La novela “El vendedor de silencio” de Enrique Serna narra la vida del periodista Carlos Denegri, el periodista y opinólogo más poderoso durante la etapa del partido hegemónico y, de paso, da cuenta de varias tropelías de los miembros de la familia revolucionaria. Tal vez, lo más importante que nos deja esta lectura es la reflexión sobre la relación entre el poder del Estado y los medios de comunicación, ese cuarto poder del que todo mundo habla. Es difícil encontrar las fuentes directas de la historia. Carlos Denegri está de moda por la novela ya mencionada, pero es casi imposible encontrar los archivos originales de su obra como fichero político o miscelánea dominical en internet, ese lugar donde creemos que está todo, pero en realidad solo encontramos (con mediana facilidad) aquello que tiene más búsquedas, pues somos propensos a perder o a modificar la historia de nuestro país. Pero empecemos por la relación entre los medios y el poder público.
Hoy en día, el personaje de Maximino Ávila Camacho es muy cuestionado y criticado. Lo anterior se aprecia en la novela y película “Arráncame la vida”, trabajos académicos y hasta en Wikipedia. En los diarios de la época es complicado encontrar críticas sobre su gubernatura y, posteriormente, de su paso como secretario de Estado. Esto nos lleva a una reflexión:, los medios de comunicación se conocen por lo que publican y también por lo que callan, esta idea no es propia sino también proviene de la novela “El vendedor de silencio”, a la cual debe su título.
La libertad de expresión y de prensa se daban por solventadas en el siglo XIX por John Stuart Mill. Ese autor daba por hecho que existían leyes que la protegían; por supuesto que en el siglo XIX tanto en Europa como en México había leyes al respecto. El problema es lo que pasa a ras de piso, pues la libertad de prensa en México, en el siglo XX enfrentó varios desafíos. La mayor parte de la prensa guardó silencio con los hechos de 1968 y, cuando se dio cierta apertura a la libertad de expresión con la llegada de Julio Scherer o Manuel Becerra, el Estado reaccionó en contra de ésta. Al mismo tiempo, el control de la libertad de expresión pasó por el ámbito jurídico. En efecto, Miguel de la Madrid impulsó diversas iniciativas al código civil y penal para que el control de las expresiones se hiciera a través de la demanda de daño moral o en el ámbito penal. La llamada renovación moral del Estado pasó por renovar los métodos de control de la libertad de expresión.
El último punto sería pensar si Denegri sigue entre nosotros, reflexionemos en ¿cuántas opiniones a favor del poder público son inerciales?, ¿cuántas cosas son las que callamos?, ¿cuánta autocensura generamos? Hoy en día, es difícil imaginar que tenemos el ambiente que había en tiempos de Manuel Ávila Camacho o Echeverría, pero es posible que la falta de crítica sólida sea porque el fantasma de Denegri aún nos persigue.
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