/ miércoles 4 de abril de 2018

La trampa de las redes

Se volvieron una necesidad. Imposible vivir sin las redes. La comunicación rompió fronteras y congrega a millones y millones de personas, de todo el orbe. Con el inicio de las campañas adquieren más importancia.

Un político, sin habilidad para manejarlas, es un “pobre político” (Diría el Profe Hank, “sin dinero”). La riqueza que puede representarles se confirma con el triunfo de Obama y el posterior de Trump, quien parece que “gobierna” desde Twitter.

El destape de los enjuagues de Facebook, con la consultora británica Cambridge Analytica, sorprendió a millones. Ninguna novedad. Vivimos infestados de publicidad telefónica, aún si nuestro número es privado –lo que implica que no aparece en el directorio-. De algún lado sacan nuestros datos y llaman como si fueran viejos conocidos. Igual te mencionan tu fecha de nacimiento, que la dirección y otros detalles. Acaban con la privacidad.

Desde hace décadas, las grandes empresas comercian con sus listas. Las venden al mejor postor, a precios exorbitantes. Si hay billete, cualquier bien o mal intencionado, puede hacerse del capital que implica para un negocio.

Y si favorecen a la esfera de los negocios, qué decir a la política. Por más que ha hecho para taparlos, salen a la luz los enjuagues del mentado señor Trump y su “conexión con los rusos”, para inocular a millones de gringos, denostar a su opositora la Clinton y salirse con la suya de acceder a la Casa Blanca.

, para las elecciones del 2016 en Estados Unidos. Y el señor Zuckerberg de Facebook, puede argumentar que jamás le dio los datos de 50 millones de usuarios, con ese propósito, que a ver quién le cree una palabra.

Los sitios viven de ese tipo de transacciones y así logran amasar impresionantes fortunas. El usuario no paga, de modo que la publicidad y en particular las transacciones con la información de la inmensa cantidad de personas, son la gallina de los huevos de oro.

El intercambio de mensajes políticos y el intento de acabar con los contrincantes y convencer al público, sobre las bondades de su candidato, requiere de un equipo informático fuerte.

López Obrador lo tiene y sus esbirros se mueven como pez en el agua. Simulan ser gente común y corriente, que cuestiona opiniones de comunicadores. El lenguaje es burdo, grosero, agresivo y hasta amenazador.

Se alinean en el rechazo a la mínima crítica e insisten, con una cantaleta agotadora, en que ganará las elecciones. Corren rumores, falsean verdades e inventan “fake news” –noticias falsas-, sembrando dudas y buscando simpatías.

Ni Meade ni Anaya han conseguido este manejo. López Obrador tiene práctica. Cuando presidente del PRD –las redes todavía no pintaban- se creó un grupo, “Los Girasoles”, dedicado a llamar, a estaciones de radio y televisión y enviar cartas a periódicos, con el fin de amedrentar a los que piensan distinto.

La sofisticación, debido al avance tecnológico, como lo hizo la consultora británica, crea perfiles psicológicos, a los que les asesta información de acuerdo a sus características.

Las redes ofrecen lo mejor y lo peor. El meollo de la cuestión es que se protejan los datos personales; se impidan injerencias en los procesos electorales y los usuarios aprendan a eludir sus trampas.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Se volvieron una necesidad. Imposible vivir sin las redes. La comunicación rompió fronteras y congrega a millones y millones de personas, de todo el orbe. Con el inicio de las campañas adquieren más importancia.

Un político, sin habilidad para manejarlas, es un “pobre político” (Diría el Profe Hank, “sin dinero”). La riqueza que puede representarles se confirma con el triunfo de Obama y el posterior de Trump, quien parece que “gobierna” desde Twitter.

El destape de los enjuagues de Facebook, con la consultora británica Cambridge Analytica, sorprendió a millones. Ninguna novedad. Vivimos infestados de publicidad telefónica, aún si nuestro número es privado –lo que implica que no aparece en el directorio-. De algún lado sacan nuestros datos y llaman como si fueran viejos conocidos. Igual te mencionan tu fecha de nacimiento, que la dirección y otros detalles. Acaban con la privacidad.

Desde hace décadas, las grandes empresas comercian con sus listas. Las venden al mejor postor, a precios exorbitantes. Si hay billete, cualquier bien o mal intencionado, puede hacerse del capital que implica para un negocio.

Y si favorecen a la esfera de los negocios, qué decir a la política. Por más que ha hecho para taparlos, salen a la luz los enjuagues del mentado señor Trump y su “conexión con los rusos”, para inocular a millones de gringos, denostar a su opositora la Clinton y salirse con la suya de acceder a la Casa Blanca.

, para las elecciones del 2016 en Estados Unidos. Y el señor Zuckerberg de Facebook, puede argumentar que jamás le dio los datos de 50 millones de usuarios, con ese propósito, que a ver quién le cree una palabra.

Los sitios viven de ese tipo de transacciones y así logran amasar impresionantes fortunas. El usuario no paga, de modo que la publicidad y en particular las transacciones con la información de la inmensa cantidad de personas, son la gallina de los huevos de oro.

El intercambio de mensajes políticos y el intento de acabar con los contrincantes y convencer al público, sobre las bondades de su candidato, requiere de un equipo informático fuerte.

López Obrador lo tiene y sus esbirros se mueven como pez en el agua. Simulan ser gente común y corriente, que cuestiona opiniones de comunicadores. El lenguaje es burdo, grosero, agresivo y hasta amenazador.

Se alinean en el rechazo a la mínima crítica e insisten, con una cantaleta agotadora, en que ganará las elecciones. Corren rumores, falsean verdades e inventan “fake news” –noticias falsas-, sembrando dudas y buscando simpatías.

Ni Meade ni Anaya han conseguido este manejo. López Obrador tiene práctica. Cuando presidente del PRD –las redes todavía no pintaban- se creó un grupo, “Los Girasoles”, dedicado a llamar, a estaciones de radio y televisión y enviar cartas a periódicos, con el fin de amedrentar a los que piensan distinto.

La sofisticación, debido al avance tecnológico, como lo hizo la consultora británica, crea perfiles psicológicos, a los que les asesta información de acuerdo a sus características.

Las redes ofrecen lo mejor y lo peor. El meollo de la cuestión es que se protejan los datos personales; se impidan injerencias en los procesos electorales y los usuarios aprendan a eludir sus trampas.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq