/ miércoles 11 de agosto de 2021

La pandemia de las armas nucleares

por Rina Mussali


Cada cinco años la comunidad internacional se da cita para revisar la aplicación del Tratado de No Proliferación Nuclear de la ONU (TNP), el tratado que cumple 51 de haber entrado en vigor y que ha tenido como objetivo principal el desarme sistemático y progresivo de las armas nucleares por el mundo. Un propósito loable pero inocente para la realpolitik, cuyo ADN supremo dicta poseer armas nucleares para conquistar poder, dominio, estatus y prestigio regional e internacional. El poder de disuasión que dota a los países del antídoto necesario para obtener jugosas concesiones, a fin de modelar las diferencias entre países rivales y enemigos y al tiempo de conceder el mando para sentarse en la mesa negociadora con las potencias centrales y sistémicas.

El juego de ambiciones, rivalidades e inseguridades entre países ha motivado la competencia nuclear. Este sentimiento de “destrucción mutuamente asegurada” que se convirtió en un instrumento eficaz para desincentivar las conductas más peligrosas de los países y que dio lugar a la controvertida “paz nuclear” en tiempos de Guerra Fría. Sin embargo, la ONU como institución rectora ha instrumentado una serie de esfuerzos para evitar el desencadenamiento nuclear, prohibir los ensayos nucleares, promover las zonas libres de armas atómicas, asegurar criterios para la regulación, transparencia y vigilancia, así como utilizar la energía nuclear con fines pacíficos.

Resulta alarmante y aterrador que, en 2020, durante el peor shock económico y sanitario de los últimos cien años, los nueve países con armas nucleares hayan gastado 72.6 billones de dólares para reforzar y modernizar sus arsenales, poco más de 137 mil dólares por minuto, lo que representó un aumento de 1.4 billones con respecto al 2019, según estima la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN). Recordemos que en épocas trompistas, EE.UU. gastó 37.4 billones de dólares, seguido de China con 10.1 billones. Rusia, Reino Unido, Francia, India, Israel, Pakistán y Corea del Norte le siguen. Sólo hay cinco países “legalmente autorizados” de poseer armas nucleares, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Si bien muchos países articularon sus presupuestos de defensa antes de la pandemia del COVID19, la mayoría mantuvo la tendencia en 2021. Resulta paradójico e incluso irónico que a la reducción del tamaño y retiro de armas (de 13,400 a 13,080), se haya aumentado el número de arsenales activos y desplegados en fuerzas operativas (de 3,720 a 3,825) según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

Precisamente, este año debía marcar importantes esfuerzos en torno al desarme nuclear por haberse programado el examen quinquenal del TNP, pero pospuesto hasta enero del 2022 por la crisis pandémica. Sin embargo, un hito del presente año fue el encuentro cara a cara entre Joe Biden y Vladimir Putin en Ginebra donde se acordó, entre otras cosas, el regreso de los embajadores a sus misiones diplomáticas y establecer un diálogo para un posible acuerdo de regulación de armas que reemplace al Tratado START que expira en 2026, un gesto clave para los dos países que concentran el 90% de las armas nucleares del mundo.

Bajo una política nuclear altamente asimétrica y dispar, y la lluvia de críticas que ha acompañado al TNP -hay voces que claman por una nueva arquitectura que reemplace el tratado debido a la lógica anclada a la Guerra Fría-, resulta escandaloso e inaudito que se haya incrementado el gasto nuclear en momentos negros para la historia mundial. La carrera nuclear no se detuvo en un momento de shock pandémico, por el contrario, tomó ventaja entre potencias centrales, regionales y emergentes. A las tensiones de Rusia y EE.UU. se le suma el abandono de Washington del acuerdo nuclear con Irán, el coqueteo atómico de Arabia Saudita, el juego de inseguridades en el sudesete de Asia y la autoafirmación de Corea del Norte como un Estado Nuclear de pleno derecho.

Si bien, un respiro en este camino fue la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPNW) en 2021, pese a las críticas y divisiones generadas, vale recordar que ningún miembro de la OTAN y aquellos países poseedores de armas nucleares lo avalaron. Hasta el momento 86 de 193 países de la ONU lo han firmado y de ellos 55 lo han ratificado.

El mundo debería de caminar en dirección contraria, pues las armas nucleares no pueden blindarnos de la inseguridad que enfrentamos por las pandemias, los choques religiosos, las crisis económicas, los desastres climáticos y la fatiga social. El reto sanitario descomunal debe de poner un hasta aquí a los presupuestos nucleares e imponer un renovado multilateralismo para superar los desafíos de la no proliferación. Estamos perdiendo la partida del desarme nuclear y de la agenda del desarrollo global.


Asociada Comexi

@RinaMussali

rinamussali.com

https://www.facebook.com/RinaMussali

por Rina Mussali


Cada cinco años la comunidad internacional se da cita para revisar la aplicación del Tratado de No Proliferación Nuclear de la ONU (TNP), el tratado que cumple 51 de haber entrado en vigor y que ha tenido como objetivo principal el desarme sistemático y progresivo de las armas nucleares por el mundo. Un propósito loable pero inocente para la realpolitik, cuyo ADN supremo dicta poseer armas nucleares para conquistar poder, dominio, estatus y prestigio regional e internacional. El poder de disuasión que dota a los países del antídoto necesario para obtener jugosas concesiones, a fin de modelar las diferencias entre países rivales y enemigos y al tiempo de conceder el mando para sentarse en la mesa negociadora con las potencias centrales y sistémicas.

El juego de ambiciones, rivalidades e inseguridades entre países ha motivado la competencia nuclear. Este sentimiento de “destrucción mutuamente asegurada” que se convirtió en un instrumento eficaz para desincentivar las conductas más peligrosas de los países y que dio lugar a la controvertida “paz nuclear” en tiempos de Guerra Fría. Sin embargo, la ONU como institución rectora ha instrumentado una serie de esfuerzos para evitar el desencadenamiento nuclear, prohibir los ensayos nucleares, promover las zonas libres de armas atómicas, asegurar criterios para la regulación, transparencia y vigilancia, así como utilizar la energía nuclear con fines pacíficos.

Resulta alarmante y aterrador que, en 2020, durante el peor shock económico y sanitario de los últimos cien años, los nueve países con armas nucleares hayan gastado 72.6 billones de dólares para reforzar y modernizar sus arsenales, poco más de 137 mil dólares por minuto, lo que representó un aumento de 1.4 billones con respecto al 2019, según estima la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN). Recordemos que en épocas trompistas, EE.UU. gastó 37.4 billones de dólares, seguido de China con 10.1 billones. Rusia, Reino Unido, Francia, India, Israel, Pakistán y Corea del Norte le siguen. Sólo hay cinco países “legalmente autorizados” de poseer armas nucleares, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Si bien muchos países articularon sus presupuestos de defensa antes de la pandemia del COVID19, la mayoría mantuvo la tendencia en 2021. Resulta paradójico e incluso irónico que a la reducción del tamaño y retiro de armas (de 13,400 a 13,080), se haya aumentado el número de arsenales activos y desplegados en fuerzas operativas (de 3,720 a 3,825) según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

Precisamente, este año debía marcar importantes esfuerzos en torno al desarme nuclear por haberse programado el examen quinquenal del TNP, pero pospuesto hasta enero del 2022 por la crisis pandémica. Sin embargo, un hito del presente año fue el encuentro cara a cara entre Joe Biden y Vladimir Putin en Ginebra donde se acordó, entre otras cosas, el regreso de los embajadores a sus misiones diplomáticas y establecer un diálogo para un posible acuerdo de regulación de armas que reemplace al Tratado START que expira en 2026, un gesto clave para los dos países que concentran el 90% de las armas nucleares del mundo.

Bajo una política nuclear altamente asimétrica y dispar, y la lluvia de críticas que ha acompañado al TNP -hay voces que claman por una nueva arquitectura que reemplace el tratado debido a la lógica anclada a la Guerra Fría-, resulta escandaloso e inaudito que se haya incrementado el gasto nuclear en momentos negros para la historia mundial. La carrera nuclear no se detuvo en un momento de shock pandémico, por el contrario, tomó ventaja entre potencias centrales, regionales y emergentes. A las tensiones de Rusia y EE.UU. se le suma el abandono de Washington del acuerdo nuclear con Irán, el coqueteo atómico de Arabia Saudita, el juego de inseguridades en el sudesete de Asia y la autoafirmación de Corea del Norte como un Estado Nuclear de pleno derecho.

Si bien, un respiro en este camino fue la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPNW) en 2021, pese a las críticas y divisiones generadas, vale recordar que ningún miembro de la OTAN y aquellos países poseedores de armas nucleares lo avalaron. Hasta el momento 86 de 193 países de la ONU lo han firmado y de ellos 55 lo han ratificado.

El mundo debería de caminar en dirección contraria, pues las armas nucleares no pueden blindarnos de la inseguridad que enfrentamos por las pandemias, los choques religiosos, las crisis económicas, los desastres climáticos y la fatiga social. El reto sanitario descomunal debe de poner un hasta aquí a los presupuestos nucleares e imponer un renovado multilateralismo para superar los desafíos de la no proliferación. Estamos perdiendo la partida del desarme nuclear y de la agenda del desarrollo global.


Asociada Comexi

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