/ domingo 21 de abril de 2019

La peor traición

La palabra traición posee un origen común con el de la tradición: traditio, traditionis, esto es entrega, transmisión. La razón es que mientras tradición es la entrega de algo intergeneracionalmente, la traición constituye la entrega de algo o alguien al enemigo, al proceder ambas de tradere, a su vez derivado del prefijo trans (al otro lado) y el verbo dare (dar).

Ahora bien ¿por qué hablar de traición justo en este día, el día en que se celebra la resurrección para la Cristiandad? Porque lamentablemente la traición no empezó y mucho menos terminó con Judas Iscariote cuando entregó por 30 monedas de plata a su Maestro, Jesús de Nazareth, pese a que en los últimos tiempos algunos especialistas tratan de justificar su acción y hasta lo consideran una víctima en la tragedia de la Pasión. La traición es parte indisoluble de la vida y trasciende al ser humano. Recordemos el final de la célebre fábula del escorpión y la rana, atribuida a Esopo, cuando ésta le pregunta al artrópodo tras haber sido herida de muerte: “¿por qué has hecho algo así, ahora moriremos los dos? No he tenido elección, es mi naturaleza”.

En la Edad Media la felonía era el mayor delito de un vasallo contra su señor. Más tarde, la traición a la Patria se erigió en uno de los más graves delitos que un ciudadano pudiera realizar. No obstante ¿cuándo ocurrió la primera traición? Actora omnipresente desde el principio de los tiempos, de acuerdo con el Génesis, sin duda alguna fue cuando primero Eva y luego Adán traicionaron la confianza en ellos depositada por Dios. Acción a la que siguió la cometida por Caín en contra de su hermano Abel. A partir de entonces, la traición se convirtió en nuestra fiel, alevosa y macabra compañera y la historia universal está plagada de los más cruentos ejemplos: Efialtes de Tesalia traicionó a Leónidas, el rey espartano; Casio, Décimo y, por supuesto, Marcus Junis Brutus a Julio César en los tristemente célebres Idus de marzo; Bellido Dolfós al rey Sancho II de Castilla; Benedict Arnold a los independentistas norteamericanos; ni qué decir de los Borgia o de Fouché contra Napoleón, pero también lo está nuestra historia nacional: Victoriano Huerta al traicionar a Francisco I. Madero y José María Pino Suárez; Álvaro Obregón a Venustiano Carranza, Francisco Villa y Francisco Serrano; Jesús Guajardo a Emiliano Zapata, y así hasta el infinito, pero al evocar a éste último uno se cuestiona ¿qué puede ser peor, matar o traicionar? La respuesta la dio el Caudillo sureño, cuando sentenció: “Perdono al que roba y al que mata, pero al que traiciona, nunca”. ¿Premonición?

\u0009Muchos tiempo atrás, Dante Alighieri en su magistral Divina Comedia había ya escrito que en el último de sus nueve círculos infernales estaban recluidos los traidores. Aquellos con el corazón cauterizado, a los que distribuía en cuatro espacios: la Caina, por haber traicionado a familiares; la Antenora, por traicionar a la Patria; la Tolomea, por traicionar a los huéspedes y la Judeca, por traición a sus amos y benefactores, que tomaba su nombre obviamente de Judas. Siglos después, la mafia italiana castigará y condenará severamente a la traición. Sin embargo, ésta nunca ha sido privativa de los altos círculos del poder económico y sobre todo político, al grado de haber sido declarada por Maquiavelo la costumbre de la Italia renacentista. Ha sido también causa recurrente del infortunio de célebres parejas de amantes, desde Dalila y Sansón, Salomé y Juan el Bautista, hasta Mata Hari y sus múltiples amantes, quien terminó fusilada por cometer “alta traición” derivado de sus labores de espionaje.

Lo dantesco, valga como nunca el término, es que a diario se nos presenta, grotesca, ataviada de mil formas, en el tránsito diario de nuestra vida. ¿De qué se nutre, por qué es tan corrosiva, lesiva, insidiosa, dolorosa? Porque es impía. Nace de la envidia y ambición, de la soberbia y la mentira, del cálculo egoísta y de la cobardía, sobre todo del desapego y el desamor, porque para manifestarse previamente aniquiló todo remordimiento, todo principio moral que le pueda estorbar para conseguir su objetivo. Por eso quien traiciona no es el enemigo y esto es lo más lacerante y deplorable: quien traiciona es el amigo, el amante, aquél en quien se ha depositado la confianza y la lealtad, y mientras de un enemigo toda traición es esperada, cuando ésta procede de alguien próximo se convierte en una daga.

Ya Shakespeare lo describió: “hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos”. Y nos traspasan, porque la traición no solo es negación, omisión o incumplimiento de una promesa. Es, como al inicio señalamos, la entrega artera al enemigo, por eso la traición mayor, la peor de todas, es la que nos podemos hacer a nosotros mismos cuando nos negamos, incumplimos y finalmente entregamos por propia cuenta al enemigo.

bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009@BettyZanolli


La palabra traición posee un origen común con el de la tradición: traditio, traditionis, esto es entrega, transmisión. La razón es que mientras tradición es la entrega de algo intergeneracionalmente, la traición constituye la entrega de algo o alguien al enemigo, al proceder ambas de tradere, a su vez derivado del prefijo trans (al otro lado) y el verbo dare (dar).

Ahora bien ¿por qué hablar de traición justo en este día, el día en que se celebra la resurrección para la Cristiandad? Porque lamentablemente la traición no empezó y mucho menos terminó con Judas Iscariote cuando entregó por 30 monedas de plata a su Maestro, Jesús de Nazareth, pese a que en los últimos tiempos algunos especialistas tratan de justificar su acción y hasta lo consideran una víctima en la tragedia de la Pasión. La traición es parte indisoluble de la vida y trasciende al ser humano. Recordemos el final de la célebre fábula del escorpión y la rana, atribuida a Esopo, cuando ésta le pregunta al artrópodo tras haber sido herida de muerte: “¿por qué has hecho algo así, ahora moriremos los dos? No he tenido elección, es mi naturaleza”.

En la Edad Media la felonía era el mayor delito de un vasallo contra su señor. Más tarde, la traición a la Patria se erigió en uno de los más graves delitos que un ciudadano pudiera realizar. No obstante ¿cuándo ocurrió la primera traición? Actora omnipresente desde el principio de los tiempos, de acuerdo con el Génesis, sin duda alguna fue cuando primero Eva y luego Adán traicionaron la confianza en ellos depositada por Dios. Acción a la que siguió la cometida por Caín en contra de su hermano Abel. A partir de entonces, la traición se convirtió en nuestra fiel, alevosa y macabra compañera y la historia universal está plagada de los más cruentos ejemplos: Efialtes de Tesalia traicionó a Leónidas, el rey espartano; Casio, Décimo y, por supuesto, Marcus Junis Brutus a Julio César en los tristemente célebres Idus de marzo; Bellido Dolfós al rey Sancho II de Castilla; Benedict Arnold a los independentistas norteamericanos; ni qué decir de los Borgia o de Fouché contra Napoleón, pero también lo está nuestra historia nacional: Victoriano Huerta al traicionar a Francisco I. Madero y José María Pino Suárez; Álvaro Obregón a Venustiano Carranza, Francisco Villa y Francisco Serrano; Jesús Guajardo a Emiliano Zapata, y así hasta el infinito, pero al evocar a éste último uno se cuestiona ¿qué puede ser peor, matar o traicionar? La respuesta la dio el Caudillo sureño, cuando sentenció: “Perdono al que roba y al que mata, pero al que traiciona, nunca”. ¿Premonición?

\u0009Muchos tiempo atrás, Dante Alighieri en su magistral Divina Comedia había ya escrito que en el último de sus nueve círculos infernales estaban recluidos los traidores. Aquellos con el corazón cauterizado, a los que distribuía en cuatro espacios: la Caina, por haber traicionado a familiares; la Antenora, por traicionar a la Patria; la Tolomea, por traicionar a los huéspedes y la Judeca, por traición a sus amos y benefactores, que tomaba su nombre obviamente de Judas. Siglos después, la mafia italiana castigará y condenará severamente a la traición. Sin embargo, ésta nunca ha sido privativa de los altos círculos del poder económico y sobre todo político, al grado de haber sido declarada por Maquiavelo la costumbre de la Italia renacentista. Ha sido también causa recurrente del infortunio de célebres parejas de amantes, desde Dalila y Sansón, Salomé y Juan el Bautista, hasta Mata Hari y sus múltiples amantes, quien terminó fusilada por cometer “alta traición” derivado de sus labores de espionaje.

Lo dantesco, valga como nunca el término, es que a diario se nos presenta, grotesca, ataviada de mil formas, en el tránsito diario de nuestra vida. ¿De qué se nutre, por qué es tan corrosiva, lesiva, insidiosa, dolorosa? Porque es impía. Nace de la envidia y ambición, de la soberbia y la mentira, del cálculo egoísta y de la cobardía, sobre todo del desapego y el desamor, porque para manifestarse previamente aniquiló todo remordimiento, todo principio moral que le pueda estorbar para conseguir su objetivo. Por eso quien traiciona no es el enemigo y esto es lo más lacerante y deplorable: quien traiciona es el amigo, el amante, aquél en quien se ha depositado la confianza y la lealtad, y mientras de un enemigo toda traición es esperada, cuando ésta procede de alguien próximo se convierte en una daga.

Ya Shakespeare lo describió: “hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos”. Y nos traspasan, porque la traición no solo es negación, omisión o incumplimiento de una promesa. Es, como al inicio señalamos, la entrega artera al enemigo, por eso la traición mayor, la peor de todas, es la que nos podemos hacer a nosotros mismos cuando nos negamos, incumplimos y finalmente entregamos por propia cuenta al enemigo.

bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009@BettyZanolli