/ martes 18 de enero de 2022

La nueva Inquisición

Cada vez es más preocupante la virulencia de las reacciones frente a opiniones que disienten de las posiciones defendidas por determinados grupos y personas que de inmediato descalifican con la etiqueta de “discurso de odio” lo que les molesta por diferir de su propias ideas o pretensiones.

Esa actitud deteriora la convivencia pacífica y democrática de una comunidad en la que las discrepancias deben ser consideradas positivas y conducir al diálogo civilizado y no a la condena sumaria que lleve a la hoguera de la “cancelación” a quien ha osado incurrir en la moderna herejía de no estar de acuerdo con ciertos posicionamientos que parecieran reclamar el absoluto respeto para sus causas sin estar dispuestos a respetar las de otras personas. Está apareciendo una nueva inquisición instaurada por un sector de la sociedad que parece revivir el intolerante pensamiento medieval.

El desacuerdo no tiene por qué significar “odio”. La generación de mis padres no estaba de acuerdo con el pelo largo y la revolución sexual, eso no quería decir que odiaran a los jóvenes de la época. Hoy en día podemos proferir una crítica contra los que rechazan las vacunas y eso no implica que los odiemos.

Todo esto viene a cuento con motivo de la andanada de ataques que se dirigieron contra el diputado Gabriel Quadri que se atrevió a exponer algunas ideas respecto de la denominada “ideología Trans”. Es inconcebible que en el siglo XXI constituya una peligrosa osadía el ejercicio más elemental de la libertad de expresión; pero así lo muestra la condena fulminante que se ha lanzado contra él e incluso el inconstitucional despropósito manifestado por el CONAPRED de abrir una investigación contra el diputado.

La Constitución es muy clara al otorgar a los legisladores una inmunidad absoluta por las opiniones que expresen en el ejercicio de su cargo y la doctrina es acorde en que tal ejercicio abarca expresiones emitidas a través de medios de comunicación que incluyen las redes sociales. El artículo 61 dice: Los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos por ellas.

Al redactar estas líneas confieso que me invade el temor de ser juzgado como ofensor de alguna posición de quienes sí parecen conducirse con odio frente a sus críticos. Jamás en mi vida había tenido esa sensación que debe equipararse a la que experimentaron quienes pensaban diferente a los nazis en la Alemania de Hitler o el miedo de quienes podían ser enviados a reeducarse al Archipiélago Gulag en el régimen estalinista, pero como profesor de Derecho Constitucional creo mi deber defender los principios que inspiran nuestro régimen de libertades plasmado en la Norma Suprema las cuales no pueden suprimirse pretendiendo agitar la bandera de los derechos humanos.

La doctrina enseña que la protección de uno de estos derechos, como el de la no discriminación —suponiendo sin conceder que una mera diferencia de opinión sea discriminatoria— no puede lograrse sacrificando otro tan fundamental como la libertad de expresión. En tanto esta no quede limitada expresamente por una ley, de acuerdo a los motivos expresados en el artículo 6º constitucional, que no aplican a los legisladores, la manera de combatir o rechazar un pensamiento con el que no concordamos es la discusión racional, libre, civilizada y mutuamente respetuosa.

A eso convocó el diputado Quadri. Podré diferir de él en algunos de sus planteamientos políticos, pero no por eso vamos a odiarnos. Mantenemos una relación de afecto y respeto y como personas civilizadas podemos analizar nuestras diferencias ideológicas. Por eso creo que a la sociedad le conviene más un debate serio acerca de temas que la dividen y no profundizar la cultura de la llamada “cancelación”. Ese solo nombre produce escalofríos. Una sociedad democrática debe estar dispuesta a discutirlo todo. Cualquier idea por descabellada que parezca, merece ser respetada. La ventaja de argumentar contra una idea descabellada es que resulta muy fácil derrotarla y si no… no es tan descabellada. Si la CNDH considera que es impropio denominar ideología a la identidad de género, habría que precisar si se trata o no de un conjunto de ideas que aluden a un fenómeno concreto. Si la expresión personas gestantes molesta incluso a algunas mujeres habría que desentrañar las causas de esta molestia. Es sabido que hay grupos feministas que no están de acuerdo que personas Trans ocupen espacios destinados a las mujeres biológicas, después de décadas de lucha para conquistarlos. Esos problemas existen en México y en el mundo entero y están creciendo. Levantar cadalsos y prender hogueras no va a resolverlos, al contrario, tenderá a agravarlos exacerbando la animadversión de una y otra parte. La mejor solución es el diálogo y la búsqueda de fórmulas que concilien las distintas posiciones, y eso es justamente lo que se está rechazando.

eduardoandrade1948@gmail.com


Cada vez es más preocupante la virulencia de las reacciones frente a opiniones que disienten de las posiciones defendidas por determinados grupos y personas que de inmediato descalifican con la etiqueta de “discurso de odio” lo que les molesta por diferir de su propias ideas o pretensiones.

Esa actitud deteriora la convivencia pacífica y democrática de una comunidad en la que las discrepancias deben ser consideradas positivas y conducir al diálogo civilizado y no a la condena sumaria que lleve a la hoguera de la “cancelación” a quien ha osado incurrir en la moderna herejía de no estar de acuerdo con ciertos posicionamientos que parecieran reclamar el absoluto respeto para sus causas sin estar dispuestos a respetar las de otras personas. Está apareciendo una nueva inquisición instaurada por un sector de la sociedad que parece revivir el intolerante pensamiento medieval.

El desacuerdo no tiene por qué significar “odio”. La generación de mis padres no estaba de acuerdo con el pelo largo y la revolución sexual, eso no quería decir que odiaran a los jóvenes de la época. Hoy en día podemos proferir una crítica contra los que rechazan las vacunas y eso no implica que los odiemos.

Todo esto viene a cuento con motivo de la andanada de ataques que se dirigieron contra el diputado Gabriel Quadri que se atrevió a exponer algunas ideas respecto de la denominada “ideología Trans”. Es inconcebible que en el siglo XXI constituya una peligrosa osadía el ejercicio más elemental de la libertad de expresión; pero así lo muestra la condena fulminante que se ha lanzado contra él e incluso el inconstitucional despropósito manifestado por el CONAPRED de abrir una investigación contra el diputado.

La Constitución es muy clara al otorgar a los legisladores una inmunidad absoluta por las opiniones que expresen en el ejercicio de su cargo y la doctrina es acorde en que tal ejercicio abarca expresiones emitidas a través de medios de comunicación que incluyen las redes sociales. El artículo 61 dice: Los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos por ellas.

Al redactar estas líneas confieso que me invade el temor de ser juzgado como ofensor de alguna posición de quienes sí parecen conducirse con odio frente a sus críticos. Jamás en mi vida había tenido esa sensación que debe equipararse a la que experimentaron quienes pensaban diferente a los nazis en la Alemania de Hitler o el miedo de quienes podían ser enviados a reeducarse al Archipiélago Gulag en el régimen estalinista, pero como profesor de Derecho Constitucional creo mi deber defender los principios que inspiran nuestro régimen de libertades plasmado en la Norma Suprema las cuales no pueden suprimirse pretendiendo agitar la bandera de los derechos humanos.

La doctrina enseña que la protección de uno de estos derechos, como el de la no discriminación —suponiendo sin conceder que una mera diferencia de opinión sea discriminatoria— no puede lograrse sacrificando otro tan fundamental como la libertad de expresión. En tanto esta no quede limitada expresamente por una ley, de acuerdo a los motivos expresados en el artículo 6º constitucional, que no aplican a los legisladores, la manera de combatir o rechazar un pensamiento con el que no concordamos es la discusión racional, libre, civilizada y mutuamente respetuosa.

A eso convocó el diputado Quadri. Podré diferir de él en algunos de sus planteamientos políticos, pero no por eso vamos a odiarnos. Mantenemos una relación de afecto y respeto y como personas civilizadas podemos analizar nuestras diferencias ideológicas. Por eso creo que a la sociedad le conviene más un debate serio acerca de temas que la dividen y no profundizar la cultura de la llamada “cancelación”. Ese solo nombre produce escalofríos. Una sociedad democrática debe estar dispuesta a discutirlo todo. Cualquier idea por descabellada que parezca, merece ser respetada. La ventaja de argumentar contra una idea descabellada es que resulta muy fácil derrotarla y si no… no es tan descabellada. Si la CNDH considera que es impropio denominar ideología a la identidad de género, habría que precisar si se trata o no de un conjunto de ideas que aluden a un fenómeno concreto. Si la expresión personas gestantes molesta incluso a algunas mujeres habría que desentrañar las causas de esta molestia. Es sabido que hay grupos feministas que no están de acuerdo que personas Trans ocupen espacios destinados a las mujeres biológicas, después de décadas de lucha para conquistarlos. Esos problemas existen en México y en el mundo entero y están creciendo. Levantar cadalsos y prender hogueras no va a resolverlos, al contrario, tenderá a agravarlos exacerbando la animadversión de una y otra parte. La mejor solución es el diálogo y la búsqueda de fórmulas que concilien las distintas posiciones, y eso es justamente lo que se está rechazando.

eduardoandrade1948@gmail.com