/ domingo 27 de septiembre de 2020

La Universidad: Ave Fénix de la academia

El 21 de septiembre de 1551, fue establecida por Real Cédula la Real y Pontificia Universidad de México que, ininterrumpidamente, trabajó hasta ser suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías, al considerarla el principal bastión ideológico de la Iglesia. A partir de entonces, su existencia será intermitente.

Para los liberales si algo quedaba claro, es que la educación no podía estar en manos conservadoras; debía ser libre y no podía estar sujeta bajo el monopolio eclesiástico. En 1854, no obstante ello, Antonio López de Santa Anna la restablece, pero sólo por algunos meses. El 14 de septiembre de 1857, “por su carácter nocivo”, otra vez será suprimida, ahora por Ignacio Comonfort, que dispondrá que su edificio, fondos y bienes sean destinados al establecimiento de la Biblioteca Nacional.

El 15 de abril de 1861, una nueva reorganización educativa tiene lugar. El presidente Benito Juárez, ratifica la no reapertura universitaria y establece en su lugar escuelas especiales (jurisprudencia, medicina, minas, artes, agricultura, bellas artes y comercio). Todas bajo la responsabilidad del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Criterio que mantiene el Segundo Imperio, por lo que el destino universitario no cambia. Restaurada la República, Juárez encomienda a Antonio Martínez de Castro, una nueva reforma educativa, que habrá de ser la más importante del siglo XIX, como producto de la Comisión que elaboró la Ley Orgánica de Instrucción Pública del 2 de diciembre de 1867, entre quienes estaban Fernando y José María Díaz Covarrubias, Pedro Contreras Elizalde, Ignacio Alvarado, Eulalio Ortega, Leopoldo Río de la Loza, Alfonso Herrera y Gabino Barreda. Su principal logro: la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).

Sin embargo, aún y cuando el número de escuelas especiales se había enriquecido y la ENP era la base de apoyo y cimiento para todas, la estructura estaba incompleta. Faltaba un elemento articulador en su cúspide. Así lo concibió un hombre visionario: Justo Sierra Méndez, quien el 7 de abril de 1881 presentó ante la H. Cámara de Diputados el Proyecto para crear la Universidad Nacional, mas como también hoy sucede, hubo conciencias apáticas, zafias, que no dimensionaron la propuesta de aquel joven diputado, abogado entre muchas otras facetas, que algún sería llamado “Maestro de América”. Casi 30 años después, su momento llegó y lo hizo de su propia mano e inspiración, cuando siendo Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra presentó ante el Congreso de la Unión a través de la Cámara de Diputados, por acuerdo del Presidente Porfirio Díaz, la “Iniciativa de Ley de la Universidad Nacional de México”, con el objeto primordial de “realizar en sus elementos superiores la obra de la educación nacional”.

En el uso de la palabra en la sesión del 3 de mayo, Sierra declaró: no es un proyecto de creación producto de la opinión pública. “Es gubernamental… el Gobierno se desprende, en una porción considerable, de facultades que hasta ahora había ejercido legalmente y las deposita en un cuerpo que se llamará Universidad Nacional”. Y agregó, en alusión a su primera iniciativa: “Esto era en mí una fe, una devoción; era un principio, una convicción, un credo. Entonces tres objeciones se presentaron al autor de la iniciativa”. Una la pronunció alguno de los presentes que también lo era entonces: “¿Por qué se trata de resucitarse, me decía, una cosa que está muerta y que ha muerto bien? La Universidad era un cuerpo que había cesado de tener funciones adaptables a la marcha de la sociedad, por eso murió, por eso hizo bien el partido liberal en matarla y enterrarla. ¿Por qué resucitarla ahora?...”. “Yo entonces podía decir y digo ahora -apuntó Sierra-: la historia se compone de resurrecciones; nada ha muerto, todo resucita y todo vive cuando ha resucitado, si se apropia y sabe adaptarse a las nuevas necesidades…”.

La Iniciativa se aprobó y el 22 de septiembre de 1910, en el ahora llamado Anfiteatro “Simón Bolívar”, fue inaugurada la Universidad Nacional de México. Autónoma desde 1929. Institución que a 110 años de distancia es paradigma educativo en el mundo.

Por eso es grave que en los tiempos que corren, precisamente desde la cúpula, se lancen anatemas contra la intelectualidad y la academia, imputando que los académicos están desfasados y fuera de la realidad. Se olvida, por ejemplo, que el México contemporáneo no sería el que es sin nuestra Máxima Casa de Estudios. De ahí que a su esencia invoco para responder a esas voces que si algo nos enseña la academia -de la que la UNAM es símbolo señero, alma y conciencia, mente y espíritu, vanguardia del conocimiento, pero sobre todo, esperanza que guía e inspira a la Nación-, es justamente a luchar por construir un mundo y una humanidad mejores, impulsando el pensamiento crítico, reflexivo, analítico, incluyente, refractando al dogma fanático, regresivo y castrante.

Parafraseando a Vasconcelos: “Por mi Raza hablará la Academia”.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


El 21 de septiembre de 1551, fue establecida por Real Cédula la Real y Pontificia Universidad de México que, ininterrumpidamente, trabajó hasta ser suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías, al considerarla el principal bastión ideológico de la Iglesia. A partir de entonces, su existencia será intermitente.

Para los liberales si algo quedaba claro, es que la educación no podía estar en manos conservadoras; debía ser libre y no podía estar sujeta bajo el monopolio eclesiástico. En 1854, no obstante ello, Antonio López de Santa Anna la restablece, pero sólo por algunos meses. El 14 de septiembre de 1857, “por su carácter nocivo”, otra vez será suprimida, ahora por Ignacio Comonfort, que dispondrá que su edificio, fondos y bienes sean destinados al establecimiento de la Biblioteca Nacional.

El 15 de abril de 1861, una nueva reorganización educativa tiene lugar. El presidente Benito Juárez, ratifica la no reapertura universitaria y establece en su lugar escuelas especiales (jurisprudencia, medicina, minas, artes, agricultura, bellas artes y comercio). Todas bajo la responsabilidad del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Criterio que mantiene el Segundo Imperio, por lo que el destino universitario no cambia. Restaurada la República, Juárez encomienda a Antonio Martínez de Castro, una nueva reforma educativa, que habrá de ser la más importante del siglo XIX, como producto de la Comisión que elaboró la Ley Orgánica de Instrucción Pública del 2 de diciembre de 1867, entre quienes estaban Fernando y José María Díaz Covarrubias, Pedro Contreras Elizalde, Ignacio Alvarado, Eulalio Ortega, Leopoldo Río de la Loza, Alfonso Herrera y Gabino Barreda. Su principal logro: la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).

Sin embargo, aún y cuando el número de escuelas especiales se había enriquecido y la ENP era la base de apoyo y cimiento para todas, la estructura estaba incompleta. Faltaba un elemento articulador en su cúspide. Así lo concibió un hombre visionario: Justo Sierra Méndez, quien el 7 de abril de 1881 presentó ante la H. Cámara de Diputados el Proyecto para crear la Universidad Nacional, mas como también hoy sucede, hubo conciencias apáticas, zafias, que no dimensionaron la propuesta de aquel joven diputado, abogado entre muchas otras facetas, que algún sería llamado “Maestro de América”. Casi 30 años después, su momento llegó y lo hizo de su propia mano e inspiración, cuando siendo Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra presentó ante el Congreso de la Unión a través de la Cámara de Diputados, por acuerdo del Presidente Porfirio Díaz, la “Iniciativa de Ley de la Universidad Nacional de México”, con el objeto primordial de “realizar en sus elementos superiores la obra de la educación nacional”.

En el uso de la palabra en la sesión del 3 de mayo, Sierra declaró: no es un proyecto de creación producto de la opinión pública. “Es gubernamental… el Gobierno se desprende, en una porción considerable, de facultades que hasta ahora había ejercido legalmente y las deposita en un cuerpo que se llamará Universidad Nacional”. Y agregó, en alusión a su primera iniciativa: “Esto era en mí una fe, una devoción; era un principio, una convicción, un credo. Entonces tres objeciones se presentaron al autor de la iniciativa”. Una la pronunció alguno de los presentes que también lo era entonces: “¿Por qué se trata de resucitarse, me decía, una cosa que está muerta y que ha muerto bien? La Universidad era un cuerpo que había cesado de tener funciones adaptables a la marcha de la sociedad, por eso murió, por eso hizo bien el partido liberal en matarla y enterrarla. ¿Por qué resucitarla ahora?...”. “Yo entonces podía decir y digo ahora -apuntó Sierra-: la historia se compone de resurrecciones; nada ha muerto, todo resucita y todo vive cuando ha resucitado, si se apropia y sabe adaptarse a las nuevas necesidades…”.

La Iniciativa se aprobó y el 22 de septiembre de 1910, en el ahora llamado Anfiteatro “Simón Bolívar”, fue inaugurada la Universidad Nacional de México. Autónoma desde 1929. Institución que a 110 años de distancia es paradigma educativo en el mundo.

Por eso es grave que en los tiempos que corren, precisamente desde la cúpula, se lancen anatemas contra la intelectualidad y la academia, imputando que los académicos están desfasados y fuera de la realidad. Se olvida, por ejemplo, que el México contemporáneo no sería el que es sin nuestra Máxima Casa de Estudios. De ahí que a su esencia invoco para responder a esas voces que si algo nos enseña la academia -de la que la UNAM es símbolo señero, alma y conciencia, mente y espíritu, vanguardia del conocimiento, pero sobre todo, esperanza que guía e inspira a la Nación-, es justamente a luchar por construir un mundo y una humanidad mejores, impulsando el pensamiento crítico, reflexivo, analítico, incluyente, refractando al dogma fanático, regresivo y castrante.

Parafraseando a Vasconcelos: “Por mi Raza hablará la Academia”.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli