El teléfono fue un dispositivo para hacer y recibir llamadas. Las líneas tradicionales o domiciliadas fueron desplazadas, casi por completo, por la telefonía celular; y nuestras vidas empezaron a gravitar en torno a dichos aparatos.
El celular es una televisión abierta o con canales pagados. Los domingos, en casi todos los restaurantes, se puede apreciar a unos padres buscando una caricatura para los niños. Luego no hay forma de que los niños o los padres suelten el celular. Así mismo, el móvil también es una consola de videojuegos para niños, adolescentes y adultos, de Mario Bros hasta la vergüenza de Rapelay. Hace un tiempo, nadie imaginó una televisión, consola y teléfono en un solo artefacto.
Nuestras fotografías, música y videos también están dentro de ese dispositivo. Las tradicionales cámaras fotográficas y los discos le ceden paso al móvil. Todo lo hacemos desde el celular. Ingresar al móvil de una persona nos permite saber quien es, que le gusta y como se desenvuelve todos los días. Toda la información la agregamos voluntariamente, poco a poco, vamos vaciando nuestra vida en ese artefacto. Las aplicaciones como Twitter, Facebook, LinkedIn e Instagram son otra forma de expresarnos. Allí, ejerceremos nuestra libertad de expresión, el derecho a la información -o- nos retraemos para no hablar y quedarnos viendo la pantalla durante horas. En la lógica más pura de Pávlov estamos buscando un like o un retuit. Que nos alimenten (el ego), aunque sea de forma digital.
Mientras la tecnología y la economía cambian nuestra forma de vivir, las reglas jurídicas ven de lejos el movimiento. En México no existe un criterio para regular los contenidos que se encuentran en el celular. No es una cuestión trivial ni de censura. Los padres que desean que el niño vea una caricatura, se pueden tropezar con contenidos para adultos. Ahora que los videojuegos dan paseos por un club nudista o permiten ponerse en el rol de un violador, sería prudente regularlo.
Los derechos de autor y propiedad intelectual están en una larga batalla en diversos países menos en México. ¿Quién es dueño de las frases o de las imágenes en la red? y ¿Qué tipo de propiedad tenemos de nuestra música en la nube? Puede sonar banal cuando tenemos miles de homicidios, desaparecidos y problemas de género, sin embargo, cuando nos alejamos del terrible estado del país también está esa parte que incide en nuestra cotidianeidad. Los derechos tradicionales como libertad de expresión o privacidad se tienen que reinventar frente a un teléfono celular. El Estado mexicano no ha establecido medios eficaces para tutelar nuestra privacidad en internet, peor aún, existen acusaciones de que el Estado trató de espiar ciertos celulares a través de un malware llamado Pegasus, la última víctima fue la esposa del fallecido periodista Javier Valdez. Hasta dónde sí -y- hasta dónde no, existe libertad de expresión en las redes. Difamar o calumniar a través de un tuit es cotidiano ¿Qué tanto tendría que intervenir o regular el derecho?
La brutalidad de nuestra realidad nos deja poco tiempo para otros temas. Todos esperamos que algún día se regularice la situación de miles de delitos al día, constantes noticias sobre aeropuertos y refinerias. Que tengamos tiempo y sensibilidad para disfrutar otros espacios; y también para regularlos de manera adecuada. La Suprema Corte de Justicia acaba de prohibir que un servidor público bloqueé a un ciudadano en Twitter. Apenas el principio.
Doctor en Derecho
@jangulonobara