/ jueves 8 de febrero de 2018

¿La Trumpforia tocó fondo?

Cuando hablamos sobre mercados de valores, debemos recordar tres reglas. Primera, el mercado de valores no es la economía; segunda, el mercado de valores no es la economía y, tercera, el mercado de valores no es la economía. Así que la caída del mercado bursátil de hace unos días puede no significar nada.

Por un lado, no hay que asumir que la caída estuvo bien justificada (aunque el hecho de que el Dow haya caído 666 puntos el viernes sea un indicio de fuerzas satánicas o algún vínculo místico con las malas inversiones de la familia Kushner en el No. 666 de la Quinta avenida). Cuando las acciones se desplomaron en 1987, el economista Robert Shiller llevó a cabo una encuesta en tiempo real de las motivaciones de los inversionistas; resultó que el desplome se debió básicamente a un mero pánico provocado por ellos mismos. Las personas no estaban vendiendo porque algunas noticias hubieran hecho cambiar su opinión del valor accionario; vendieron porque vieron que otros lo hacían.

Por el otro, tampoco hay que asumir que el declive en la cotización bursátil nos dice mucho sobre el futuro de la economía. El gran economista Paul Samuelson hizo una broma que se hizo famosa en la que afirmaba que el mercado de valores había predicho nueve de las últimas cinco recesiones. Por ejemplo, esa caída de 1987 no dio como resultado una recesión, sino un crecimiento sólido.

A pesar de ello, la turbulencia en los mercados debería hacernos analizar profundamente las previsiones económicas. Lo que dicen los datos, argumentaría yo, es que parece que Estados Unidos se está dirigiendo, cuando menos, a una disminución de su tasa de crecimiento; la evidencia disponible sugiere que el crecimiento a lo largo de la próxima década será aproximadamente del 1.5 por ciento anual, no el tres por ciento que Donald Trump y sus secuaces siguen prometiendo.

Los datos también sugieren que los activos de riesgo en general —las acciones, pero también los bonos a largo plazo y los inmuebles— podrían presentar un sobreprecio. Dejando de lado la locura del bitcóin, no estamos hablando del colapso de la burbuja de las empresas del internet en el año 2000 ni de la inmobiliaria en el año 2006, sino de indicadores estándar que están por encima de los niveles históricos normales, y su regreso a esas normas podría ser doloroso.

Sobre el desplome: si acaso una noticia lo provocó, fue el informe sobre el empleo del viernes, el cual mostró un aumento importante, pero no considerable, en los salarios. Ahora bien, un aumento en los salarios es bueno. De hecho, la incapacidad de los salarios de aumentar gran cosa hasta ahora había sido una deficiencia bastante frustrante de la, por lo demás, impresionantemente duradera recuperación económica que comenzó a principios del gobierno de Obama.

Estamos ante evidencias bastante sólidas de que la economía de EU está llegando al empleo total y está la mayor disposición de los trabajadores a renunciar a sus empleos, algo que no hacen salvo que confíen en que encontrarán uno nuevo.

Cuando hablamos sobre mercados de valores, debemos recordar tres reglas. Primera, el mercado de valores no es la economía; segunda, el mercado de valores no es la economía y, tercera, el mercado de valores no es la economía. Así que la caída del mercado bursátil de hace unos días puede no significar nada.

Por un lado, no hay que asumir que la caída estuvo bien justificada (aunque el hecho de que el Dow haya caído 666 puntos el viernes sea un indicio de fuerzas satánicas o algún vínculo místico con las malas inversiones de la familia Kushner en el No. 666 de la Quinta avenida). Cuando las acciones se desplomaron en 1987, el economista Robert Shiller llevó a cabo una encuesta en tiempo real de las motivaciones de los inversionistas; resultó que el desplome se debió básicamente a un mero pánico provocado por ellos mismos. Las personas no estaban vendiendo porque algunas noticias hubieran hecho cambiar su opinión del valor accionario; vendieron porque vieron que otros lo hacían.

Por el otro, tampoco hay que asumir que el declive en la cotización bursátil nos dice mucho sobre el futuro de la economía. El gran economista Paul Samuelson hizo una broma que se hizo famosa en la que afirmaba que el mercado de valores había predicho nueve de las últimas cinco recesiones. Por ejemplo, esa caída de 1987 no dio como resultado una recesión, sino un crecimiento sólido.

A pesar de ello, la turbulencia en los mercados debería hacernos analizar profundamente las previsiones económicas. Lo que dicen los datos, argumentaría yo, es que parece que Estados Unidos se está dirigiendo, cuando menos, a una disminución de su tasa de crecimiento; la evidencia disponible sugiere que el crecimiento a lo largo de la próxima década será aproximadamente del 1.5 por ciento anual, no el tres por ciento que Donald Trump y sus secuaces siguen prometiendo.

Los datos también sugieren que los activos de riesgo en general —las acciones, pero también los bonos a largo plazo y los inmuebles— podrían presentar un sobreprecio. Dejando de lado la locura del bitcóin, no estamos hablando del colapso de la burbuja de las empresas del internet en el año 2000 ni de la inmobiliaria en el año 2006, sino de indicadores estándar que están por encima de los niveles históricos normales, y su regreso a esas normas podría ser doloroso.

Sobre el desplome: si acaso una noticia lo provocó, fue el informe sobre el empleo del viernes, el cual mostró un aumento importante, pero no considerable, en los salarios. Ahora bien, un aumento en los salarios es bueno. De hecho, la incapacidad de los salarios de aumentar gran cosa hasta ahora había sido una deficiencia bastante frustrante de la, por lo demás, impresionantemente duradera recuperación económica que comenzó a principios del gobierno de Obama.

Estamos ante evidencias bastante sólidas de que la economía de EU está llegando al empleo total y está la mayor disposición de los trabajadores a renunciar a sus empleos, algo que no hacen salvo que confíen en que encontrarán uno nuevo.