/ martes 14 de mayo de 2019

La muerte de la Pax Americana

En el corto plazo, un arancel es un impuesto… y punto. Por lo tanto, las consecuencias macroeconómicas de un arancel deben considerarse comparables a las consecuencias macroeconómicas de cualquier aumento fiscal. Es cierto que este aumento fiscal es más regresivo que, digamos, un impuesto sobre ingresos altos, o un impuesto sobre el patrimonio.

Esto significa que recae sobre la gente que será obligada a recortar su gasto y, por lo tanto, es probable que tenga un retorno de la inversión negativo más grande que el retorno de la inversión positivo del recorte fiscal de 2017.

Sin embargo, todavía estamos hablando, al menos hasta ahora, acerca de un alza de impuestos que sólo es una parte de un porcentaje del PIB.

Esto significa que es difícil justificar las afirmaciones de que la guerra comercial, al menos la que actualmente está en curso, provocará una recesión global.

Si la guerra comercial no sólo se extiende a todas las importaciones de China, sino a las de Europa y de otras partes del mundo, podríamos llevar esto hasta generar una política fiscal de contracción de un par de puntos del PIB.

No obstante, ¿acaso las posibilidades de represalias extranjeras no cambian el panorama? En realidad, lo que hacen las represalias extranjeras es evitar que los aranceles sean menos malos que un aumento fiscal común y corriente.

Cuando un país grande como Estados Unidos impone aranceles, uno de los efectos —si no nos enfrentamos a represalias extranjeras— es un incremento en el precio de las exportaciones de Estados Unidos, ya sea mediante un aumento del dólar o al sustraer recursos de los sectores exportadores para los sectores que compiten con las importaciones.

No obstante, si los extranjeros toman represalias (cuando lo hacen), desaparece el efecto de los términos comerciales, y regresamos a la situación en la que los aranceles sólo son un impuesto aplicado a los consumidores nacionales.

La guerra comercial de Trump debería considerarse una parte integral de su aceptación de dictadores extranjeros, su falta de respecto para nuestros aliados, y su desprecio evidente por la democracia, tanto en nuestro país como en el extranjero.

Pero espera, me dirán ustedes: China no es ni un aliado ni una democracia, y en muchas formas es un mal actor en el comercio mundial. ¿No existe un procedimiento razonable para confrontar a China acerca de sus prácticas económicas?

Sí, lo hay, o lo habría si los aranceles a los productos chinos fueran una historia aislada, o aún mejor, si Trump estuviera formando una alianza de países para confrontar a las políticas chinas reprobables. Pero, de hecho, Trump ha estado haciendo la guerra comercial contra casi todos, aunque con menor intensidad. Cuando se imponen aranceles a las importaciones del acero canadiense, con el ridículo pretexto de que ponen en riesgo la seguridad nacional, y se amenaza con hacer lo mismo a los automóviles alemanes, no se está construyendo una coalición estratégica para enfrentar a una China que se está portando mal.

Lo que sí se está haciendo, en cambio, es demoler lo que queda de la Pax Americana.

En el corto plazo, un arancel es un impuesto… y punto. Por lo tanto, las consecuencias macroeconómicas de un arancel deben considerarse comparables a las consecuencias macroeconómicas de cualquier aumento fiscal. Es cierto que este aumento fiscal es más regresivo que, digamos, un impuesto sobre ingresos altos, o un impuesto sobre el patrimonio.

Esto significa que recae sobre la gente que será obligada a recortar su gasto y, por lo tanto, es probable que tenga un retorno de la inversión negativo más grande que el retorno de la inversión positivo del recorte fiscal de 2017.

Sin embargo, todavía estamos hablando, al menos hasta ahora, acerca de un alza de impuestos que sólo es una parte de un porcentaje del PIB.

Esto significa que es difícil justificar las afirmaciones de que la guerra comercial, al menos la que actualmente está en curso, provocará una recesión global.

Si la guerra comercial no sólo se extiende a todas las importaciones de China, sino a las de Europa y de otras partes del mundo, podríamos llevar esto hasta generar una política fiscal de contracción de un par de puntos del PIB.

No obstante, ¿acaso las posibilidades de represalias extranjeras no cambian el panorama? En realidad, lo que hacen las represalias extranjeras es evitar que los aranceles sean menos malos que un aumento fiscal común y corriente.

Cuando un país grande como Estados Unidos impone aranceles, uno de los efectos —si no nos enfrentamos a represalias extranjeras— es un incremento en el precio de las exportaciones de Estados Unidos, ya sea mediante un aumento del dólar o al sustraer recursos de los sectores exportadores para los sectores que compiten con las importaciones.

No obstante, si los extranjeros toman represalias (cuando lo hacen), desaparece el efecto de los términos comerciales, y regresamos a la situación en la que los aranceles sólo son un impuesto aplicado a los consumidores nacionales.

La guerra comercial de Trump debería considerarse una parte integral de su aceptación de dictadores extranjeros, su falta de respecto para nuestros aliados, y su desprecio evidente por la democracia, tanto en nuestro país como en el extranjero.

Pero espera, me dirán ustedes: China no es ni un aliado ni una democracia, y en muchas formas es un mal actor en el comercio mundial. ¿No existe un procedimiento razonable para confrontar a China acerca de sus prácticas económicas?

Sí, lo hay, o lo habría si los aranceles a los productos chinos fueran una historia aislada, o aún mejor, si Trump estuviera formando una alianza de países para confrontar a las políticas chinas reprobables. Pero, de hecho, Trump ha estado haciendo la guerra comercial contra casi todos, aunque con menor intensidad. Cuando se imponen aranceles a las importaciones del acero canadiense, con el ridículo pretexto de que ponen en riesgo la seguridad nacional, y se amenaza con hacer lo mismo a los automóviles alemanes, no se está construyendo una coalición estratégica para enfrentar a una China que se está portando mal.

Lo que sí se está haciendo, en cambio, es demoler lo que queda de la Pax Americana.