/ lunes 13 de julio de 2020

La relación bilateral: más que una cumbre

Resulta curioso que la visita gubernamental a Washington pueda ser considerada como un éxito por el hecho de que no se presentara un desaire a nuestra representación y al país, y eso más que nada en México, porque en Estados Unidos tuvo escasa cobertura, ante los graves conflictos y problemas locales. Si el rasero es la contención de daños en un día, con un entramado diplomático bien cuidado para que nada saliera del guion, efectivamente podría decirse que lo fue. Sin embargo, más allá de la “química” que pudo darse, lo trascendente serían los efectos, sobre todo por el contexto electoral allá, y el avance o no en los desafíos concretos de la relación bilateral.

Siempre ayuda una buena interlocución al máximo nivel. Puede ser fundamental, por ejemplo, para facilitar el acceso a medicamentos y vacunas contra el Covid-19 una vez que estén disponibles. Sin embargo, al margen de los mutuos cumplidos, hay realidades y problemas que afectan a millones de personas, en ambos lados de la frontera, y que no cambian por el hecho de lograr evitar pasar un mal rato.

El mismo día de la cumbre, en ambos países se presentaron récords en el número de contagios: 6 mil 995 en México y más de 59 mil 400 en Estados Unidos. Si a esto y a la polarización extrema en ese país se suman noticias como la investigación a las cuentas de impuestos de Trump, al día siguiente de la cita, se entiende el escaso interés de la cumbre bilateral para la opinión pública estadounidense. En cuanto al TMEC, que se adujo como la razón del viaje, aunque representa oportunidades formidables para ambos países, no se abordaron los cuellos de botella y amenazas más importantes en su entrada en vigor. Sin mensajes claros al respecto, el optimismo no puede ser suficientemente noticioso.

Para que se detone la inversión en México y se aproveche lo que efectivamente es un gran activo, considerando el entorno de incertidumbre global para el comercio y las cadenas productivas trasnacionales, sigue haciendo falta un mensaje y un compromiso claros desde nuestro país: que las inversiones no sólo son bienvenidas, sino que contarán con certidumbre jurídica para desarrollarse.

Episodios como el de la planta de Mexicali de Constellation Brands o el acoso que persiste contra inversiones del sector energético preocupan cada vez más a sectores de Estados Unidos y de otros países con operaciones, intereses o proyectos en México. Tanto como aquí hay gran incertidumbre en empresas exportadoras porque se espera una ofensiva muy importante de impugnaciones comerciales por temas laborales o de varios grupos del sector agropecuario, por ejemplo, de productores de Florida o Georgia. Señales contundentes de la máxima representación de ambas naciones para resolver o atender prioritariamente esas sombras al inicio del TMEC hubieran sido muy útiles.

Aún hay oportunidad. Los retos no cambian, al igual que ocurre en los asuntos álgidos de migración, seguridad y derechos humanos. Trump afirmó que la relación entre ambos países nunca había sido tan cercana como ahora. Eso es cierto, aunque no por la forma como él la ha conducido, con abierta hostilidad o gestos no amistosos hacia México, incluso días antes del encuentro.

Más allá de la enorme asimetría entre ambos países, la relación bilateral ha llegado a un grado tal de vinculación –incluso de interdependencia– que el daño que puedan provocar los políticos de ambos países en los equilibrios e intereses compartidos queda acotado. El que el TMEC se haya logrado y el proceso de integración económica continúe es prueba de eso.

Más allá de Trump o de alguna eventual revancha demócrata, de la relación con México dependen sectores económicos muy relevantes en Estados Unidos y millones de empleos. Asimismo, el suministro de una amplia gama productos y servicios a precios accesibles para los consumidores. No se puede trastocar todo esto sin efectos contraproducentes que trastornen la propia economía estadounidense.

El intercambio comercial, sumando exportaciones e importaciones, ascendió en 2019 a 614 mil 500 millones de dólares. México es el principal exportador a Estados Unidos y su segundo importador, después de Canadá. Y en otras áreas existen vinculaciones igualmente delicadas y estratégicas, desee migración y seguridad hasta recursos hídricos estratégicos compartidos.

En todas las áreas es clave entender la condición de complementación y la cooperación, y sobre todo, la necesidad de corresponsabilidad y coordinación.

Cada vez hay una relación más diversificada, intensa, no limitada a los gobiernos. Se multiplican los actores y las llamadas “diplomacias paralelas”. Existe una interlocución fluida a nivel de estados y municipios o condados de ambos países, no sólo en la frontera. Asimismo, relaciones estrechas y cada vez más institucionalizadas a nivel empresarial. Tanto entre empresas, como entre sus representaciones de cámaras y asociaciones. En espacios como el CEO Dialogue he constatado, de primera mano, esa tendencia.

Hay un entrelazamiento real, guste o no, allá o aquí: las realidades y las necesidades de ambos países en la relación trascienden un encuentro. Hay que trabajar sobre ello, todos los días, entre los diversos actores que inciden en la vinculación.



Empresario



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Siempre ayuda una buena interlocución al máximo nivel. Puede ser fundamental, por ejemplo, para facilitar el acceso a medicamentos y vacunas contra el Covid-19 una vez que estén disponibles. Sin embargo, al margen de los mutuos cumplidos, hay realidades y problemas que afectan a millones de personas, en ambos lados de la frontera, y que no cambian por el hecho de lograr evitar pasar un mal rato.

El mismo día de la cumbre, en ambos países se presentaron récords en el número de contagios: 6 mil 995 en México y más de 59 mil 400 en Estados Unidos. Si a esto y a la polarización extrema en ese país se suman noticias como la investigación a las cuentas de impuestos de Trump, al día siguiente de la cita, se entiende el escaso interés de la cumbre bilateral para la opinión pública estadounidense. En cuanto al TMEC, que se adujo como la razón del viaje, aunque representa oportunidades formidables para ambos países, no se abordaron los cuellos de botella y amenazas más importantes en su entrada en vigor. Sin mensajes claros al respecto, el optimismo no puede ser suficientemente noticioso.

Para que se detone la inversión en México y se aproveche lo que efectivamente es un gran activo, considerando el entorno de incertidumbre global para el comercio y las cadenas productivas trasnacionales, sigue haciendo falta un mensaje y un compromiso claros desde nuestro país: que las inversiones no sólo son bienvenidas, sino que contarán con certidumbre jurídica para desarrollarse.

Episodios como el de la planta de Mexicali de Constellation Brands o el acoso que persiste contra inversiones del sector energético preocupan cada vez más a sectores de Estados Unidos y de otros países con operaciones, intereses o proyectos en México. Tanto como aquí hay gran incertidumbre en empresas exportadoras porque se espera una ofensiva muy importante de impugnaciones comerciales por temas laborales o de varios grupos del sector agropecuario, por ejemplo, de productores de Florida o Georgia. Señales contundentes de la máxima representación de ambas naciones para resolver o atender prioritariamente esas sombras al inicio del TMEC hubieran sido muy útiles.

Aún hay oportunidad. Los retos no cambian, al igual que ocurre en los asuntos álgidos de migración, seguridad y derechos humanos. Trump afirmó que la relación entre ambos países nunca había sido tan cercana como ahora. Eso es cierto, aunque no por la forma como él la ha conducido, con abierta hostilidad o gestos no amistosos hacia México, incluso días antes del encuentro.

Más allá de la enorme asimetría entre ambos países, la relación bilateral ha llegado a un grado tal de vinculación –incluso de interdependencia– que el daño que puedan provocar los políticos de ambos países en los equilibrios e intereses compartidos queda acotado. El que el TMEC se haya logrado y el proceso de integración económica continúe es prueba de eso.

Más allá de Trump o de alguna eventual revancha demócrata, de la relación con México dependen sectores económicos muy relevantes en Estados Unidos y millones de empleos. Asimismo, el suministro de una amplia gama productos y servicios a precios accesibles para los consumidores. No se puede trastocar todo esto sin efectos contraproducentes que trastornen la propia economía estadounidense.

El intercambio comercial, sumando exportaciones e importaciones, ascendió en 2019 a 614 mil 500 millones de dólares. México es el principal exportador a Estados Unidos y su segundo importador, después de Canadá. Y en otras áreas existen vinculaciones igualmente delicadas y estratégicas, desee migración y seguridad hasta recursos hídricos estratégicos compartidos.

En todas las áreas es clave entender la condición de complementación y la cooperación, y sobre todo, la necesidad de corresponsabilidad y coordinación.

Cada vez hay una relación más diversificada, intensa, no limitada a los gobiernos. Se multiplican los actores y las llamadas “diplomacias paralelas”. Existe una interlocución fluida a nivel de estados y municipios o condados de ambos países, no sólo en la frontera. Asimismo, relaciones estrechas y cada vez más institucionalizadas a nivel empresarial. Tanto entre empresas, como entre sus representaciones de cámaras y asociaciones. En espacios como el CEO Dialogue he constatado, de primera mano, esa tendencia.

Hay un entrelazamiento real, guste o no, allá o aquí: las realidades y las necesidades de ambos países en la relación trascienden un encuentro. Hay que trabajar sobre ello, todos los días, entre los diversos actores que inciden en la vinculación.



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