradición de series o películas de tono médico, para el caso, cualquiera resulta buen ejemplo, ya que los testimonios se convierten en historias. Lorentzen pone la mesa para que en algún punto esto pase.

Familia de medianoche es un claro ejemplo de la complejidad, lo terso, sencillo y complejo que puede ser el relato fílmico.

Indispensable


Relato de medianoche

Vamos patrullando, mi hijo y yo... porque lo que importa no es el sexo

@lamoviola

Hay un momento en Familia de medianoche (Luke Lorentzen, 2019) en el que se olvida estar en presencia de un filme documental. El universo cinematográfico y los protagonistas –la familia Ochoa, dueños y operadores de una ambulancia en la CDMX la cual funciona como un personaje más- devoran y permean el testimonio social, ya en tono de relato.

Tan es así, que a la película le cabe –a pesar de ser por principio un documental- el subgénero médico. El más claro ejemplo de la hibridez y ambigüedad narrativa.

La cámara, muy intrusa, más en unos momentos que en otros, capta matices, contradicciones, ambigüedades e incluso artificios en los Ochoa, quienes de manera prematura se asumen como parte de un relato y personajes funcionales. Conscientes de que hay una lente que los registra. Lo anterior se vuelve un hecho evidente para el público.

La ambulancia que operan, será el microcosmos principal en que se entretejen las complejas relaciones de los protagonistas: Fernando, el padre, un hombre más bien taciturno y discreto que lleva años como paramédico y aguanta con estoicismo las explosiones de su adolescente hijo Juan de 17 años, quien se asume como protagonista del relato y discute con sus novias por teléfono, mientras ve con cierta picardía a la cámara y el más pequeño, Josué, un niño de no más de once años, obsesionado con la comida –sobre todo cuando falta- y que será la conciencia crítica de la familia. Tal vez el personaje - así en cursiva- más complejo y de matices.

Una ciudad salvaje –disculpa por el lugar común, pero se antoja indispensable- que muestra varios casos o historias: un drogadicto que golpea a su bebé, una joven que sufre maltrato, en medio la policía que extorsiona y pide dinero a la familia, además de una universitaria que sufre un accidente en casa. Los Ochoa tendrán una mezcla de heroísmo y oportunismo que les da riqueza y matices cinematográficos.

Porque a la película se le pueden detectar dos tonos, tradiciones o referentes fílmicos: el documental híbrido, como en El Charro de Toluquilla ( José Villalobos, 2016), crudo, agridulce testimonio sobre la hombría y sus ejes soterrados y vulnerables, pero también una parodia de comedia ranchera, que protagoniza un Pedro Infante Bizarro: el decaído Jaime.

Por otro lado, late y permea en el relato fílmico la tradición de series o películas de tono médico, para el caso, cualquiera resulta buen ejemplo, ya que los testimonios se convierten en historias. Lorentzen pone la mesa para que en algún punto esto pase.

Familia de medianoche es un claro ejemplo de la complejidad, lo terso, sencillo y complejo que puede ser el relato fílmico.

Indispensable