/ domingo 15 de mayo de 2022

Las redes y la nueva atomización del espacio social

A Gerardo Galarza maestro y amigo dialécticamente


Uno de los grandes estandartes de la globalización, consiste en que las comunicaciones interconecten a los ciudadanos de la aldea global que obedece a la idea de sistemas o esferas en concordancia (biósfera, geósfera, litósfera, y sociosfera principalmente) más allá de las fronteras y de las distancias espaciotemporales. Con la propagación de las redes sociales, para las cuales sin duda Facebook fue un parteaguas, la nueva configuración del espacio social se amplió y creció hacia confines nunca antes vistos. Hoy en día no faltan las historias de parejas que se conocieron mediante las redes sociales e iniciaron una feliz historia —o no tanto— a pesar de vivir en polos opuestos del mundo. Afortunadamente la felicidad, no es ni hegemónica, ni perpetua y menos un soliloquio, aunque sea en la virtualidad. Atenderá más a los imaginarios de la colectividad y sus individuos.

La ampliación del círculo de “amigos” y la capacidad de mantenerse en contacto es un rasgo innegable de la conectividad, que lo mismo impacta en el teletrabajo, que en las relaciones interpersonales o en la educación. La pandemia puso a prueba sus límites y en más de un sentido evidenció la inutilidad de muchas de las prácticas tradicionales que definieron por décadas las relaciones sociales de producción y los vínculos afectivos.

Pero, aunque resulte paradójico, las redes también incentivaron un retorno al espacio social primario, al espacio atomizado. Devolvieron la conectividad comunitaria y fortalecieron vínculos que la propia sociedad de consumo había vuelto débiles a consecuencia de su velocidad y dinámica. La oposición entre lo urbano y lo rural, entre la comunidad vecinal y la nación—o el mundo—se ha intensificaron con el arribo de los modelos de capitalismo salvaje en todo el mundo, homogeneizando a las relaciones y a las personas, desvinculando al individuo de los pequeños grupos que antaño comprendían sus fuentes identitarias, fragmentando los vínculos, cediendo ante lo enorme.

Sin embargo, una nueva tendencia a vincularse en grupos más específicos mediante las redes ha permitido crear microcomunidades con cierto grado de pertenencia que han permitido la reconstrucción de espacios sociales anteriormente olvidados. Hoy en día, la mayoría de los vecinos en las colonias del país forman parte de un grupo en WhatsApp o Facebook, canal empleado para comunicar y convivir, prevenir y proteger, funciones que las antiguas comunidades desarrollaban a través dl encuentro físico. Aquellos a los que el trabajo o las ocupaciones diarias alejan de las situaciones comunitarias, ahora pueden formar parte nuevamente gracias a las redes. Lo mismo ocurre con los grupos de trabajo, escolares, deportivos, entre otros.

Esta segmentación se ha traducido en una nueva manera de formar parte de grupos con intereses específicos, sin tener que renunciar al todo marcado por las tendencias globales. Los miembros de grupos con intereses comunes no necesitan compartir geografía, pues se benefician de la posibilidad de conectar más allá de las fronteras que ofrece el internet, pero se enfocan a intereses que disuelven la homogeneidad que, durante los noventa y principio del milenio, los sociólogos veían insalvable como única alternativa ante el avance del modelo neoliberal. La atomización del espacio social es todo menos reproducción y copia: pervive la diferencia, se celebra y se defiende.

Gracias a este cambio se han fortalecido comunidades alternativas dedicadas a la defensa de diversos derechos, desde los colectivos de la comunidad LGBTIQ+, hasta grupos feministas, pasando por minorías culturales, comunidades de personas con discapacidad, grupos ambientalistas y de defensa de los animales, entre muchos otros. Esta nueva atomización plantea numerosas ventajas y es un proceso irreversible al que vale la pena prestar atención. A veces hace eco a un lugar sin tiempo ni espacio.

A Gerardo Galarza maestro y amigo dialécticamente


Uno de los grandes estandartes de la globalización, consiste en que las comunicaciones interconecten a los ciudadanos de la aldea global que obedece a la idea de sistemas o esferas en concordancia (biósfera, geósfera, litósfera, y sociosfera principalmente) más allá de las fronteras y de las distancias espaciotemporales. Con la propagación de las redes sociales, para las cuales sin duda Facebook fue un parteaguas, la nueva configuración del espacio social se amplió y creció hacia confines nunca antes vistos. Hoy en día no faltan las historias de parejas que se conocieron mediante las redes sociales e iniciaron una feliz historia —o no tanto— a pesar de vivir en polos opuestos del mundo. Afortunadamente la felicidad, no es ni hegemónica, ni perpetua y menos un soliloquio, aunque sea en la virtualidad. Atenderá más a los imaginarios de la colectividad y sus individuos.

La ampliación del círculo de “amigos” y la capacidad de mantenerse en contacto es un rasgo innegable de la conectividad, que lo mismo impacta en el teletrabajo, que en las relaciones interpersonales o en la educación. La pandemia puso a prueba sus límites y en más de un sentido evidenció la inutilidad de muchas de las prácticas tradicionales que definieron por décadas las relaciones sociales de producción y los vínculos afectivos.

Pero, aunque resulte paradójico, las redes también incentivaron un retorno al espacio social primario, al espacio atomizado. Devolvieron la conectividad comunitaria y fortalecieron vínculos que la propia sociedad de consumo había vuelto débiles a consecuencia de su velocidad y dinámica. La oposición entre lo urbano y lo rural, entre la comunidad vecinal y la nación—o el mundo—se ha intensificaron con el arribo de los modelos de capitalismo salvaje en todo el mundo, homogeneizando a las relaciones y a las personas, desvinculando al individuo de los pequeños grupos que antaño comprendían sus fuentes identitarias, fragmentando los vínculos, cediendo ante lo enorme.

Sin embargo, una nueva tendencia a vincularse en grupos más específicos mediante las redes ha permitido crear microcomunidades con cierto grado de pertenencia que han permitido la reconstrucción de espacios sociales anteriormente olvidados. Hoy en día, la mayoría de los vecinos en las colonias del país forman parte de un grupo en WhatsApp o Facebook, canal empleado para comunicar y convivir, prevenir y proteger, funciones que las antiguas comunidades desarrollaban a través dl encuentro físico. Aquellos a los que el trabajo o las ocupaciones diarias alejan de las situaciones comunitarias, ahora pueden formar parte nuevamente gracias a las redes. Lo mismo ocurre con los grupos de trabajo, escolares, deportivos, entre otros.

Esta segmentación se ha traducido en una nueva manera de formar parte de grupos con intereses específicos, sin tener que renunciar al todo marcado por las tendencias globales. Los miembros de grupos con intereses comunes no necesitan compartir geografía, pues se benefician de la posibilidad de conectar más allá de las fronteras que ofrece el internet, pero se enfocan a intereses que disuelven la homogeneidad que, durante los noventa y principio del milenio, los sociólogos veían insalvable como única alternativa ante el avance del modelo neoliberal. La atomización del espacio social es todo menos reproducción y copia: pervive la diferencia, se celebra y se defiende.

Gracias a este cambio se han fortalecido comunidades alternativas dedicadas a la defensa de diversos derechos, desde los colectivos de la comunidad LGBTIQ+, hasta grupos feministas, pasando por minorías culturales, comunidades de personas con discapacidad, grupos ambientalistas y de defensa de los animales, entre muchos otros. Esta nueva atomización plantea numerosas ventajas y es un proceso irreversible al que vale la pena prestar atención. A veces hace eco a un lugar sin tiempo ni espacio.